Revista Libros
Entrevista a Cees Nooteboom: "no sé si la poesía debe ser explicada…"
Publicado el 14 noviembre 2012 por Lilik
Cees Nooteboom pertenece a una estirpe de escritores europeos que, como Elias Canetti o John Berger, se relaciona más con una suma de tradiciones fundamentalmente europeas que con una única nación. Muchas veces candidato al Premio Nobel de Literatura, es autor de más de cincuenta títulos, serie que comienza con la publicación de Philip y los otros (1954, y traducido al castellano y en 2010) y llega hasta Los zorros vienen de noche (2011). Sus novelas, cuentos, relatos, poemas, libros de viajes y ensayos son todos géneros que confluyen en Tumbas de poetas y pensadores (2007), realizado en co-autoría con su esposa, la fotógrafa Simone Sassen, con quien ha recorrido el mundo entero para visitar las sepulturas de grandes escritores y filósofos de todas las épocas. Cuando se le pregunta cuál fue el origen de ese libro, Nooteboom responde: “El origen fue mi amor por Proust”, y ahí comienza una de las tantas historias que, dada la naturaleza digresiva de su charla, quedará contada a medias.
Sí, fuimos al cementerio de Pere Lachaise, en París, y yo le pedí a mi mujer que tomase una foto de la tumba de Proust. Y como salió muy linda, uno empieza a pensar… Después en los Estados Unidos, fuimos a la tumba del poeta Wallace Stevens, por quien siento un gran amor y... dicho sea de paso, descubrí en la revista Sur que Borges ya lo había traducido en 1944. Es increíble que estando en Buenos Aires, él lo haya encontrado en una fecha tan temprana.
-Permítame decirle que Borges reseñó “At Swim Two Birds”, la primera novela del irlandés Flann O’Brien, en 1938, seis meses después de su publicación en Dublín, cuando casi nadie se había enterado sobre la existencia de ese autor y de ese libro.
-Sí, sé que esas cosas están saliendo a la luz. Y es asombroso, porque en esa época no existía el New York Review of Books, no había Internet, por lo que el mérito es todavía mayor. A ver si me explico mejor: jamás diría que Buenos Aires en esa época estaba alejada del mundo, pero convengamos que estaba más concentrada en París que en los países de lengua inglesa. Por eso me resulta tan asombroso lo de Borges. ¿Cómo hacía para descubrir esas cosas? Porque puedo entender incluso que se interesara por Faulkner, pero me intriga saber cómo descubrió a Wallace Stevens. -¿Y usted, qué es lo que encuentra en Wallace Stevens?
-Me fascina porque creo que era un filósofo –y no uno cualquiera– que consiguió llevar muy bien su pensamiento a la poesía. Como usted sabrá era un hombre de negocios, también un hombre de derecha. Y sin embargo, nada de eso importa cuando uno lo lee… Bueno, se podría llegar a creer que Stevens era cosmopolita porque, aparentemente sabía todo sobre la vanguardia francesa, pero lo curioso es que nunca fue a Francia ni a ningún otro lado. Sólo viajó a Cuba, donde vivía ese hombre, Julio Feo. El y Stevens mantuvieron una correspondencia muy interesante. Las cartas del cubano empezaban siempre con “Dear Don Wallacio” Y este Julio Feo, que debió ser muy joven, le escribió sobre Proust. Stevens en su última carta dice algo sobre una vaca en su jardín. Stevens buscaba el contacto con la vida real. Y el joven de alguna manera se lo aportaba… En fin, las ideas de Stevens me parecen muy interesantes; en cierto modo, una ficción suprema.
-Volviendo a “Tumbas de poetas y pensadores”…
-Sí, claro. Llegó un momento en que tenía diez fotografías de tumbas de escritores famosos y me pregunté qué tal si hacía un libro con eso. Había entonces que buscar dónde estaban esos poetas y pensadores. Por ejemplo, yo había traducido a César Vallejo al neerlandés…
-Sé que tradujo a varios poetas… A Antonio Machado, a Jaime Gil de Biedma, del italiano lo traduje a Cesare Pavese…
-Pero volvamos a Vallejo.
-Sí, Vallejo también No todos sus libros, pero sí muchos poemas. ¿Y dónde estaba Vallejo? Me puse a buscar. Yo sabía que había vivido y muerto en París, pero, ¿dónde estaba enterrado? ¿Y dónde estaban Strindberg o Pushkin? Fui averiguando esas cosas poco a poco.
-¿Qué observó de particular en las tumbas?
-Diría que hay algo así como dos especies de tumbas. En las tumbas de los que yo llamo “escritores latinos” siempre hay algo así como altares animistas. En la tumba de Vallejo, que está en el cementerio de Montparnasse –el mismo cementerio donde está Julio Cortázar– había un lápiz, papel y, por curioso que parezca, guantes de lana. En la tumba de Cortázar alguien había puesto una botella de ajenjo. En la de Samuel Beckett –que no es latino, pero que para mí pertenece a ese grupo– había un libro. Y uno se pregunta qué piensa la gente. ¿Que a la medianoche sale Beckett y recoge el libro? Y Antonio Machado… Ah, Machado está en Colliure, en el sur de Francia. Delante de su tumba hay un buzón de cartas. Es un buzón oficial y, como cuando fui no había nadie, pude abrirlo un poquito. Había por lo menos unas diez cartas. Entonces, ¿qué piensa la gente que le deja cartas a Machado? ¿Qué las va a leer?
-¿Cuáles son las otras tumbas, ésas que no son “latinas”?
-Las alemanas, por ejemplo.
-¿Y cuál es su teoría respecto de las diferencias que hay entre las tumbas “latinas” y las “alemanas”?
-No tengo una teoría, aunque diría que los alemanes –tanto los católicos como los protestantes– no son propensos al animismo. Esas tumbas alemanas son más severas. Pero quizás la nomenclatura se preste a error, ¿no? Vea Eugenio Montale, por ejemplo. A pesar de que Montale es italiano y, por lo tanto, católico y latino, su tumba está en un muro y, en consecuencia, no puede hacerse nada con ella.
-¿Qué otras cosas registró?
-Los malentendidos. La tumba de Joseph Brodsky, por ejemplo, en el cementerio que hay en la isla de San Michele, cerca de Venecia. Ahí había una cruz católica, pero Brodsky era judío. Con Elías Canetti pasó lo mismo, en su tumba había una cruz. Y, fíjese, la segunda vez que fuimos a ese cementerio, un año más tarde, las cruces habían desaparecido y las tumbas tenían lápidas comunes.
-Entiendo que la tumba de Brodsky no está lejos de la tumba de Ezra Pound.
-Efectivamente, Brodsky está cerca de Pound y Canetti está muy cerca de Joyce.
-Es la división del inframundo.
-Usted sabe que Canetti estaba furioso porque se tenía que morir. Realmente furioso. Y se nota en su firma, que es la que usaron para su lápida. También, en el caso de Robert Graves usaron su firma para la lápida.
-¿Borges dónde entra?
-Bueno, la tumba de Borges, que está en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, tiene apenas una lápida. Lleva una inscripción en anglosajón. El que me tradujo lo que dice fue Alberto Manguel.
-¿Sabe que acaba de salir un libro justamente sobre ese tema? Se llama “Siete guerreros nortumbrios” y es de Martin Hadis.
-Tengo que tener ese libro también. Desde que llegué, ya me compré un libro sobre los familiares ingleses de Borges. Creo que se llama Literatos y excéntricos: los ancestros ingleses de Borges…
-Es del mismo autor.
-Debe de estar obsesionado con Borges, ¿no? Pero esa gente siempre es interesante... ¿Sabe que en el libro de Bioy Casares sobre Borges se dice que, cuando Borges supo que se iba a morir rezó el padrenuestro en anglosajón, en inglés antiguo, después en francés y después en español. Dice eso. No sé de dónde sacó Bioy esa información. Dice que le llegó a través de un Jean-Pierre Bernès, que fue el editor de las obras completas publicadas por La Pléiade.
-¿En qué otros lugares estuvo buscando tumbas?
-En Samoa, para ver la tumba de Robert Louis Stevenson. Aprovechamos que estábamos en Japón. Desde allí fuimos a Tonga, que es donde se encuentra el extremo horario internacional. Por lo tanto, si usted vuela de Fidji a Tonga, son dos horas de vuelo. Pero si va de Tonga a Samoa, saliendo a las 4 de la tarde, llega a las 6 de la tarde del día anterior. Curioso, ¿no?
-Sin duda.
-La cuestión es que a Samoa fuimos sólo por Stevenson. Su tumba está en una montaña. Hasta allí cargaron el ataúd los aborígenes, atravesando la selva, trabajo que debió haber sido terrible.
-Y que bien podría ser una escena de una de las novelas de Stevenson.
-Pero la vista que tiene Stevenson desde donde está enterrado vale la pena. Es magnífica. Allá arriba, Stevenson está solo. De hecho, son varios los que están solos y sus tumbas son las más fáciles de fotografiar. Porque fotografiar tumbas es difícil, ya que la mayoría tiene otras tumbas a su alrededor que insisten en querer salir en las fotos. A partir de la disposición de las tumbas se podría hacer una especie de sociología de la muerte.
-¿Qué otros están solos?
-Por ejemplo, Baruj Spinoza, Paul Claudel y el vizconde de Chateaubriand. De este último tengo una anécdota. Resulta que él no quería su nombre en la tumba porque, por vanidad, pensaba que todo el mundo lo conocería. Pero yo vi que había franceses que llegaban y leían en la placa que hay junto a la tumba: “Aquí descansa un gran escritor francés. Respetad su silencio”. Y esas personas que estaban ahí se preguntaban de quién era la sepultura. Y no va uno y dice: “Ah, yo sé. Es la tumba de Maupassant”. Y yo pensé: “Bien hecho, esa es la recompensa a la vanidad”.
Nooteboom me cuenta que en el libro hay unas ochenta y tres tumbas, ordenadas por orden alfabético, y me aclara que faltan muchos. Cuando le pregunto por qué, me dice que por decisión de su editor alemán, quien le dijo que, dado que era un libro grande, con buen papel y buena impresión, iba a ser muy caro y nadie lo iba a poder comprar. “Entonces, paramos –me aclara–. Pero vamos a hacer un segundo libro.”
-¿Va a seguir viajando por el mundo como hasta ahora?
-Sí, claro. Toda mi vida viajé por el mundo. Empecé de joven, haciendo dedo por Europa.
-Justamente ahí quería llegar. Usted ha escrito mucho sobre el hecho de ser europeo. ¿Es consecuencia de su conocimiento empírico del mundo o algo a lo que llegó luego de una larga elaboración intelectual?
-Para contestarle tengo que ir más atrás y contarle algo que ya conté en varias oportunidades. El 10 de mayo de 1940 se produjo un bombardeo terrible muy cerca de nuestra casa. Como vivíamos al lado de un aeropuerto militar y mi padre era curioso, puso una silla en el balcón para ver el fuego sobre Rótterdam a lo lejos y a los paracaidistas que descendían sobre Holanda. Miraba como si aquello fuese un teatro y ante nosotros todo era devastación. Yo, que tenía 6 años, tuve mucho miedo, pero sobrevivimos. Sin embargo, a poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, mi padre murió durante un bombardeo inglés sobre La Haya, que era donde vivíamos. Yo no estaba presente porque en el invierno de 1944 en las ciudades se pasaba mucha hambre y me habían mandado al campo con mi madre. Mi padre se murió a consecuencia de las heridas. Para cuando terminó la guerra, yo tenía 11 años y podía entender ciertas cosas. Después, viajando por mi cuenta, conocí Europa. Vi las ruinas de lo que había sido Alemania y descubrí que muchos no alcanzaban a comprender las consecuencias de lo que había pasado y de lo que habían hecho. No podían hacer el duelo. Lo único que podían hacer era decir: no lo sabíamos, no lo hicimos, no fui yo. Hasta que lentamente la cosa decantó. Y debo decir que ahí los alemanes resultaron ejemplares viendo lo que pasó y lo que sus padres o sus abuelos habían hecho. Fue entonces cuando surgió la idea de Europa para no repetir los errores de Versalles, que los castigó reduciéndolos a nada, lo que en su momento había dado origen a Hitler. Sin embargo, para entonces había una mitad de Europa que ahora estaba excluida. Tuve también otra experiencia que, diría, me forjó. Una noche de 1956 me encontré con dos fotógrafos, periodistas que me dijeron: “Hay una revolución en Hungría, ¿quierés venir? Tenés 10 minutos. Yo también era periodista y escritor en ciernes, y no pude rechazar la invitación. Cuando llegamos, lo que vi me cambió la vida y mi visión política. Ver a esos agentes de la policía secreta, mutilados en el suelo con dinero en la boca y la gente que los escupía. Y nosotros sabíamos que los rusos vendrían… Yo había sido izquierdista y estaba acostumbrado a estar del otro lado, pero después ocurrió eso. Recuerdo que hubo una reunión del sindicato de escritores que querían echar a un escritor comunista. Entonces les dije: están cometiendo el mismo error que ellos. Yo sabía que cuando los rusos cerraran la frontera estarían allí durante años. Y después, los cuerpos mutilados y los muertos en medio del movimiento de camiones y de soldados soviéticos que cerrarían el país por treinta años, mientras la OTAN y los Estados Unidos permanecían quietos. Haber visto eso y mi estancia en Berlín del Este, contribuyeron a que perdiera la inocencia. Después discutí muchísimo con mis amigos de izquierda.
-Usted me ha hablado del norte de Europa. ¿Cuándo descubrió el sur y qué le significó ese descubrimiento?
-Europa era un lugar triste cuando yo tenía 17 años y empezaba a viajar. Todavía estaba destruida, gris. Y yo empecé a hacer dedo. Recuerdo que fui a Arles y a Provenza –eso lo cuento en mi primera novela, un libro que ahora veo como muy inocente– y me dije que era así como había que vivir. Había luz, la comida. Y fui a Italia, que me pareció fantástica, una suerte de opera bufa. Y después a España que me enamoró a pesar de Franco. Ya ve, tengo de verdad una identidad europea.
-Sí, pero, ¿en qué consiste?
-En una serie de datos comunes que hacen que, cuando leo un diario en Italia, siendo holandés, sepa de qué se trata. También en poder leer a Franz Kafka, a Milan Kundera, o a Sandor Marai sobre una base de conocimiento compartido. Esa Europa, que los políticos torpemente quieren vender como si se tratara de algo excepcional, siempre existió. Voltaire hacía imprimir sus libros en Holanda y Mozart tocaba en París. Entonces, Europa, su idea como conexión cultural, siempre existió. Eso fue lo que les permitió a los políticos establecer una Comunidad Europea.
-¿Y qué lugar les quedó a los artistas y a los intelectuales?
-Siempre pensé en las palabras del poeta estadounidense Robert Lowell después de haber sido invitado a la Casa Blanca por Kennedy: “Sólo nos usaron como decoración para la vidriera”. Eso es lo que hicieron y hacen los políticos. Si no, fíjese cuál es el presupuesto para cultura en la mayoría de los países de Europa. Y en la actualidad, claro, la única cuestión real parece ser el dinero.
-¿Qué pasó con su libro “Cómo ser europeos”?
-Mi libro no fue entendido. Fue leído simplemente como un cuento de hadas. No sé si usted leyó En las montañas de Holanda .
-No. No lo he leído.
-Es un libro anterior, que no es político para nada. Es, precisamente, sobre el norte y el sur, pero esta vez sí con la forma de un cuento de hadas. Transformé a Holanda en un gran país que llegaba hasta los Balcanes, basándome en “La Reina de la Nieve”, un cuento de hadas de Hans Christian Andersen. Traté de escribir una parábola sobre el norte y el sur, uno híper organizado y desarrollado y el otro, caótico y atrasado. Digamos que en todas partes hay un norte y un sur. Ahora, en España, los catalanes no quieren pagar por los andaluces, y los italianos de la Liga del Norte no quieren pagar por los italianos de Sicilia. Alemania no quiere pagar por los griegos y en Holanda o Suecia surgen movimientos de ultraderecha que refiriéndose a los vecinos del sur, dicen: “No nos gusta esta gente. ¿Por qué tenemos que ayudarlos?”.
Durante la charla, que transcurre en inglés, Nooteboom pasa insensiblemente de una lengua a la otra. Como buen holandés, habla varios idiomas y cita en francés y en alemán, hace acotaciones en castellano, pero sólo escribe en neerlandés.
-Usted escribe en un idioma minoritario y ha sido traducido a muchísimos idiomas.
-En castellano mis libros fueron publicados por la española Siruela…
-Y son carísimos…
-…razón por la cual, ahora que he pasado a De Bolsillo en Random House, resultó más accesible al bolsillo de los argentinos y van a poder leerme.
-Puedo entender que la narrativa y el ensayo pasen bien de una lengua a otra. Pero, ¿qué pasa con la poesía?
-La poesía también ha sido traducida. Hay un libro, Así pudo ser , que he traído, pero que no está en América Latina. En Bogotá, leí de ese libro de poesía en la Casa Silva y les pregunté a mis amigos cómo les sonaba. Me dijeron que las traducciones les parecían bellas.
-Sé que, además de haber leído en Bogotá, también estuvo en el Festival de Poesía de Medellín.
-Una curiosa experiencia. Leí ante cuatro mil personas, lo que, para alguien como yo, que soy un poeta de cámara, resulta excesivo. Recuerdo que había un poeta turco que leyó algo sobre el Che Guevara y desató una ovación de la multitud. Pura demagogia. Agradezco la invitación que me hicieron, pero me siento más cómodo en otro ámbito.
-¿Todos sus poemas pueden ser traducidos?
-No. Sé que muchos son intraducibles debido a los dobles sentidos. Podría explicarlos, pero no sé si la poesía debe ser explicada… Ahora encontré una nueva editorial en España, llamada Calembour, y me van a traducir un libro de poemas en prosa llamado Autorretrato de (un) otro. Los españoles dicen que mis poemas pasan bien, pero es muy difícil juzgar. Creo que el estilo en otro idioma es una proposición difícil. Mi nuevo traductor se llama Fernando de la Banda, es un académico, es profesor de holandés o algo así y a mí me parece muy bueno.
-Supongo que su éxito debe tener origen en alguna traducción afortunada.
-Efectivamente. Mi vida cambió cuando los alemanes empezaron a publicarme. Un editor alemán convirtió a uno de mis libros en lo que la gente quería leer. Los editores de España, Francia e Italia han sido constantes. Ahora, supongo, también me podrán leer en la Argentina.
-Usted ya vino varias veces al país.
-Sí. De hecho, mi último libro trata en parte sobre la Argentina. Ya salió en Holanda, pero todavía no ha sido traducido. Es sobre un viaje en barco desde Valparaíso, hasta Montevideo, rodeando el Cabo de Hornos. Vale decir, estuvimos en Ushuaia. También, en Río Gallegos. Y nos conmovió tanto Ushuaia que, cuando dejamos el barco volamos de nuevo a Ushuaia y alquilamos un auto para viajar hasta Purmamarca.
-¿En qué circunstancias transcurrió ese viaje?
-Son las ventajas de ser famoso en Alemania. Me pidieron que diera dos conferencias en un crucero de los antiguos, no en esos de lujo que parecen hoteles flotantes. Lo hice con mi amigo Rûdiger Safranski. El escribió una biografía de Heidegger. Dimos juntos una charla y dos por separado para unas 25 personas. Eso pagó todo el viaje. Estuvimos aquí un tiempo. Recuerdo haber visto mi libro Rituales en español, en versión de tapa dura. Costaba 42 dólares y yo pensé: “Nadie va a comprarlo”. Yo era muy caro en ese momento.
Sí, fuimos al cementerio de Pere Lachaise, en París, y yo le pedí a mi mujer que tomase una foto de la tumba de Proust. Y como salió muy linda, uno empieza a pensar… Después en los Estados Unidos, fuimos a la tumba del poeta Wallace Stevens, por quien siento un gran amor y... dicho sea de paso, descubrí en la revista Sur que Borges ya lo había traducido en 1944. Es increíble que estando en Buenos Aires, él lo haya encontrado en una fecha tan temprana.
-Permítame decirle que Borges reseñó “At Swim Two Birds”, la primera novela del irlandés Flann O’Brien, en 1938, seis meses después de su publicación en Dublín, cuando casi nadie se había enterado sobre la existencia de ese autor y de ese libro.
-Sí, sé que esas cosas están saliendo a la luz. Y es asombroso, porque en esa época no existía el New York Review of Books, no había Internet, por lo que el mérito es todavía mayor. A ver si me explico mejor: jamás diría que Buenos Aires en esa época estaba alejada del mundo, pero convengamos que estaba más concentrada en París que en los países de lengua inglesa. Por eso me resulta tan asombroso lo de Borges. ¿Cómo hacía para descubrir esas cosas? Porque puedo entender incluso que se interesara por Faulkner, pero me intriga saber cómo descubrió a Wallace Stevens. -¿Y usted, qué es lo que encuentra en Wallace Stevens?
-Me fascina porque creo que era un filósofo –y no uno cualquiera– que consiguió llevar muy bien su pensamiento a la poesía. Como usted sabrá era un hombre de negocios, también un hombre de derecha. Y sin embargo, nada de eso importa cuando uno lo lee… Bueno, se podría llegar a creer que Stevens era cosmopolita porque, aparentemente sabía todo sobre la vanguardia francesa, pero lo curioso es que nunca fue a Francia ni a ningún otro lado. Sólo viajó a Cuba, donde vivía ese hombre, Julio Feo. El y Stevens mantuvieron una correspondencia muy interesante. Las cartas del cubano empezaban siempre con “Dear Don Wallacio” Y este Julio Feo, que debió ser muy joven, le escribió sobre Proust. Stevens en su última carta dice algo sobre una vaca en su jardín. Stevens buscaba el contacto con la vida real. Y el joven de alguna manera se lo aportaba… En fin, las ideas de Stevens me parecen muy interesantes; en cierto modo, una ficción suprema.
-Volviendo a “Tumbas de poetas y pensadores”…
-Sí, claro. Llegó un momento en que tenía diez fotografías de tumbas de escritores famosos y me pregunté qué tal si hacía un libro con eso. Había entonces que buscar dónde estaban esos poetas y pensadores. Por ejemplo, yo había traducido a César Vallejo al neerlandés…
-Sé que tradujo a varios poetas… A Antonio Machado, a Jaime Gil de Biedma, del italiano lo traduje a Cesare Pavese…
-Pero volvamos a Vallejo.
-Sí, Vallejo también No todos sus libros, pero sí muchos poemas. ¿Y dónde estaba Vallejo? Me puse a buscar. Yo sabía que había vivido y muerto en París, pero, ¿dónde estaba enterrado? ¿Y dónde estaban Strindberg o Pushkin? Fui averiguando esas cosas poco a poco.
-¿Qué observó de particular en las tumbas?
-Diría que hay algo así como dos especies de tumbas. En las tumbas de los que yo llamo “escritores latinos” siempre hay algo así como altares animistas. En la tumba de Vallejo, que está en el cementerio de Montparnasse –el mismo cementerio donde está Julio Cortázar– había un lápiz, papel y, por curioso que parezca, guantes de lana. En la tumba de Cortázar alguien había puesto una botella de ajenjo. En la de Samuel Beckett –que no es latino, pero que para mí pertenece a ese grupo– había un libro. Y uno se pregunta qué piensa la gente. ¿Que a la medianoche sale Beckett y recoge el libro? Y Antonio Machado… Ah, Machado está en Colliure, en el sur de Francia. Delante de su tumba hay un buzón de cartas. Es un buzón oficial y, como cuando fui no había nadie, pude abrirlo un poquito. Había por lo menos unas diez cartas. Entonces, ¿qué piensa la gente que le deja cartas a Machado? ¿Qué las va a leer?
-¿Cuáles son las otras tumbas, ésas que no son “latinas”?
-Las alemanas, por ejemplo.
-¿Y cuál es su teoría respecto de las diferencias que hay entre las tumbas “latinas” y las “alemanas”?
-No tengo una teoría, aunque diría que los alemanes –tanto los católicos como los protestantes– no son propensos al animismo. Esas tumbas alemanas son más severas. Pero quizás la nomenclatura se preste a error, ¿no? Vea Eugenio Montale, por ejemplo. A pesar de que Montale es italiano y, por lo tanto, católico y latino, su tumba está en un muro y, en consecuencia, no puede hacerse nada con ella.
-¿Qué otras cosas registró?
-Los malentendidos. La tumba de Joseph Brodsky, por ejemplo, en el cementerio que hay en la isla de San Michele, cerca de Venecia. Ahí había una cruz católica, pero Brodsky era judío. Con Elías Canetti pasó lo mismo, en su tumba había una cruz. Y, fíjese, la segunda vez que fuimos a ese cementerio, un año más tarde, las cruces habían desaparecido y las tumbas tenían lápidas comunes.
-Entiendo que la tumba de Brodsky no está lejos de la tumba de Ezra Pound.
-Efectivamente, Brodsky está cerca de Pound y Canetti está muy cerca de Joyce.
-Es la división del inframundo.
-Usted sabe que Canetti estaba furioso porque se tenía que morir. Realmente furioso. Y se nota en su firma, que es la que usaron para su lápida. También, en el caso de Robert Graves usaron su firma para la lápida.
-¿Borges dónde entra?
-Bueno, la tumba de Borges, que está en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, tiene apenas una lápida. Lleva una inscripción en anglosajón. El que me tradujo lo que dice fue Alberto Manguel.
-¿Sabe que acaba de salir un libro justamente sobre ese tema? Se llama “Siete guerreros nortumbrios” y es de Martin Hadis.
-Tengo que tener ese libro también. Desde que llegué, ya me compré un libro sobre los familiares ingleses de Borges. Creo que se llama Literatos y excéntricos: los ancestros ingleses de Borges…
-Es del mismo autor.
-Debe de estar obsesionado con Borges, ¿no? Pero esa gente siempre es interesante... ¿Sabe que en el libro de Bioy Casares sobre Borges se dice que, cuando Borges supo que se iba a morir rezó el padrenuestro en anglosajón, en inglés antiguo, después en francés y después en español. Dice eso. No sé de dónde sacó Bioy esa información. Dice que le llegó a través de un Jean-Pierre Bernès, que fue el editor de las obras completas publicadas por La Pléiade.
-¿En qué otros lugares estuvo buscando tumbas?
-En Samoa, para ver la tumba de Robert Louis Stevenson. Aprovechamos que estábamos en Japón. Desde allí fuimos a Tonga, que es donde se encuentra el extremo horario internacional. Por lo tanto, si usted vuela de Fidji a Tonga, son dos horas de vuelo. Pero si va de Tonga a Samoa, saliendo a las 4 de la tarde, llega a las 6 de la tarde del día anterior. Curioso, ¿no?
-Sin duda.
-La cuestión es que a Samoa fuimos sólo por Stevenson. Su tumba está en una montaña. Hasta allí cargaron el ataúd los aborígenes, atravesando la selva, trabajo que debió haber sido terrible.
-Y que bien podría ser una escena de una de las novelas de Stevenson.
-Pero la vista que tiene Stevenson desde donde está enterrado vale la pena. Es magnífica. Allá arriba, Stevenson está solo. De hecho, son varios los que están solos y sus tumbas son las más fáciles de fotografiar. Porque fotografiar tumbas es difícil, ya que la mayoría tiene otras tumbas a su alrededor que insisten en querer salir en las fotos. A partir de la disposición de las tumbas se podría hacer una especie de sociología de la muerte.
-¿Qué otros están solos?
-Por ejemplo, Baruj Spinoza, Paul Claudel y el vizconde de Chateaubriand. De este último tengo una anécdota. Resulta que él no quería su nombre en la tumba porque, por vanidad, pensaba que todo el mundo lo conocería. Pero yo vi que había franceses que llegaban y leían en la placa que hay junto a la tumba: “Aquí descansa un gran escritor francés. Respetad su silencio”. Y esas personas que estaban ahí se preguntaban de quién era la sepultura. Y no va uno y dice: “Ah, yo sé. Es la tumba de Maupassant”. Y yo pensé: “Bien hecho, esa es la recompensa a la vanidad”.
Nooteboom me cuenta que en el libro hay unas ochenta y tres tumbas, ordenadas por orden alfabético, y me aclara que faltan muchos. Cuando le pregunto por qué, me dice que por decisión de su editor alemán, quien le dijo que, dado que era un libro grande, con buen papel y buena impresión, iba a ser muy caro y nadie lo iba a poder comprar. “Entonces, paramos –me aclara–. Pero vamos a hacer un segundo libro.”
-¿Va a seguir viajando por el mundo como hasta ahora?
-Sí, claro. Toda mi vida viajé por el mundo. Empecé de joven, haciendo dedo por Europa.
-Justamente ahí quería llegar. Usted ha escrito mucho sobre el hecho de ser europeo. ¿Es consecuencia de su conocimiento empírico del mundo o algo a lo que llegó luego de una larga elaboración intelectual?
-Para contestarle tengo que ir más atrás y contarle algo que ya conté en varias oportunidades. El 10 de mayo de 1940 se produjo un bombardeo terrible muy cerca de nuestra casa. Como vivíamos al lado de un aeropuerto militar y mi padre era curioso, puso una silla en el balcón para ver el fuego sobre Rótterdam a lo lejos y a los paracaidistas que descendían sobre Holanda. Miraba como si aquello fuese un teatro y ante nosotros todo era devastación. Yo, que tenía 6 años, tuve mucho miedo, pero sobrevivimos. Sin embargo, a poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, mi padre murió durante un bombardeo inglés sobre La Haya, que era donde vivíamos. Yo no estaba presente porque en el invierno de 1944 en las ciudades se pasaba mucha hambre y me habían mandado al campo con mi madre. Mi padre se murió a consecuencia de las heridas. Para cuando terminó la guerra, yo tenía 11 años y podía entender ciertas cosas. Después, viajando por mi cuenta, conocí Europa. Vi las ruinas de lo que había sido Alemania y descubrí que muchos no alcanzaban a comprender las consecuencias de lo que había pasado y de lo que habían hecho. No podían hacer el duelo. Lo único que podían hacer era decir: no lo sabíamos, no lo hicimos, no fui yo. Hasta que lentamente la cosa decantó. Y debo decir que ahí los alemanes resultaron ejemplares viendo lo que pasó y lo que sus padres o sus abuelos habían hecho. Fue entonces cuando surgió la idea de Europa para no repetir los errores de Versalles, que los castigó reduciéndolos a nada, lo que en su momento había dado origen a Hitler. Sin embargo, para entonces había una mitad de Europa que ahora estaba excluida. Tuve también otra experiencia que, diría, me forjó. Una noche de 1956 me encontré con dos fotógrafos, periodistas que me dijeron: “Hay una revolución en Hungría, ¿quierés venir? Tenés 10 minutos. Yo también era periodista y escritor en ciernes, y no pude rechazar la invitación. Cuando llegamos, lo que vi me cambió la vida y mi visión política. Ver a esos agentes de la policía secreta, mutilados en el suelo con dinero en la boca y la gente que los escupía. Y nosotros sabíamos que los rusos vendrían… Yo había sido izquierdista y estaba acostumbrado a estar del otro lado, pero después ocurrió eso. Recuerdo que hubo una reunión del sindicato de escritores que querían echar a un escritor comunista. Entonces les dije: están cometiendo el mismo error que ellos. Yo sabía que cuando los rusos cerraran la frontera estarían allí durante años. Y después, los cuerpos mutilados y los muertos en medio del movimiento de camiones y de soldados soviéticos que cerrarían el país por treinta años, mientras la OTAN y los Estados Unidos permanecían quietos. Haber visto eso y mi estancia en Berlín del Este, contribuyeron a que perdiera la inocencia. Después discutí muchísimo con mis amigos de izquierda.
-Usted me ha hablado del norte de Europa. ¿Cuándo descubrió el sur y qué le significó ese descubrimiento?
-Europa era un lugar triste cuando yo tenía 17 años y empezaba a viajar. Todavía estaba destruida, gris. Y yo empecé a hacer dedo. Recuerdo que fui a Arles y a Provenza –eso lo cuento en mi primera novela, un libro que ahora veo como muy inocente– y me dije que era así como había que vivir. Había luz, la comida. Y fui a Italia, que me pareció fantástica, una suerte de opera bufa. Y después a España que me enamoró a pesar de Franco. Ya ve, tengo de verdad una identidad europea.
-Sí, pero, ¿en qué consiste?
-En una serie de datos comunes que hacen que, cuando leo un diario en Italia, siendo holandés, sepa de qué se trata. También en poder leer a Franz Kafka, a Milan Kundera, o a Sandor Marai sobre una base de conocimiento compartido. Esa Europa, que los políticos torpemente quieren vender como si se tratara de algo excepcional, siempre existió. Voltaire hacía imprimir sus libros en Holanda y Mozart tocaba en París. Entonces, Europa, su idea como conexión cultural, siempre existió. Eso fue lo que les permitió a los políticos establecer una Comunidad Europea.
-¿Y qué lugar les quedó a los artistas y a los intelectuales?
-Siempre pensé en las palabras del poeta estadounidense Robert Lowell después de haber sido invitado a la Casa Blanca por Kennedy: “Sólo nos usaron como decoración para la vidriera”. Eso es lo que hicieron y hacen los políticos. Si no, fíjese cuál es el presupuesto para cultura en la mayoría de los países de Europa. Y en la actualidad, claro, la única cuestión real parece ser el dinero.
-¿Qué pasó con su libro “Cómo ser europeos”?
-Mi libro no fue entendido. Fue leído simplemente como un cuento de hadas. No sé si usted leyó En las montañas de Holanda .
-No. No lo he leído.
-Es un libro anterior, que no es político para nada. Es, precisamente, sobre el norte y el sur, pero esta vez sí con la forma de un cuento de hadas. Transformé a Holanda en un gran país que llegaba hasta los Balcanes, basándome en “La Reina de la Nieve”, un cuento de hadas de Hans Christian Andersen. Traté de escribir una parábola sobre el norte y el sur, uno híper organizado y desarrollado y el otro, caótico y atrasado. Digamos que en todas partes hay un norte y un sur. Ahora, en España, los catalanes no quieren pagar por los andaluces, y los italianos de la Liga del Norte no quieren pagar por los italianos de Sicilia. Alemania no quiere pagar por los griegos y en Holanda o Suecia surgen movimientos de ultraderecha que refiriéndose a los vecinos del sur, dicen: “No nos gusta esta gente. ¿Por qué tenemos que ayudarlos?”.
Durante la charla, que transcurre en inglés, Nooteboom pasa insensiblemente de una lengua a la otra. Como buen holandés, habla varios idiomas y cita en francés y en alemán, hace acotaciones en castellano, pero sólo escribe en neerlandés.
-Usted escribe en un idioma minoritario y ha sido traducido a muchísimos idiomas.
-En castellano mis libros fueron publicados por la española Siruela…
-Y son carísimos…
-…razón por la cual, ahora que he pasado a De Bolsillo en Random House, resultó más accesible al bolsillo de los argentinos y van a poder leerme.
-Puedo entender que la narrativa y el ensayo pasen bien de una lengua a otra. Pero, ¿qué pasa con la poesía?
-La poesía también ha sido traducida. Hay un libro, Así pudo ser , que he traído, pero que no está en América Latina. En Bogotá, leí de ese libro de poesía en la Casa Silva y les pregunté a mis amigos cómo les sonaba. Me dijeron que las traducciones les parecían bellas.
-Sé que, además de haber leído en Bogotá, también estuvo en el Festival de Poesía de Medellín.
-Una curiosa experiencia. Leí ante cuatro mil personas, lo que, para alguien como yo, que soy un poeta de cámara, resulta excesivo. Recuerdo que había un poeta turco que leyó algo sobre el Che Guevara y desató una ovación de la multitud. Pura demagogia. Agradezco la invitación que me hicieron, pero me siento más cómodo en otro ámbito.
-¿Todos sus poemas pueden ser traducidos?
-No. Sé que muchos son intraducibles debido a los dobles sentidos. Podría explicarlos, pero no sé si la poesía debe ser explicada… Ahora encontré una nueva editorial en España, llamada Calembour, y me van a traducir un libro de poemas en prosa llamado Autorretrato de (un) otro. Los españoles dicen que mis poemas pasan bien, pero es muy difícil juzgar. Creo que el estilo en otro idioma es una proposición difícil. Mi nuevo traductor se llama Fernando de la Banda, es un académico, es profesor de holandés o algo así y a mí me parece muy bueno.
-Supongo que su éxito debe tener origen en alguna traducción afortunada.
-Efectivamente. Mi vida cambió cuando los alemanes empezaron a publicarme. Un editor alemán convirtió a uno de mis libros en lo que la gente quería leer. Los editores de España, Francia e Italia han sido constantes. Ahora, supongo, también me podrán leer en la Argentina.
-Usted ya vino varias veces al país.
-Sí. De hecho, mi último libro trata en parte sobre la Argentina. Ya salió en Holanda, pero todavía no ha sido traducido. Es sobre un viaje en barco desde Valparaíso, hasta Montevideo, rodeando el Cabo de Hornos. Vale decir, estuvimos en Ushuaia. También, en Río Gallegos. Y nos conmovió tanto Ushuaia que, cuando dejamos el barco volamos de nuevo a Ushuaia y alquilamos un auto para viajar hasta Purmamarca.
-¿En qué circunstancias transcurrió ese viaje?
-Son las ventajas de ser famoso en Alemania. Me pidieron que diera dos conferencias en un crucero de los antiguos, no en esos de lujo que parecen hoteles flotantes. Lo hice con mi amigo Rûdiger Safranski. El escribió una biografía de Heidegger. Dimos juntos una charla y dos por separado para unas 25 personas. Eso pagó todo el viaje. Estuvimos aquí un tiempo. Recuerdo haber visto mi libro Rituales en español, en versión de tapa dura. Costaba 42 dólares y yo pensé: “Nadie va a comprarlo”. Yo era muy caro en ese momento.