The Extraction of the Stone of Madness 1480 by Hieronymus Bosch
Querer entender, pretender comprender cuando leemos o estudiamos un escrito nuevo, o cuando nos iniciamos en el camino de una nueva disciplina, es más un obstáculo epistemológico que una legítima herramienta de lectura.
Se tiene la idea de que si en una clase algo entendemos, ello significa que algo hemos aprendido y que si no entendemos nada, nada hemos aprendido. Pero hacer inteligible un tema o un escrito no tiene que ver necesariamente con su comprensión. Es conocido el caso en el que Einstein se ve en la situación de explicar la teoría de la relatividad a un grupo de estudiantes. Los estudiantes al no comprender sus primeras explicaciones, le piden al maestro que lo haga más sencillamente. Después de varios intentos y simplificaciones, los alumnos dicen por fin “ya entendimos”, a lo que Einstein responde: “Bueno, pero esto que habéis entendido ya no es la teoría de la relatividad”.
Si el maestro sólo tiene como propósito que sus alumnos entiendan, tendrá que hacer demasiadas concesiones a la ideología, es decir, tendrá que ceder en sus palabras para poder mantener la “buena opinión” de sus alumnos. La ciencia, como dice Bachelard, en La formación del espíritu científico, “tanto en su principio como en su necesidad de coronamiento, se opone en absoluto a la opinión”. La opinión, la doxa, no puede pensar lo nuevo, por ser un pensamiento ideológico, es decir, por ser una forma de pensar que se opone a su transformación. Un pensamiento nuevo es aquel que opera una ruptura con las opiniones comunes de la ideología.
De este modo, no podemos estudiar conservando intactos nuestros prejuicios, nuestras ideas acerca de cómo se aprende: pensando que se aprende si previamente entendemos. Y ello porque nuestra opinión es un obstáculo epistemológico. Nuestra opinión, afirma Bachelard, “es el primer obstáculo a superar. No es suficiente”, por tanto, “rectificarla en casos particulares, manteniendo un conocimiento vulgar provisorio.”
Spinoza da un paso más que Kant, cuando nos dice que al conocer no sólo se transforma el objeto de conocimiento, sino también el sujeto que conoce. No podemos aprender nada nuevo si no nos transformamos en la tarea de aprender. Por ello si la lectura no transforma al lector, podemos decir que no ha habido lectura.
Entender cómo todo trabajo tiene un tiempo, un proceso, es decir, es fruto de una construcción. Comprender, por tanto, no puede ser un punto de partida, sino un lugar al que siempre estamos por llegar. Si es nuestro punto de partida, comprender se convertirá en un obstáculo en nuestra tarea de estudiar o de aprender. Si estudiamos sólo aquello que podemos comprender, sólo podremos aprender cosas conocidas, familiares. Pues en el esfuerzo por comprender nos oponemos a lo nuevo que se nos dice, comparándolo con lo ya conocido; de forma que se pierde la novedad. Ningún nuevo conocimiento, ningún nuevo saber podremos alcanzar de este modo. Podremos A = A, que es un conocimiento que no añade nada a lo que ya sabemos, pero no A = B, que siempre nos dice algo nuevo.
La ambición por comprender es también la ambición de cerrar una cuestión, de responder una pregunta, de acabar con la complejidad que se nos plantea. Estudiar, investigar, leer son propuestas de transformación del sujeto que estudia, que lee, que investiga. Por eso es que estudiar no se propone dar por terminado lo complejo, sino que inaugura la serie en la que el sujeto se ha de ir transformando, en la que ha de dejar de ser idéntico a sí mismo, entregándose a nuevos pensamientos.
Ruy Henríquez
Psicoanalista
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