Caminar mirando el mar, ese mar Cantábrico que a veces ruge y otras está tranquilo. Ver desde la orilla como rompen las olas, seguir su ritmo y su olor, cómo el agua fabrica un fino espejo sobre la arena, observar desde lo alto del acantilado a las aves mecerse a favor del viento, intentar descubrir donde se encuentran esta vez los cormoranes moñudos, caminar rápido porque amenaza tormenta, llegarse en marea alta al final del espigón para ver golpear las olas y sentir el agua pulverizada en el rostro, ver que las dunas se están recuperando e intentar llegar al faro por la montaña. Descubrir la isla del dragón llena de gaviotas sobrevolando. Sentir a la madre naturaleza.