Revista Opinión

Enfocar el 2012

Publicado el 03 enero 2012 por Mario
Junio de 2010. El médico de cabecera me acababa de diagnosticar una depresión que llevaba fraguando meses y yo atribuía al estrés y al déficit de vitaminas. Aprovisionado con mi cóctel de prozac y ansiolíticos, con el que en la sanidad pública tratan de atajar, en balde, la mayor plaga que enfrentan (síntomas de un sistema que toca fondo), solicité asilo en casa de mi madre pues temía que cualquier mañana las pocas energías que me restaban fueran insuficientes para sacarme de la cama.
Frente a aquel panorama, algún amigo concluyó que lo que necesitaba era salir de casa y me arrastró a la noche. En su descargo, debo afirmar que no le movía sino la buena voluntad pero no fue una buena idea: ni siquiera había transigido en visitar a la loquera que tanto me ayudaría después y mi capacidad para descifrar señales tardaría aún bastante en despertarse. La mezcla de anestésicos con más anestésicos no podía sino desenbocar en la catástrofe que fueron los meses siguientes.
Recuerdo que, durante una de aquellas correrías, nos acompañó un tipo por cuyo tabique nasal desfila buena parte de la producción de Colombia a lo largo del año, lo cual no es impedimento para que el tipo lleve a puerto una hazaña vital como pocas he conocido (no daré más detalles; solo que está en las antípodas del garrulo cocainómano de fin de semana que abunda por estos lares). “Tienes que enfocar, Mario, en-fo-car” me repitió todo el tiempo antes de que me descolgara del grupo aquejado de una severa falta de talante noctámbulo. Escuchar la palabra “enfocar” de la voz de un tipo con los ojos inyectados en sangre y la mandíbula fuera de eje era lo último que yo podía interpretar en aquellos momentos. Y sin embargo, fue la primera señal que recuerdo acerca de lo que serían mis próximos pasos.
Seguí descendiendo peldaños, aferrado a mi orgullo y al puedo superar esto yo solo. Me sumergí en un verano de perdición, atrayendo hacia mí todo lo malo que la sociedad pone a nuestra disposición en sus intentos de despistarnos para que no levantemos la liebre. Hasta que, durante mi enésima crisis, accedí visitar a la psicóloga. Aquello marcó un punto de inflexión, sin duda, y los meses de trabajo posteriores de los que he dado cumplida cuenta en estas páginas.
El descubrimiento de la meditación, gracias a una gran amiga, ha sido una de las piezas claves de este proceso. Y cuando reflexiono sobre los pasos que han conducido a mi sanación no puedo sino sonreír ante aquella señal que la vida me envió en el lugar y momentos menos oportunos: Enfocar; centrar la atención; dejar de vivir como si esto no fuera con nosotros...
Escuché a alguien muy sabio afirmar que nos hemos dado de codazos por estar aquí, por vivir esta experiencia; imperfecta (porque lo material así lo es) pero tan aleccionadora para nuestras almas... Sería una lástima desaprovechar la oportunidad.

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