—Hay muchas palabras definidas en Barbarismos que me llevaron a algunos poemas tuyos.
Joven que en su definición es un “Individuo a punto de perder algo que aún no sabe qué es”, me llevó al poema La gotera que dice “La juventud no acaba con la edad sino con la certeza de algún daño”. Bípedo que en Barbarismos se presenta como una “Criatura que hubiera preferido volar” me hizo pensar en el poema que dice “Un pájaro terrestre es un hermano casi”. Música que en una de las acepciones figura como “realidad muy concreta que algunos incautos consideran abstracta” me llevó instantáneamente a los versos que exponen “Decimos que la música es abstracta”. Internet que se define como “Éter superpoblado” me hizo pensar en el poema de No sé por qué que dice “Soy efímero, efímero… Lameré la pantalla, quiero ver”)… Y me preguntaba si esta casualidad fue producto de un proceso realmente consciente. Y lo segundo, ¿solés enfrentar los mismos temas desde los diferentes géneros que trabajás?—Creo que muchas veces lo más brillante que tiene un libro es su lector; y, desde este punto de vista, cuanto más inquieta y asociativa sea la lectura más excede un libro las intenciones de su autor. De hecho, creo que es ahí cuando un libro adquiere su verdadera significación. Si fuéramos justos entrevistaríamos a los lectores del libro; porque, como decía Valery, los autores demasiado empeñados en tener claro lo que van a decir rara vez son conscientes de lo que han dicho. Eso lo dijo en el prólogo de El cementerio marino que es uno de esos libros que no dice nada hasta que es leído por varios lectores que discrepan entre sí. Por eso es muy significativo que lo haya dicho en el prólogo de ese libro que es un monstruoso ejercicio de hermenéutica, en el que no hay dos lectores que lo interpreten igual. Es un libro particularmente necesitado de descodificación.
»Por otro lado me gusta que las recurrencias y los temas que se manifiestan obsesivamente en la obra de un autor no sean tanto parte de un programa como de sus inclinaciones inconscientes. Creo que la coherencia de una obra, la más genuina, es la interna. Sería la diferencia entre la coherencia y el programa. Un programa es una intención demasiado evidente de interconectar tus libros, a manera de mosaico, y creo que ahí se pierde algo auténtico que es la contradicción. Para mí la coherencia más valiosa es aquella que te vincula dos libros que en tu intención eran opuestos; y ahí está la coincidencia sincera de un autor, que es la que sucede a pesar de él. Y en ese sentido, lo que tú comentas, yo muchas veces lo noto cuando estoy corrigiendo el libro. Y digo “Pero bueno, ¿estás tú aquí otra vez?” Y cuando sucede eso entonces desconfío un poco menos de lo que es.
»Todas las asociaciones que has mencionado me han parecido inmediatamente oportunas y concuerdo con ellas, pero la mayoría de ellas no las había pensado mientras las escribía. Por ejemplo, cuando terminé El viajero del siglo hubo una repercusión entre los lectores que no imaginaba que derivó en tener que hablar durante meses de ese libro. Esto me llevó a hacerme la promesa de que la siguiente novela sería una refutación de ese libro y no una continuación, como antídoto a esa tentación que yo mismo pudiera tener de continuar por el mismo camino. Si El viajero del siglo era un ejercicio de despliegue de la tercera persona, Hablar solos sería un cruce de monólogos; si El viajero del siglo era una novela larga y de desarrollo lento, la siguiente sería breve y veloz; si El Viajero del siglo es una reflexión sobre los vínculos entre el presente y el siglo XIX, Hablar solos sucede ahora, hoy mismo. Y a pesar de esto que te digo, cuando me puse a corregirla vi que estaba el tema de la frontera, que estaba el tema del espacio imaginario en el que todo el mundo es extranjero… vi que estaba el tema de la lectura como traducción, y de la traducción como ejercicio sexual… y entonces, pensé: “pero bueno ¿otra vez con lo mismo?” Pero esa coincidencia al ser a pesar de mí me pareció por tanto la única insistencia verdadera que uno pueda tener: la que sucede a pesar de que hagamos todo lo posible por evitarla. Lo demás, como te digo, sería acercarse peligrosamente a la fórmula, y eso ya tendría menos que ver con la literatura que con la comodidad.
—¿Y por eso siempre manifestás una oposición rotunda a que te incluyan en un estilo literario, porque sos una persona que siempre está rescribiéndose?
—Es que no quiero saber cuál es mi estilo. Me gustaría morirme sin saberlo, o que mi estilo fuese ese: la búsqueda del estilo. En el momento en que un escritor crea saber cuál es su estilo inevitablemente va a entrar en un terreno con menos dudas y menos preguntas. Si uno sabe cuál es su estilo tiene gran parte de la escritura resuelta y a mí me gusta pensar que la escritura ensancha los conflictos en lugar de disolverlos. Los ensancha pero hace algo fértil y estético con esos conflictos. No se trata de autoflagelarse con los problemas sino hacer algo con ellos; pero de ningún modo reducirlos o resolverlos. Entonces, siento que si yo dijera de pronto “mi prosa es la de El viajero del siglo” o “mi manera de versificar es la de El tobogán” inmediatamente tendría demasiadas preguntas respondidas al empezar el siguiente y eso me parecería decadente. Ahora, otra cosa es que alguien que inquieto e inteligente vaya y diga “mira este libro se conecta con este”, “este poema reaparece en este cuento” eso ya pertenece al reino del psicoanálisis y sobre eso, como decía Wittgenstein, es mejor no hablar.
Los invito a leer toda la entrevista en el blog Poemas del Alma.