Revista Cultura y Ocio

Ensayo sobre el desayuno

Publicado el 08 junio 2015 por Molinos @molinos1282

Ensayo sobre el desayuno

Fotografía de Violeta Rodríguez

Desayunando. Me gusta desayunar en pijama, recién levantada y a ser posible sin tener que pronunciar palabra. Café con leche bastante negro con dos cucharadas de azúcar. Ni sacarina, ni stevia ni guarradas. La taza grande, muy grande y llena hasta arriba. Tengo varias tazas favoritas, así que no sufro si alguna está sucia u otro la ha cogido. Primero el café, la leche y al microondas. Me preocupa cero morir envenenada por mi propio café con leche. 
Zumo de naranja. Si puedo, tengo naranjas y encuentro el exprimidor, me lo tomo recién hecho. Si no puedo, no tengo ganas, no hay naranjas o estoy enfurruñada con el mundo, me tomo un zumo de tetrabrick. Soy consciente de que el zumo de naranja exprimido y el líquido naranja que venden no son ni de lejos la misma bebida, pero me vale algunas veces. 
Mientras espero que el café se caliente y las tostadas se hagan, me bebo el zumo del tirón, casi sin respirar. Si lo he exprimido (o me lo han exprimido...) cuando llevo la mitad del vaso, paro, me relamo y miro lo que me queda. Valoro la posibilidad de hacer más por lo bueno que está. A día de hoy, jamás me he hecho más zumo. Si es envasado me lo bebo al más puro estilo del Oeste, de un trago, y dejo el vaso en el fregadero. 
Las tostadas me gustan de pan de pan, pero si no tengo me las tomo de pan de molde. Es evidente que no soy de ideas fijas. Me gustan con mantequilla aunque sea difícil de untar y con mermelada de ciruela hecha en casa o de naranja amarga. Es imprescindible, necesario y absolutamente fundamental untarme las tostadas mientras están calientes. Puedo tolerar el zumo envasado y el café asqueroso, pero una tostada fría no es una tostada, es pan duro sin futuro, es masticar madera, astillas y serrín. Confieso que siempre unto mis tostadas las primeras, antes que las de las princezaz, contraviniendo la primera ley de la maternidad: "tus hijos son lo primero". Para mi, en mi desayuno, lo primero son mis tostadas calientes. 
Con el café caliente, el azúcar removido y las tostadas listas comienza el mejor momento del desayuno. Saborear la tostada mientras doy tragos al café y, si es posible, leo. Para mi gusto las tostadas siempre se me acaban demasiado pronto y, dependiendo del día, el lugar y la hora, me hago más o no. NI me planteo si engordan, no engordan, son grasa o van a atorar mis arterias; me da igual. Las tostadas son alegría de vivir. 
El café, mientras estoy con las tostadas, es una bebida para disfrutar. Cuando se acaban las tostadas se convierte en un remedio para el sueño atroz que me paraliza, un brebaje que me tengo que beber para activarme y ser capaz de articular palabra y ponerme la ropa del derecho, en lugar de llevar las etiquetas por fuera. Apuro la taza mientras termino la página y la guardo en el lavaplatos. Recojo la mantequilla, la mermelada, guardo el azucarero pensando que ya va siendo hora de cambiarlo y termino con mi ritual de desayuno. 
Nunca desayuno salado en mi casa. Sólo cuando tengo una resaca infernal de las de holgura craneal, espasmos musculares y ganas de morir súbitamente, mi cuerpo me pide tostadas con jamón de york y queso y zumo de naranja. Mi parte consciente, pequeña y arrinconada en una esquina de mi cráneo, se empeña en beber café pensando que me sentará bien y que es lo que toman en las películas para superar la resaca. Siempre es mala idea. El café me sabe amargo aunque le ponga una isla de azúcar como P. Tinto y si consigo tragarlo se dedica a crear un oleaje en mi estómago que va de marejada a fuerte marejada, hasta convertirse en mar gruesa que tengo que dejar salir. 
¿Qué dice mi desayuno de mí? Que es mi comida favorita y que me cuesta salir de casa. El desayuno es la comida más personal. Cada uno se lo toma de una manera y creo que lo que desayunas dice mucho de ti, para bien o para mal.  
"A mi por la mañana no me entra nada", te dicen muy serios mientras los ves engullir un café repugnante en un vaso de plástico asqueroso removido con un palo de plástico en la máquina de la sala de distensión de tu empresa. ¿No les entra un café de verdad en una taza de verdad, pero ese brebaje sí? Esa gente no es de fiar. 
"¿Tostadas?". Eso es malísimo. "¿Mantequilla? ¿Tú sabes el colesterol que da eso?" "Yo jamás tomo azúcar, siempre sacarina, ya me he acostumbrado". Todo esto te lo suele decir la gente que desayuna un té con algún nombre exótico después de haberse comido un kiwi y mordisqueado una galleta de fibra con jengibre con una pizca de queso fresco con sabor a aire. Es posible que mueran más tarde que yo y con las arterias más despejadas, pero sus mañanas deben ser tristísimas. Además, la fruta es postre, no desayuno. 
"¿Qué vas a hacer hoy? ¿Qué tal has dormido? ¿Me pasas el azúcar? ¿Quieres más tostadas? ¿Qué te apetece hacer?". Gente que habla durante el desayuno. Muerte y destrucción. 
Gente que desayuna de pie y vestidos, listos para salir, que convierte el placer maravilloso del desayuno en un trámite hecho a la carrera, sin previo, sin preliminares, sin mimo. Llegar, engullir y salir corriendo. Si todo lo hace así en su vida... mal. 
Adoro el desayuno. No soy Audrey Hepburn, no lo quiero con diamantes ni en la cama. Hazme un zumo, tostadas calientes y no me hables durante un rato y me habrás conquistado. 

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