Revista Arte

Entre un hombre y un Dios, entre una historia y una leyenda, entre una descreencia y una fe.

Por Artepoesia
Entre un hombre y un Dios, entre una historia y una leyenda, entre una descreencia y una fe.Entre un hombre y un Dios, entre una historia y una leyenda, entre una descreencia y una fe.
Entre un hombre y un Dios, entre una historia y una leyenda, entre una descreencia y una fe.Entre un hombre y un Dios, entre una historia y una leyenda, entre una descreencia y una fe.
Entre un hombre y un Dios, entre una historia y una leyenda, entre una descreencia y una fe.Entre un hombre y un Dios, entre una historia y una leyenda, entre una descreencia y una fe.
Después de que Judea fuese arrasada completamente por los romanos dirigidos por Tito Flavio en el año 70 d.C., los judíos huyeron en todas direcciones. Muchos de ellos hacia el Mediterráneo, lo cual les llevaba a Occidente, muy lejos de allí. Es por lo que estas comunidades hebreas se asentaron en la Galia, en Italia y en la Hispania romanas. Con los años se integraron en esos pueblos y en su Historia, sin embargo nunca dejaron sus creencias rabínicas y talmúdicas. Así hasta que en el reino aragonés de Jaime I se iniciaron ya las disputas o controversias entre el judaísmo y su antagonista y triunfante -aunque heredera- creencia cristiana. Según cuenta la Historia, la primera disputa se celebró en París en el siglo XIII, en ella los que propiciaban el enfrentamiento eran los conversos -antiguos judíos que se habían convertido al cristianismo- y los rabinos judíos, acostumbrados a la polémica y el ejercicio de la sabiduría.
En 1263 el rey aragonés permitió que en Barcelona se celebrara una famosa disputa, para la que invitaron al rabí Moshe Ben Nahma y al converso Pablo Cristiani, conocedor además del Talmud o libro de enseñanzas y sabiduría hebreas. En esta famosa disputa, el rabino trató de exponer que los sabios judíos que escribieron el Talmud lo hicieron después de la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70. Que este escrito hebreo relata, en uno de sus libros, la vida de un personaje judío al que se le llamó Ieshú, y que vivió ya en el año 90 antes de la era cristiana. Que fue hijo de un amor adúltero entre una judía llamada Miriam y un romano, y que la madre tuvo que ocultar el origen de su hijo para no ser culpada y evitar así que fuese un bastardo. Y que, además, por causa del cruel rey de Judea de entonces, Janeo (reinó entre el 103 a.C. y 76 a.C.), tuvo que huir a Egipto con su maestro el Rabí Perajiá, donde se inició además en la brujería y en la idolatría. 
De vuelta a Israel con el Rabí pararon en una posada en donde, por causa de una confusión con las palabras de su maestro, Ieshú fue amonestado por el Rabí. Entonces, todos los días iba Ieshú a disculparse al Rabí, pero éste aún no lo aceptaba. Un día más fue a disculparse cuando el Rabí estaba en medio de una plegaria, éste le hizo una señal de que se esperase, pero Ieshú lo interpretó como que seguía negándole la disculpa. Salió airado, levantó una piedra y comenzó a adorarla, en un gesto claro de idolatría. Desde entonces frecuentó la magia y trató así de apartar a muchos de Israel a sus ideas idólatras. Luego el Rabí Perajiá fue a buscarlo y a perdirle que se arrepintiese. Pero Ieshú le contestó: No, he aprendido de ti que aquél que peca y ayuda a pecar a otros no tiene derecho a arrepentirse. La verdad es que la enseñanza del Rabí no era esa, Ieshú la malinterpretó. La verdadera enseñanza del Rabí era: que Yavéh no le ayudaría a arrepentirse, pero que si la persona decidía hacerlo por si sola, aun a pesar de que le resultara mucho más difícil, Yavéh le perdonaría. 
Continuaba el Talmud relatando que Ieshú llegó a tener sus propios discípulos, cinco, y que, entonces, un tribunal judío lo encontró culpable de idolatría, brujería y corrupción moral contra el pueblo de Israel. Que nadie se presentó a defenderlo, y que fue condenado a dos penas de muerte de acuerdo a la Ley, apedreado y colgado. En la víspera de la fiesta que conmemora la salida del pueblo israelita de Egipto, su cuerpo herido fue colgado de un madero hasta su muerte. Moshe Ben Namah reconoce que el Cristo crucificado por los romanos ciento veinte años casi después no es el mismo relatado en el Talmud, pero que es el único que relata. Ben Namah opone a los cristianos el argumento que los sabios talmúdicos nunca creyeron que el mesianismo de Jesús fuese tal, ya que se mantuvieron y siguieron con sus antiguas y propias creencias. El converso Pablo Cristiani arremetió con sus diatribas del que está del lado de la razón y del Estado. Cuentan que el rey Jaime I le ofreció unas monedas al Rabí por las molestias y le llegó a decir: Jamás había visto a un hombre equivocado razonar tan bien como tu lo has hecho.
El teólogo alemán Karl Bultmann (1884-1976) culminó las teorías que se iniciaron ya en el siglo XVIII para establecer la primera de las Búsquedas del Jesús Histórico, y que se desarrollaron entre 1774 y 1953. Este teólogo y erudito alemán dijo una vez en 1964, que todo lo que sabemos de Jesús cabe en una hoja de papel. La información que disponemos de Jesús sólo proviene de tres medios, los Evangelios sagrados, los apócrifos y los testimonios históricos de pasada de Flavio Josefo (39-101), Plinio el joven (62-113), Tácito (55-120) o Suetonio (70-126). Josefo llega a mencionar claramente:  y le llamaban el Cristo, fue condenado a la pena capital por el procurador Poncio Pilatos. El teólogo Bultmann afirmaba que lo mejor era "la no-búsqueda", pues los evangelios no bastaban para justificar al personaje histórico, y de este modo defendía mejor centrarse en el Cristo de la fe, no en el Jesús histórico.
Unos veinte años después de la condena de Jesús, los cristianos consiguen con Pablo de Tarso (10-67) una verdadera diferenciación con la antigua religión judaica. Éste heleniza el mensaje, pero, sin quererlo probablemente así, el gnosticismo, tan influido por Platón y sus escuelas filosóficas posteriores, viene a condicionar y a maquillar el reciente cristianismo, aún no aceptado por el orbe romano dominante. La realidad es que esta filosofía neoplatónica, mistérica y dualista, tuvo en algunos cristianos influyentes e ilustrados una influencia que motivaron las primeras controversias sobre la realidad de Jesucristo. Así, unos decían que sólo era Dios, que su cuerpo no era humano sino una representación fantasmal y que por tanto no pudo sufrir. Otros, que era un simple ser humano, elevado a una dignidad casi divina luego de su muerte. Los concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381) trataron de ordenar y frenar todas las diversas tendencias en beneficio de una sola: Jesucristo es eterno y consustancial  con Dios, una persona y dos naturalezas. 
Nunca se ha podido demostrar su existencia, sólo el Arte ha materializado su rostro y, así, plasmada su naturaleza humana, la que llega más, la que le hace, a diferencia del Dios judío, más creíble por más cercano, más tangible, más común y sufriente. Una extraordinaria teoría que el obispo Osio de Córdoba (256-357) consiguió enfrentar ya al argumento monofisita del presbítero Arrio (256-336) en Nicea. Desde entonces ha prevalecido, y así, de modo genial -en su acepción más fantástica-, pudo salvar la difícil cuestión que ha continuado hasta ahora, ¿quién fue realmente Jesús de Nazaret?
(Cuadro Cristo coronado de espinas, 1510, Lucas Cranach el viejo; Óleo del pintor catalán Joan Abelló i Prats, Jesucristo, 1955; Óleo de Georges Rouault, Cristo, 1938; Cuadro Cristo expulsando a los mercaderes del templo, 1600, El Greco; Cuadro Jesús ante el sumo sacerdote, 1616, Gerrit van Honthorst; Óleo Ecce Homo, 1510, Antonio Allegri.)

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