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En torno a la etimología

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

La etimología es una herramienta valiosísima tanto para filólogos como para lexicógrafos. Su importancia, incluso, excede el campo de la lingüística, pues es también fuente constante de consulta para historiadores y sociólogos. En este artículo navegaremos en torno al tema.

Si bien la palabra etimología ha tenido diversas acepciones a lo largo de la historia, la que ha prevalecido hasta nuestros días es la primera que nos ofrece el DLE, que dice así: "Origen de las palabras, razón de su existencia, de su significación y de su forma"[1]. Esta definición, sin embargo, dista mucho del significado literal del término, que es 'conocimiento de la verdad', significado que Platón empleó en el Cratilo, intentando (aunque infructuosamente) de llegar al conocimiento de las cosas por medio de las palabras que las nombran.

Entre los estoicos hubo asimismo tentativas estimables en relación con el estudio de la etimología. Tal fue el caso de Crisipo de Solos, quien escribió once libros sobre el tema. También Apolodoro de Atenas hizo su aporte con un volumen específico. No obstante, solo se consiguió cierto progreso con los trabajos de los gramáticos contemporáneos de Cicerón, quienes trataron de reducir la etimología a sistema, librándola así, en parte, de la arbitrariedad que la caracterizaba hasta el momento. Decimos "en parte" porque, pese al esfuerzo de los involucrados, todavía no se conocían las leyes de las variaciones del lenguaje y de los cambios fonéticos.

Para nuestro Nebrija, ya en la España del 1400, la palabra etimología significaba lo que posteriormente se denominó analogía, voz esta última que rigió en las académicas hasta la aparición del Esbozo en 1973, obra en la que se cambió esta expresión por la actual y más precisa morfología.

La progresiva confusión entre los términos etimología y morfología fue en algún punto inevitable, ya que la amplitud (o vaguedad) de la definición del primero de los dos términos así lo permitía. En 1611, Sebastián de Covarrubias nos decía lo siguiente: "Negocio es de grande importancia saber la etymología de cada vocablo, porque en ella está encerrado el ser de la cosa, sus cualidades, su uso, su materia, su forma, y de alguna dellas toma nombre"[2]. Los conceptos de materia y forma que aparecen en la cita, si bien hoy por hoy entendidos como inherentes a la morfología, estuvieron asociados durante siglos a la etimología. El tan necesario deslinde se pudo conseguir gracias a la ya mencionada aparición de la palabra morfología en el ámbito académico y a la difusión de trabajos más específicos sobre el tema que tratamos, por ejemplo, el Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, de Joan Corominas.

Más allá de los errores en los que incurrieron muchos gramáticos a lo largo de la historia, la importancia de la etimología ha sido siempre reconocida. Incluso en esa época -no tan lejana- en la que se decía, por ejemplo, que la palabra administrar derivaba de ad manus trahere o la palabra cadáver de ca(ro) da(ta) ver(mibus), ya se manifestaba tal reconocimiento. Sin embargo, el empeño de ver una relación definida entre la lengua y los objetos de la naturaleza, o, como advierte Thomsen, "de hallar en las palabras cierta idea preconcebida del objeto que designan"[3], por un lado, y el intento de establecer la relación entre el origen de las palabras y el de las ideas, por el otro, pusieron durante mucho tiempo a la etimología en un lugar de subordinación respecto de la filosofía.

La aparición de la gramática o lingüística comparada, allá por el siglo XIX, puso en conocimiento el valor de las raíces y de los sufijos; lo primero ayudó a explicar lo que hoy llamamos familias de palabras, por ejemplo, la que integran vocablos como escribir, escritor, escritura, escriturar, escriturario, escritorio, escriba, escribano, escribanía, etc.; lo segundo, a catalogar los sufijos según su significado. Gracias a esto último, se pudo advertir cómo palabras independientes perdían su significado al incorporarse como sufijos a otras voces.[4] Esto ocurre, por ejemplo, en inglés, con voces como hood ( neighborhood) o wise (), que tienen significación propia, o en español con la voz mente, que bien puede ser un sustantivo ( La mente domina al cuerpo) o un sufijo adverbial ( Hazlo rápidamente).

Para Saussure, la etimología no es "ni una disciplina distinta ni una parte de la lingüística evolutiva; es simplemente una aplicación especial de los principios relativos a los hechos sincrónicos y diacrónicos, esto es, estáticos o evolutivos"[5]. Así pues, podemos decir que la etimología busca sus elementos de información en cualquier área de la lingüística (fonética, morfología, semántica, etc.). Lo que equivale a decir que, para llegar a su fin, se vale de todos los medios que la lingüística le proporciona, pero sin reparar en la naturaleza de las operaciones que se ve obligada a realizar.

Con el correr de los años, los lingüistas fueron dándose cuenta de cuán raras son las palabras cuyo origen está bien esclarecido, y se han ido volviendo más prudentes. En la actualidad, la etimología se basa sobre todo en la fonética, en la observación histórica y geográfica, y en los textos. "Antes de relacionar vocablos de una lengua con los de otra, hay que tener presente la filiación y el parentesco entre ambas; hay que mirar si la fisiología y las leyes fonéticas permiten admitir tal o cual cambio de sonidos; hay que explicar satisfactoriamente la evolución de los significados, y hay que atender además a las circunstancias históricas"[6], nos recordaba el maestro Casares a propósito de lo expuesto.

En el estudio etimológico del español se atiende con preferencia a las voces de formación popular que representan la última evolución del latín vulgar o hablado, por ser estas las que manifiestan un desarrollo más complejo y, fundamentalmente, por ser las que más abundan. Las voces cultas interesan menos a los lingüistas, no solo por su proverbial escasez, sino porque, al haber ingresado en el acervo común de la lengua por la vista y no por el oído, estuvieron muy poco expuestas a influencias fonéticas.

Se llama etimología popular a un fenómeno que tiene también gran importancia en filología, y según el cual el pueblo deforma ciertos vocablos porque les atribuye un origen que en verdad no poseen. Viene a ser, en palabras de Menéndez Pidal, como "un cruce de palabras procedentes de un error de interpretación respecto de una de ellas; el que habla cree equivocadamente que entre ellas hay una conexión etimológica"[7].

Este falso análisis se basa algunas veces en una semejanza fonética entre dos palabras, una de las cuales es incomprensible para la mayoría y, por lo tanto, es convertida en otra ya conocida. Ahora bien, si a primera vista la etimología popular puede confundirse con el fenómeno lingüístico conocido con el nombre de analogía, las diferencias entre una y otro son profundísimas. Su principal diferencia es que la analogía es un hecho general, referible al funcionamiento normal de la lengua, en el que no se obtiene nada de la sustancia de los signos que reemplaza y cuyo olvido de algún modo admite de antemano.[8] La etimología popular, por el contrario, es solo una interpretación de la forma antigua -en cuyo recuerdo se basa-, que no afecta más que a las voces raras que el pueblo asimila imperfectamente.

Muchos casos de etimología popular se explican por la semejanza fonética de palabras muy distintas conceptualmente. Por ejemplo, se dice que el vocablo Canadá deriva de la expresión española acá nada, que debió pronunciar alguno de los navegantes que anduvieron por aquellas tierras. Esta es la misma razón por la que los viñadores franceses ( vignerons) tengan como patrono a san Vicente ( Vincent) o de que en Alemania se invoque a san Lamberto para librarse de la renguera ( lahmheit = 'renguera').

En el español podemos rastrear muchos ejemplos más de este fenómeno. Sin ir más lejos, ahí tenemos altozano (de anteuzeno = 'ante la salida'); el anticuado malenconía por melancolía, seguramente ocasionado por la influencia de enconía o encono; casos de falso análisis de sufijos, por ejemplo, cuando se toman por diminutivos voces que no lo son en realidad, y así, populus = 'álamo', concebido como diminutivo de popus, vino a dar pobo, y ros marinus, que debió dar romerino, terminó dando romero por supresión del supuesto diminutivo.

[1] RAE y ASALE. Diccionario de la lengua española, edición online. Consultado el 6 de enero de 2020.

[2] Sebastián de Covarrubias Horozco. Tesoro de la lengua española, ed. Ignacio Arellano y Rafael Zafra. Madrid, Iberoamericana, 2006.

[3] Guillermo Thomsen. Historia de la lingüística, Madrid, Editorial Labor, 1945.

[4] En efecto, se ha llegado a la conclusión de que en todos los idiomas indoeuropeos las palabras auxiliares y los elementos morfológicos son voces independientes que se han fosilizado hasta perder su significación propia.

[5] Ferdinand de Saussure. Curso de lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1965.

[6] Julio Casares. Crítica efímera. Divertimientos filológicos, Madrid, Saturnino Calleja, 1918.

[7] Ramón Menéndez Pidal. Orígenes del español. Estado lingüístico de la península ibérica hasta el siglo XI, Madrid, Espasa-Calpe, 1950.

[8] No olvidemos que, para que aparezca una forma, es necesario que esta suplante a la que viene a sustituir.


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