Revista Espiritualidad

Encuentros en la oscuridad. capítulo sexto. extraños visitantes.

Por Joseantonio
ENCUENTROS EN LA OSCURIDAD. CAPÍTULO SEXTO. EXTRAÑOS VISITANTES.
Con esta nueva entrada doy comienzo a una serie de publicaciones, que se seguirán a lo largo de los próximos días, y que contendrán el Sexto Capítulo de mi novela ENCUENTROS EN LA OSCURIDAD.
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Capítulo 6.

Extraños Visitantes


De nuevo, con la partida de Isis, Juan se quedó solo.El estado de soledad comenzaba a resultarle tan reconfortanteinteriormente que se había convertido enuna necesidad. La soledad era su mejor aliada en aquellugar, recluido del mundo exterior. De hecho, la febrilactividad de los hombres hacía tiempo que le era ajena,precisamente desde que fuera encarcelado, cumpliéndoseaquel fallo de la jueza que lo juzgó por suagresión a la mujer que residía en las inmediacionesde su hogar de antaño.En esa soledad, tan cara para Juan, retirado inclusode la actividad del resto de los reclusos, con quienesapenas tenía trato, fue donde comenzó a meditaracerca de su estancia en aquel lóbrego y lejano lugar.Y, sin embargo, la maldición de la condena al reclutamiento,al apartamento de la sociedad, como si de unretiro forzoso se tratara, se estaba convirtiendo paraJuan en una bendición, pues gracias a ese retiro, Juanpudo encontrarse a sí mismo. Él era consciente de lasuerte que había tenido por haber contado con unaconfidente como Isis. Una auténtica guía en los oscuroslaberintos de uno mismo. Ella le ayudó a renovarsecomo individuo y a sanar las muchas heridas que lohabían condenado a comportarse como un auténticovándalo. Era consciente de que sin su ayuda se hubieraprecipitado al vacío, y el caos y la barbarie hubierandespedazado su personalidad, rompiéndola en añicos.Había sido testigo en el interior de la cárcel demultitud de casos con ese dramático fin. Muchos reoseran castigados por crímenes horrendos, pero no se lesofrecían los medios para poder realizar el duro trabajoque supone una renovación. Y, para colmo, habíaquienes, incluso con esos medios, no podrían nuncasalir de su caótica situación. Su interior era oscuro cualnoche de luna nueva y su enfermedad se había extendidotanto por su alma, que se hacía imposible la transformaciónde su personalidad, sin que la vida de la personacorriera peligro. Pero ¿acaso las personas no sedarán cuenta de que los así llamados delincuentes sonla expresión de una sociedad maltrecha, corrupta y enferma?¿No serán conscientes de que la cultura modernaes fuente de epidemias psíquicas? ¿Serán tan inconscienteslos mandatarios de las naciones como paraignorar su profunda implicación en la perpetuación deesa carcoma que, cual metástasis, hace presa del almadel ser humano contemporáneo? ¿Y acaso pensaránque aniquilando a los delincuentes se aniquila el malque padecen? ¿Serán tan miopes como para no ver queel mal reside en los más íntimos lares de cada uno delos miembros de la sociedad? Pues el colectivo no esotra cosa que la acumulación de individuos. De modoque si la sociedad, en su conjunto, está enferma, entonces,también lo estarán cada uno de los individuosque la conforman. Y si esto es así, una solución factibley realista no sería otra que la renovación de cadauno de los individuos que forman parte de esa sociedadmaltrecha. De nada sirve culpar al vecino de losmales de los que uno mismo es portador. Si se quierereal y sinceramente el ser humano, se habrá de empezarla Obra por uno mismo, como individuo portadorde un mal colectivo.En efecto, fue una mujer quien lo condenó al retiroy una mujer la que lo orientó en la senda del conocimientode sí mismo. Ella era la enfermedad y su cura,el veneno y su remedio, la condena y la salvación, puesencerraba en sí misma la unión de todos los opuestos.Paradoja de las paradojas. ¿Sería acaso Dios una mujer?Pareciera como si así fuese. Para Juan, Dios ya noera una entidad desconocida y difusa que estaba allíarriba, en el Cielo, sin saber muy bien de quién o dequé se trataba realmente. Tampoco Dios había muertopara él, pues quién sino Él lo había guiado en losmomentos de mayor desesperación y oscuridad.Comenzó a darse cuenta de hasta qué punto Diosresidía en su interior, como lo estaba en el interior detodo ser humano. En realidad, Juan, a través de la meditación,y gracias a una actitud renovada, dio nacimientoa Cristo en él. Nada más grande había en eluniverso que Él, pues el universo mismo era Cristo. Y,sin embargo, era tan diminuto que podía representarsecomo un punto matemático. Era grande y pequeñoal mismo tiempo; el todo y la nada residían en Él. Acasolo encontraba en una foto de los animales y plantasque estudiaba en su celda, quizá en el agua quefluía por arroyos y ríos que, ahora, sólo podía ver enimágenes; o, tal vez, en los maravillosos paisajes delos documentales que le permitían presenciar comoparte de su formación de licenciado. La Naturalezatoda era divina. Sí, Dios debía ser mujer. O, cuantomenos, Andrógino, Masculino y Femenino al mismotiempo. Debía poseer todas las cualidades de ambosarquetipos. En este momento, Juan recordó que losorientales entendían a Dios como camino, sendero ovía y, también, como sentido y lo llaman Tao. En efecto,era representado como la unión del Yin (lo Femenino,Oscuro, Húmedo, el lado norte de la montaña)y el Yang (lo Masculino, Claro, Seco, el lado sur de lamontaña). Sí, ese era Dios —se decía a sí mismo Juan.De pronto, algo distrajo su atención y lo sacó delestado de contemplación en el que se había sumido.Era el funcionario de prisiones que, de cuando en cuando,lo visitaba para traerle libros que pudieran interesarle.Él era el único que se había preocupado por laevolución de Juan de un modo sincero y con él habíaformado unos fuertes lazos de amistad.—Hola, Juan, te traigo un libro que creo puedeinteresarte. Se titula El Diablo.A Juan se le pusieron los pelos de punta y un escalofríorecorrió todo su cuerpo.—Muchas gracias. Ahora mismo me voy a poner aleerlo.—De nada, Juan, espero que te guste. Hasta luego.Apenas hubo recibido el libro comenzó a leerlocomo un poseso, olvidándose incluso de despedirsede su amigo. Devoraba cada página como si su vidadependiera de ello y en sólo dos días ya lo había completado.En ese libro se hablaba del simbolismo delDiablo, de su relación con el Dios Saturno y el planetadel mismo nombre, así como del lado oscuro y turbiode Dios. Meditando sobre lo que en ese libro se decía,Juan tuvo una visión que lo dejó sumido en lo másprofundo de sí mismo. La imagen de un geniecillo, deun daimon, apareció ante su mirada interior y comenzóa hablarle en un lenguaje extraño y enigmático.

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