Revista Cultura y Ocio

Ensayo sobre la almohada

Publicado el 19 enero 2018 por Molinos @molinos1282

Ensayo sobre la almohadaHablemos de almohadas. 
La búsqueda de la almohada perfecta es como la del Santo Grial, algo que solo te importa cuando eres mayor, cuando te conviertes en Sean Connery. De niño puedes dormir con el cuello totalmente tronchado y conseguir horas de sueño reparador de las que te levantas sin que tus cervicales hayan decidido convertirte en una cariátide. De niño, el dolor de cuello solo se concibe si viene alguien y te decapita. Uno de los amigos imaginarios de mi hermano pequeño, el famoso Gortel bueno, solo podía girar el cuello en un mínimo ángulo porque Gortel malo se lo había cortado con un cuchillo y al volvérselo a colocar la amplitud rotatoria se había visto muy afectada. A lo que iba, de niño te da igual dormir en una almohada de los Picapiedra. Todo su interés se reduce a lo que puedes esconder debajo, a lo que puedes encontrar debajo (Hola Ratón Pérez) y a poder luchar con ellas.  
De adolescente se estila más dormir boca abajo y si es posible con los brazos descolgados. Sospecho que este nuevo contorsionismo para dormir responde a la súbita pesadez de las extremidades que hace que los adolescentes se muevan a una velocidad incompatible casi con el concepto movimiento y que no se sienten, se desplomen. La almohada pasa de ser algo que no te importa un pimiento a ser algo que molesta, que sobra. (Yo jamás he dormido boca abajo porque la adolescencia, además de dotarme de pesadez de miembros me trajo de bonus track un par de pechos incompatibles con el concepto "boca abajo"). La única utilidad de la almohada en la adolescencia está en poder hacer algo con ellas como en las películas: fiestas pijamas o guerra de almohadas que terminen en otras cosas. 
Más adelante llega el momento en el que todos nos convertimos en princesas del guisante. Todo pasa a ser fundamental para dormir: el colchón, las sábanas, optar por manta o por edredón y en el top de las exigencias está la almohada. Todavía recuerdo cuando en mis tempranos veintitantos en un hotel, en Sevilla, descubrí un menú de almohadas. Pensé "qué chorrada más grande". Mi reino por un menú de almohadas ahora. En realidad mi sueño sería un buffet libre de almohadas.  
He llegado a la conclusión de que la almohada perfecta no existe. O, mejor dicho, existe pero esa cualidad de perfección no permanece inmutable en el espacio y en el tiempo. La que es perfecta hoy es muy probable que no lo sea dentro de dos días, cuatro semanas o seis meses. Por eso cada vez tenemos más almohadas en la cama, no es por moda o porque queramos "hacer de tu casa el perfecto refugio de invierno". Tenemos superpoblación de almohadas porque las coleccionamos igual que el viejo cruzado de Indiana Jones coleccionaba griales, por si suena la flauta.  Tienes cuatro almohadas en tu cama y con suerte, con mucha suerte, cada noche una de ellas es la perfecta. Un día la necesitas casi imperceptible, otro día mullida para que te acoja, otro quieres la cervical (que llegó a tu casa de una manera que no quieres recordar) porque en algún sitio has leído que para la contractura en el cuello que te está matando es mejor una almohada que te mantenga el cuello recto, otro la quieres tan blanda que al hundir la cabeza en ella los lados esponjosos te ahoguen, otro las quieres todas en una composición conjunta que te mantenga erguido para no ahogarte en tus mocos y un día la quieres caliente y otro te encuentras en mitad de la noche reptando como un marine frotando la cabeza contra todas tus almohadas intentando encontrar una que permanezca fresca a ver si así consigues que los pensamientos que se te están haciendo bola se aireen.  
Ahora mismo ando a la caza de la almohada perfecta para mi nueva cama. En esta nueva cama, en mi nuevo cuarto de adolescente he decidido dormir en medio del colchón. Ya no soy de un lado ni del otro, toda la cama es mía y eso me ha llevado a replantearme el mundo almohadas. Mi cuerpecillo curtido en años de compartir cama y en la querencia de preferir un sitio tiende a escabullirse hacia uno de los lados (el izquierdo mirando desde los pies) y, por eso, necesito más de una almohada perfecta, un par por lo menos.  Una para apoyar la cabeza y otra para corregir mi postura, que me impida deslizarme hacia mi antiguo lado, que se deje abrazar, patear o que se esté quieta haciéndose la muerta ocupando cama y manteniendo la temperatura. Que sí, que eso también lo hace una pareja pero es que no quiero dormir con alguien todas las noches. Necesito una almohada bulto que no se ponga celosa cuando sí duermo con alguien. 
Cuando consiga esto, me lanzaré a la siguiente etapa, encontrar una almohada que se adapte mágicamente, encogiéndose o creciendo, a los distintos tamaños de fundas que tengo. 
Por soñar que no quede. 

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