Si alguien se hubiera tomado la santa molestia de vigilarme, además de perder el tiempo como un idiota habría observado a un cuarentón saliendo de un patio, mirando a la calle con aire culpable y cargado con bolsas a punto de reventar ¿Y que es lo que lleva en ellas? ¿Dinero o drogas quizá?
Mas bien no. En los segundos que cuesta cruzar la calzada, un buen puñado de volúmenes son arrojados al contenedor de papel, seguidos por una mirada dirigida a nadie en particular. Terminar con un enemigo te vuelve así.
¿Quien diablos les dijo a esos autores que sus historias iban a ser inmortales? Desde Homero, todos los que escriben aspiran a cautivar nuestro espíritu, tal y como los antiguos narradores fascinaban por la noche a la gente sentada alrededor de las hogueras. Si los oyentes adoraban el fluir de la historia, el relator se embriagaba con el brillo de sus ojitos.
Pero leer nos cobra un peaje, independientemente de sus beneficios supuestos. No se conoce ninguna gestión cotidiana que se pueda realizar con eficiencia con un libro en la manos ¿Acaso puedes mantener una conversación, hacer el amor o declarar la guerra? El libro es como una cuña que te separa de la realidad y te aísla de tus seres queridos para relacionarte con personas virtuales. “Personas” que nunca te devolverán el cariño y atención que les prestas, piénsalo bien.
Peor todavía: nadie podrá reintegrarte jamás el tiempo perdido en esos universos inventados por algún bergante ¿Pensamos quizá que no se envejece mientras lees? Estos artefactos diabólicos consumen nuestro aliento vital, convenciéndonos de que seremos más listos si les permitimos parasitar nuestras mentes. Esa es su principal habilidad: competir por nuestra atención excitándonos, o bien la mente o bien las emociones.
Con razón el difunto Ray Bradbury escribió aquel libro distópico que debía alertarnos del peligro. Fahrenheit 451 se presentaba como defensor del libro, sí, pero ¿no hemos sabido siempre los más lúcidos leer entre líneas? Venga, seamos valientes y prendamos ya las hogueras…
Nunca existieron libros en realidad. La humanidad fue iletrada, ágrafa y analfabeta durante la mayor parte de su historia. Nuestros cerebros son para manejar el medio físico y la mayor parte de la gente no lee. Por algo será, jajaja…
Saludos alertas.