El único requisito que nos pidieron para nuestro primer curso sobre restauración de muebles fue que lleváramos algo que arreglar y redecorar. Nos pusimos a buscar como locas, y por nuestras respectivas casas no encontramos nada de nada. ¡Anda que quién nos lo iba a decir a tenor de cómo tenemos el taller ahora, que no cabe un alfiler! El caso es que una entró a saco en casa de su madre y se llevó una silla (con su consentimiento ¿eh?), y la otra pasó por una tienda de segunda mano y encontró un pequeño armarito. Cargadas con ellos, y más felices que unas pascuas, entramos triunfales y con ganas de aprenderlo todo en el taller de Lucía, nuestra profe más querida. Y así es como quedó ese mueblecito, todo pintado de azul, destacando presumido encima de un aparador. Como todos estos pequeños auxiliares, encaramados con descaro a otros de mayor envergadura, dispuestos a hacerse notar y a no pasar desapercibidos, pese a su tamaño.
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Y vosotros... ¿tenéis muebles encaramados?