Cuadro de Enrique Marty, inspirado en “El Conjuro” o “Las brujas” de Goya y la figura de José Lázaro Galdiano. Museo Lázaro Galdiano (muros exteriores), Madrid, 2014. Foto: www.nicolamariani.es
Una palabra cada vez más recurrente en el panorama expositivo actual – y especialmente en relación con los proyectos que se llevan a cabo dentro de la institución por excelencia, el museo – es la palabra “dialogo”. Diálogo entre épocas y disciplinas, artistas y estilos; entre el pasado y el presente, entre lo clásico y lo contemporáneo, lo céntrico y lo periférico, la conservación y la experimentación…
Vivimos en una época en la que los discursos públicos hegemónicos están cada vez más centrados en una convención, históricamente determinada y ampliamente aceptada, que describe nuestros tiempos como tiempos de la sociabilidad; la relación; la conexión; la apertura y la transversalidad. Este nuevo paradigma, que nos habla constantemente de atravesamiento de confines y superación de los límites canónicos, de reinterpretación y revisión de lo consolidado, se refleja en una manera nueva de concebir la actividad museística, menos rígidamente centrada en la función exclusiva de conservación de bienes artísticos y culturales. Al mismo tiempo, se van aflojando los cordones del criterio cronológico; un criterio lineal típico propios del modelo evolutivo positivista, que durante muchas décadas ha sido la estrella polar de la mayoría de las labores expositivas, didácticas y divulgativas del museo.
Al ser elemento de un sistema social mucho más amplio, y no una mera isla autorreferencial, el museo contemporáneo inevitablemente absorbe y refleja los grandes cambios que ocurren a su alrededor y que acaban plasmando sus actividades y su manera de concebirse, posicionarse y actuar dentro de dicho sistema. En este sentido, el museo ya no es aquel lugar normativo y jerarquizado en el que se guardaba celosamente el monopolio de los bienes culturales y donde se establecían verticisticamente los criterios oficiales del gusto. Como puso claramente en evidencia Pierre Bourdieu en 1969, la tradicional visión del museo como templo de las Bellas Artes responde a una visión arbitraria de la cultura y del arte: una visión que es, en primer lugar, el fruto de una concepción de la sociedad como algo organizado de manera piramidal. De hecho, dentro de este modelo elitista, la experiencia estética tiende a ser representada como un logro exotérico, destinado a un selecto grupo de iniciados, y que se consigue a través de la interecesión de un exiguo grupo de sacerdotes de lo bello.
En el artículo Semiosis del nuevo museo, la semióloga italiana Isabella Pezzini escribe: «La nueva museología, cuyas ideas en realidad empiezan a difundirse ya después de la Segunda Guerra Mundial, asigna por su parte un papel importante al visitante, al que reconoce un papel activo, respecto al pasado, en su modo de aproximarse al arte y disfrutar de los espacios a él consagrados. (…) La civilización de la información y la comunicación parece así haber elegido entre las instituciones de la civilización industrial, a fin de descubrir las aparentemente más tradicionales, los museos, y la idea misma de que son expresión, sometiéndolos a una profunda revolución de expresión y contenido, bien en lo que se refiere a su organización física, bien respecto a su razón social, que tiene que ver con las funciones histórico-patrimoniales de conservación, tutela, investigación y legitimación. A las clásicas funciones básicas del museo de preservar la memoria, exponer objetos y acoger al público, se han añadido otras muchas, de las que algunas pasan más desapercibidas, relacionadas con fenómenos como la globalización de los fenómenos artísticos y de los lenguajes de la arquitectura, el interés económico por la cultura, la ampliación del espacio turístico y la fuerte presión urbanística» (publicado en el texto El Museo, Casimiro libros, Madrid, 2014, pp. 55-56).
En primer plano: Elena Hernando Gonzalo (directora de la Fundación Lázaro Galdiano), Rafael Doctor (comisario de la exposición), Enrique Marty durante la presentación los medios de Reinterpretada 1. Museo Lázaro Galdiano (muros exteriores), Madrid, 2014. Foto: www.nicolamariani.es
Es bastante fácil darse cuenta de cómo el paradigma de la nueva museología, de la que habla Isabella Pezzini, se ha impuesto de facto en los últimos años. Diálogos artísticos; revisiones de colecciones; experiencias de apertura de espacios institucionales y talleres de artista; socialización del espacio y de los fondos museísticos; nacimiento de lugares inéditos, y de alguna manera heterodoxos, para la exhibición y la comercialización de obras de arte son fenómenos a los cuales nos vamos acostumbrando poco a poco.
Si nos referimos al caso español, podemos observar un caso concreto de aplicación de los criterios y de los métodos propios de la nueva museología en la línea programática denominada Nuevas Miradas, puesta en marcha, a partir del año 2011, por la Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes del Ministerio de Educación Cultura y Deporte. Con el objetivo primario de fomentar la actualización de la oferta cultural los museos estatales, este proyecto favorece una lectura contemporánea de sus colecciones históricas y artísticas. Dentro de este marco se han inscrito recientemente exposiciones emblemáticas como, por ejemplo, Bill Viola [en diálogo] y Entre el cielo y la tierra. Doce miradas al Greco cuatrocientos años después en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando o El aura de los ciervos, de Miguel Ángel Blanco, en el Museo del Romanticismo.
También podemos recordar programas expositivos organizados por otras instituciones, como el ciclo Conexiones, comisariado por Óscar Alonso Molina y llevado a cabo por el Museo ABC y la Fundación Banco Santander, donde se invita a artistas vinculados con el dibujo a desarrollar un trabajo site specific a partir de dos obras escogidas de entre los fondos de las dos instituciones; la muestra El Greco y la pintura moderna, que se pudo ver recientemente en el Museo Nacional del Prado, o Entre tiempos… Presencias de la Colección Jozami en el Museo Lázaro Galdiano. A propósito de esta última exposición, la comisaria Diana Wechsler, en el magnífico catálogo que se editó para lo ocasión, escribió: «Se trata de un ejercicio provocador desde el que se buscó – aunque sea por un instante – interrumpir la lógica histórica y percibir todo arte como arte contemporáneo. Sin embargo, podría replicarse ¿es que es posible ver de otra manera? ¿Es posible ver – incluso el arte del pasado más lejano – con una mirada que no sea la contemporánea? Creemos que no, que es esa mirada la que nos define; por lo tanto, es ella la que – más allá del conocimiento histórico que nos asista o entorpezca según los casos – habilita estos juegos anacrónicos propuestos en cada sala (…), presentando montajes que inquietan y contribuyen a reactivar la mirada frente a la inercia del ver» (p. 162).
Cuadro de Enrique Marty. Museo Lázaro Galdiano (muro exterior), Madrid, 2014. Foto: www.nicolamariani.es
Coherentemente con esta línea teórica y práctica, que quiere “reactivar la mirada” del espectador frente al arte del pasado que se conserva en el interior de sus salas, el Museo Lázaro Galdiano ha puesto en marcha recientemente un ciclo expositivo experimental llamado Reinterpretada. Comisariado por Rafael Doctor Roncero, este proyecto busca proporcionar nuevas lecturas y nuevas potencialidades de significación a las obras que integran los fondos de la Colección Lázaro. Con este fin, reconocidos artistas españoles contemporáneos están invitados a desarrollar in situ proyectos de exposiciones temporales, que reflejan su propia visión personal de la colección y proponen miradas rompedoras y sorprendentes hacia el museo madrileño.
Escultura, Escena exterior revelada 1, Enrique Marty, 2014. Foto: www.nicolamariani.es
El primer artistas invitado es Enrique Marty (Salamanca, 1969), protagonista de la exposición Reinterpretada1. Como explicó el comisario, en la presentación oficial a los medios de comunicación de la exposición, plantear y llevar a cabo este proyecto de reinterpretación de la colección por parte de Marty supuso un reto muy grande, porque los posibles efectos de la intervención del artista no estaban seguros y exactamente previsibles a priori. Comisario e institución, en este sentido, se han arriesgado en primera persona, tratando de que el artista pudiese llevar a las máximas posibilidades expresivas su personal diálogo artístico con la colección del Museo Lázaro.
La muestra, organizada por el propio museo, en colaboración con la Fundación Banco Santander y bajo el patrocinio de la marca privada de alimentos Tierra del Sabor (que ha cubierto todos los gastos de realización del proyecto), se articula según diferentes ejes formales y conceptuales. El primero de ellos consta de 16 grandes cuadros (acrílico sobre lienzo) expuestos en el muro exterior del museo. Expuestas a las intemperies y al riesgo que supone la colocación de obras de arte en plena calle, estas piezas plantean, y realizan concretamente, una apertura real, y ya no sólo simbólica, del museo hacia el exterior: hacia la ciudad y hacia un público compuesto por gente interesada, cierto es, pero también por centenares de transeúntes que cada día pasan por la calle Serrano por las razones más distintas. En este sentido, la lógica aplicada es, nada más ni nada menos, que la lógica del street art: un arte ubicado en plena calle; en un espacio público, a la vista de todos y literalmente al alcance de todos.
Cuadro de Enrique Marty. Museo Lázaro Galdiano (muro exterior), Madrid, 2014. Foto: www.nicolamariani.es
Estas obras están protagonizadas por personajes y situaciones en las que Marty evoca y reinterpret según su personal estilo artístico, un desbordante mundo iconográfico inspirado en los fondos de la colección; en el edificio del Museo Lázaro; en la figura del propio José Lázaro Galdiano y de su familia (que aparecen dentro de los cuadros entre otros personajes) y en conocidas obras de Goya, como el Aquelarre, y de otros artistas destacados, como por ejemplo Eugenio Lucas Velázquez, Lucas Cranach, Hieronymus Bosch etc. En palabras de Doctor Roncero, con estas obras el museo «acaba teniendo una sala más, que es la sala de la propia calle». Según el comisario, el reto de sacar el arte a la calle, de forma tan radical y directa, representa un hito dentro de la pintura española contemporánea, que tiende a lanzar puentes hacia la sociedad y hacia un público lo más amplio posible.
Otro eje vertebrador de la exposición se desarrolla en el interior del Museo. Está compuesto por obras “infiltradas”, que se encuentran distribuidas en las diferentes salas y disimuladas en las paredes, en el suelo y en las vitrinas. Se trata, en concreto, de ocho cuadros de pequeño formato, entre los que podemos recordar un retrato del mismo Lázaro Galdiano; 56 acuarelas, también de pequeño formato, distribuidos entre las salas y la escalera que comunica las tres plantas del edificio; tres instalaciones de la serie Escena exterior revelada; tres esculturas, entre la que destaca la magnífica Europa-Poseidón, y 35 piezas, de pequeño tamaño, llamadas “ídolos”, creadas especialmente para camuflarse entre las esculturas en oro, las joyas y otros objetos en bronce y plata expuestas habitualmente en las vitrinas.
Vista de acuarelas en la sala del Museo Lázaro, Enrique Marty, 2014. Foto: www.nicolamariani.es
Retrato de José Lázaro Galdiano, Enrique Marty, 2014. Museo Lázaro Galdiano, Madrid, 2014. Foto: www.nicolamariani.es
Hablamos de “infiltración” no por casualidad. De hecho, según Enrique Marty es justamente ésta la palabra clave de la exposición, junto con otra de la que hablábamos al principio de estas líneas: “diálogo”. En este sentido, desorientar al visitante, retándole a que vaya descubriendo cuáles son las obras antiguas y las infiltradas de Marty, es otro elemento característico de este proyecto experimental comisariado por Doctor Roncero. En varias ocasiones el artista ha pintado imitando el estilo de los cuadros que ya estaban colgados, para que encajaran perfectamente dentro de la colección y se confundieran con las otras piezas. En palabras de propio Marty: «he intentado hacer por un lado un homenaje al museo y al propio Lazaro Galdiano y por otro lado, una investigación profunda sobre su colección. Siempre he sido un visitante del Museo y para mí todo es contemporáneo, no distingo. Lo he planteado como un dialogo, como una infiltración. Podría hablar de contaminación, aunque esta palabra suele tener connotaciones negativas. Prefiero hablar de infiltración, porque hay obras que dialogan de tal forma que no se distinguen, es imposible».
Idolo “infiltrado” en una vitrina del museo, Enrique Marty, 2014. Museo Lázaro Galdiano, Madrid, 2014. Foto: www.nicolamariani.es
Recomendamos encarecidamente visitar este extraordinario dialogo que el infiltrado Enrique Marty ha creado ex profeso para despertar nuestra mirada contemporáneo hacia los tesoros conservados en el museo Lázaro Galdiano. La expo estará abierta hasta el próximo 5 de enero.