Ciertamente vivimos la época de las divas, entiéndase por estas personas las vedettes, las bombas sexy, símbolos sexuales, escorts, acompañantes, modelos eróticas, "chicas tuning", "las fitness", "las explotadas", etc. Es decir, un nuevo estereotipo de mujer con prótesis mamarias de gran tamaño, trasero inyectado con células expansivas o metacol, costillas modificadas (quebradas) quirúrgicamente para afinar la cintura, lipoescultura, liposucción, lipoaspiración, gimnasio, spinning, cardio, aerobics, tae bo, además peeling facial, dermo-abrasión, lifting, levantamiento de cejas, rinoplastia (conversión de la nariz a la usanza del prototipo europeo), blefaroplastia (modificación de párpados), inyección de botox en labios, pómulos y mentón, etc.; que simboliza a Venus, Afrodita o Adara, es decir, las diosas del sexo, quizás del amor, encaramadas en zancos, acrílicos, plataformas o agujas de 10 centímetros.
Divas como Diosa Canales, Jimena Araya (Rosita), Norkys Batista, Sandra Martinez, Sabrina Salemi entre otras, son respetables damas que se han convertido en celebridades de la farándula con cientos de miles de seguidores en twitter (entre 200 mil y 700 mil seguidores cada una) y su presencia acapara los medios de comunicación.
Todo parece indicar que mayoritariamente los venezolanos queremos contemplar a estos símbolos del sexo, quizás porque probablemente el goce de esta actividad se encuentra fuera de nuestra disposición con la cantidad o calidad que quisiéramos o tal vez artificialmente la industria nos ha hecho sexualmente insaciables con su propaganda. ¿De lo contrario por qué exhiben tanto a estas respetables damas en la pantalla y la inmensa mayoría de la gente las seguimos viendo? Es tiempo de una honesta autocrítica. Sin demanda, no hay oferta. Sin seguidores, no hay estrellas de farándula. Hay divas porque mucha gente las aclama.
Seguramente la mayoría de nuestro pueblo perteneciente a la clase trabajadora, consagrada a su sacrificada jornada de 8 horas diarias de labor y bajo la esclavitud de un salario modesto que no permite transcender a otros entornos, sienta en la admiración hacia estas divas una fórmula de escape para olvidar los dolores y fatigas del día a día (por eso muchas son imagen en latas de cerveza y loterías).
Quieren junto a ellas soñar con la posibilidad de una existencia distinta (life style) y más confortable como la que proyectan las perversas telenovelas colombianas que han invadido la tv venezolana con sus capos, traquetos, magnates, chulos, y narcotraficantes rodeados de divas en mansiones provenientes del narco-negocio, el sicariato y el lavado de dinero (legitimación de capitales).
Asumo la responsabilidad al decir que nada de malo tiene apreciar la belleza natural de las mujeres (ni tampoco representa delito apreciar aquella artificialmente construida para quienes así mansamente lo prefieren por imposición del consumismo), lo llamativo es el boom, el escándalo, la expectativa, la locura, el afán y la atención que masivamente han generado personajes que encajan en este estereotipo de divas con apoyo de la publicidad moderna y los medios de comunicación.
De allí que al revisar problemas que agobian a nuestro planeta, comprobamos que las armas, las drogas y el sexo son objetos principales de las tres industrias más poderosas y lucrativas de la delincuencia internacional. Seguramente gobiernos y ciudadanos organizados algo deberíamos hacer al respecto.
En el caso venezolano, ha crecido vertiginosamente la industria del erotismo a niveles que no eran posibles de imaginar diez años atrás. Se sabe que la prostitución, la trata de personas, el tráfico de personas, la pornografía y la esclavitud sexual son fenómenos delictivos que desde hace décadas han penetrado a todos los países, sobre todo el primer mundo (EEUU, Europa, China, Japón, etc.) pero en nuestro país tales prácticas son de tiempo más reciente.
El erotismo es una industria no necesariamente delictiva, porque se basa en la libertad sexual de los adultos, la compra de videos, revistas, el disfrute de espectáculos íntimos u obras de teatro y demás accesorios relacionados al sexo entre quienes son mayores de edad. De igual manera sitios nocturnos de recreación erótica donde los hombres asisten a presenciar bailes y coreografías de señoritas voluptuosas que en principio se dedican a entretener a visitantes y excitar las fantasías y los anhelos carnales que naturalmente existen en la población masculina. Todos estos eventos gozan de gran audiencia, dado la publicidad erótica que bombardea a nuestra sociedad constantemente. Y tal vez nos aparta de otras actividades de cultivo personal.
Todo parece enmarcarse en la legalidad y el derecho de cada adulto a experimentar vivencias y desenvolver su personalidad de acuerdo a sus preferencias siempre que no afecte los derechos de los demás ni cause alteraciones contra el pudor u orden públicos.
El problema nace de por qué la sexualidad humana es susceptible de ser convertida en mercancía para la venta. El peligro radica en la delincuencia organizada que se forma alrededor del sexo y lo convierte en industria de delitos múltiples como el proxenetismo (famosos "pimps" o chulos que controlan mujeres para el comercio de servicios sexuales), la pornografía ilegal (que monstruosamente utiliza a niños, niñas y adolescentes), el tráfico de personas (traslado de seres humanos de una región a otra para forzarles a ejercer la prostitución), la trata de personas (instalación de locales para el proxenetismo y la prostitución bajo dependencia del proxeneta), el omnipresente tráfico de drogas, entre otras modalidades criminosas. Esta es la otra cara de la moneda. Madres y padres debemos dar estas advertencias a nuestros hijos antes de que la televisión les siga inyectando el sueño de convertirse en un Pran o una chica tuning para gozar de ese lujoso estilo de vida lujosa proveniente del delito.
Es entonces cuando por el bienestar de nuestra juventud, renace la interrogante de por qué la proliferación de tantos night clubs en Caracas y otras grandes ciudades sin que las autoridades se opongan a ello. Lamentablemente para quienes sanamente pudieran vivir o disfrutar de estas prácticas de modo ocasional, el erotismo siempre estará muy cerca de convertirse en industria delictiva del sexo porque éste abre las puertas y facilita el desarrollo de otras actividades dañinas que generan más dinero para los empresarios del delito, delincuentes de cuello blanco, crimen organizado, caso "Niño Guerrero de Tocorón, etc.
Tal industria, al ser total o parcialmente clandestina, está rodeada por vicios y desviaciones como las drogas, alcoholismo, la violencia, la indigencia, discriminación por sexo y género, la estafa, la especulación (tarifas de night clubs VIP superan los dos mil bolívares fuertes) y una amplia gama de crímenes que son frecuentes en la promiscuidad y la precariedad de las actividades subterráneas (underground), fiestas rave, festejos color púrpura, orgías y las reuniones ocultas.
Por ahora la cosificación sexual de la mujer (presentación de las damas como objetos sexuales) predomina salvajemente en prensa, radio, tv, internet, música y cine; lo cual hace pensar que seguimos muy lejos de eliminar la violencia mediática sexista que afecta las mentes de la población y sobre todo los más jóvenes, sembrando antivalores, agresividad y falsos estereotipos que nos alejan del humanismo y la convivencia sana.
Detrás de la voluptuosidad de las admiradas divas, y seguramente sin culpa o el conocimiento de muchas de ellas, abundan comerciantes de lo ilícito que utilizan a este rebaño de ovejas como medio de comisión de sus lucrativos delitos, el encubrimiento, cooperacion o complicidad para sus fechorías, la seducción y la persuasión de los incautos, la instigación a delinquir. Simplemente las divas corren peligro de ser usadas como un accesorio de la delincuencia organizada para obtener lucro y promover la descomposición social entre quienes queriendo ser como ellas o deseando desesperadamente consumirlas sexualmente incurren en conductas autodestructivas e inclusive criminales para conseguir dinero, fama, privilegios, poder o ascenso en la sociedad.