Revista Cultura y Ocio

Ensayo sobre el microondas

Publicado el 21 octubre 2015 por Molinos @molinos1282
Ensayo sobre microondasEl microondas es como vivir en pareja 
Hay gente que no vive en pareja porque no quiere, considera que es peligrosísimo para la salud, para su vida, que eso no es para ella y que mucho mejor cada uno en su casa y todos tan contentos. Lo mismo pasa con el microondas, hay gente que no quiere microondas, que no lo usa porque es peligroso para la salud y las ondas pueden matarlo. Me parece bien, es una opción tan buena como no tenerlo porque no te cabe, no te va con los electrodomésticos o cualquier otra chorrada... aunque más arriesgada. La buena noticia es que los efectos malvados de las ondas del microondas no les matarán en sus casas, la mala es que en los restaurantes, en el colegio de sus hijos y en otros mil sitios sí usan los microondas y sus ondas malvadas para calentar o cocinar comida que esas personas se comen... pero oye, cada uno se engaña con lo que quiere. 
El microondas es un electrodoméstico prometedor. Es como los novios. Los ves ahí colocados, flamantes y nuevos e imaginas una vida de amor y convivencia en la que todo sea armonía.  El primero que tienes (ya sea en un pasado remoto en casa de tu madre o en pasado menos remoto en tu propia casa) parece algo prometedor y lleno de posibilidades. Un mundo nuevo... Lo miras, te gusta y piensas "juntos vamos a hacer grandes cosas". No hace falta que sea el más caro ni el más brillante; es el tuyo, el que te ha hecho tilín y te gusta. 
Poco a poco, la realidad se impone y las "grandes cosas" se transforman en la rutina cotidiana de pequeños gestos que también mola mucho. Levantarte hecho un gremlin, llorando de sueño, llegar a la cocina, sacar la taza, echar el café, abrir la nevera para coger la leche... y después sin pensarlo, sin saberlo, pulsar el botón que abre la puerta, meter la taza y darle al botón. El sonido familiar de las ondas malignas llena tu cocina y tú te dedicas entonces a preparar el resto del desayuno o a contemplar el (in)finito de tu cocina con mirada de foca monje, esperando el "ping". La puerta se abre y entonces tu maravilloso compañero de rutina te devuelve el líquido asqueroso (si no habéis probado a beber café frío a las 6:30 de la mañana... no lo hagáis) convertido en el maná, en la poción mágica que te hará empezar a ser persona. 
Todo es rutina, todo funciona. Has abandonado los grandes proyectos y las grandes cosas y estás cómodo con tu microondas. Vas a otras casas, ves otros microondas. Algunos parecen más cutres, otros más sofisticados, algunos son preciosos y fantaseas sobre cómo quedarían en tu cocina, otros sabes que están completamente fuera de tus posibilidades y piensas que estás bien, que te gusta el tuyo y que no necesitas nada más.
Tu microondas no hace grandes cosas; a lo mejor sí, si lo cuidaras, mimaras y tuvieras detalles, pero no hay tiempo ni ganas. Estáis bien así. Calienta, pita y sacas lo que sea. Ya no tienes ni que mirarlo. Los números se han borrado, el cristal ya no es traslúcido, hay botones que no sabes (y puede que nunca supieras) para qué sirven... pero es tuyo y te gusta. 
La rutina en algún momento se estropea. El microondas empieza a fallar. Cosas impensables empiezan a ocurrir. Pita demasiado tarde y te abrasas, pita demasiado tarde y al sacar la taza el café sigue congelado. La rueda misteriosa que nadie controla pero que todo el mundo gira se atora. El botón de abrir la puerta se resiste y es necesario golpearlo con fuerza pero no demasiada, porque entonces se cabrea y lanza la tecla. No quieres verlo, te resistes. "No importa que de vez en cuando no caliente". "No importa que no vea los números". "¿Eso que hay ahí era el dibujo de una taza?", pero lo dejas pasar...
El momento final llega y empiezan las dudas. ¿Busco otro? ¿Uno mejor? ¿Uno más caro? ¿Uno más barato? Ya sabes que los grandes planes no se cumplirán y que con uno sencillo y que sea cumplidor tienes más que suficiente. Y vuelta a empezar. 
Conozco casos de gente que después de una primera experiencia traumática “no me tenía en consideración, la grasa del pollo que calentaba la comida aromatizaba mi café de la mañana” al dar sepultura a su microondas... y en un acto radical de ruptura con todo, arrancó el enchufe, le arrancó la puerta y lo convirtió en un especiero. 
También hay gente que tiene (tenemos) muchos microondas en nuestra vida y francamente es un follón.  Hay que recordar los usos y costumbres de todos, cuál necesita mimos previos, cuál es más de aquí te pillo aquí te mato, cuál es mejor no calentar demasiado porque se desborda, cuál es más bien lento y se toma su tiempo. Es fundamental conocerlos a todos y no equivocarse. Nada peor que poner excesivo tiempo en un microondas de calentamiento ultrarrápido para que tu comida entre en ebullición y el túper en el que la guardas se funda y ya no haya solución para esa relación. 
En fin, lo mismo lo mejor es no tener microondas. O uno de confianza. O muchos. O calentar la comida con carbón. O comer frío. O solo cosas crudas. O mejor, la dieta paleolítica. O sólo cosas que caigan de los árboles. 
Pero ¿qué hacemos con el café? 

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog