De pronto, Reyes apareció delante de mí. En su voz se distinguía una advertencia tan desesperada, una decisión tan inamovible, que vació el escaso aire que quedaba en mis pulmones. Espada en ristre, se inclinó y dijo:—No me obligues a matarte.
Avanzaban. Reyes se puso delante de mí, listo para enfrentarse a ellos. Angel se materializó a mi lado, con los ojos desorbitados por el terror. Ye en ese preciso instante comprendí hasta qué punto la había cagado. Tendría que haber escuchado a Reyes. Tendría que haber hecho caso de sus advertencias.
