En ese minuto que dura el beso de presentación, el intercambio de formalismos y las miradas de atracción, caben varios latidos de corazón del que va a enamorarse en lo que tarda la aguja en dar una vuelta completa al reloj.
En ese breve, brevísimo espacio de tiempo te dan una noticia que puede hacerte saltar de júbilo, o dejarte abofeteado y aturdido por el dolor. A veces, incluso, en un minuto pueden pasarte las dos cosas y por ese orden, que jode más.
Pierdes el bus porque te has levantado un minutito más tarde, y por ende llegas también un minuto más tarde a la parada, y ya tu mañana la empiezas con mal pie. Por ese corto período puedes sufrir más esperas, más tráfico, más corre que no llego, más retrasos que te hacen alcanzar tu destino no uno, sino muchos minutos más tarde de lo debido. Y reza para que no sean horas.
En un minuto puedes tomar una mala decisión, y al siguiente comprobar los terribles resultados que, eso sí, durarán bastante más de 60 segundos. También puede que hagas una elección que te sacará definitivamente del atolladero, que te encauzará hacia la felicidad. El tic-tac del minutero puede tener un efecto dominó con tremendas consecuencias o un efecto mariposa de gran alcance en el espacio y el tiempo, según se tercie.
¿Qué más puede pasar en un minuto? Una caricia prolongada, una mirada fija en algo o alguien, un beso corto con promesas de alargarse, una explosión de sabores en tu boca, el canto del número de lotería que te hará rico, los 50 a 100 latidos del corazón (¡solo en reposo!), los veintipico parpadeos en tus ojos o los continuos nacimientos y las imparables muertes que se producen al contradictorio unísono en todo el mundo, son algunas de las infinitas posibilidades de ese lapso.
Y suena a poco, curiosamente. Nos parece que un minuto es una minucia del tiempo, una racanería del reloj, un insignificante trocito de nuestra vida, cuando resulta que tiene el poder suficiente como para cambiarlo todo de un momento a otro. Quién lo diría.