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Entrevista al autor de "El malestar en la cultura patrimonial"

Publicado el 16 enero 2013 por Anthropos-Editorial @AnthroposEd

José A. González Alcantud

1.¿Qué cuestiones sobre este tema plantea el libro y cómo aborda esta problematicidad?
Resulta obvio que el campo del patrimonio cultural y artístico posee una amplísima bibliografía que no deja de crecer cada día, y yo diría que casi cada hora. Ello es un síntoma de su vitalidad, la cual comenzó siendo europea y ahora lo es mundial. El propio concepto de patrimonio se inició circunscrito a los “bienes nacionales”, antes propiedad de la nobleza y ahora de la nación, con motivo de la revolución francesa. Es decir, al ámbito artístico y arquitectónico, sobre todo. En la actualidad el concepto de patrimonio se ha ensanchado, de ahí que hablemos de “patrimonio cultural”. Este está vinculado a la memoria colectiva y social, sea esta de soporte material o mental. Este es el punto de partida de un libro transdisciplinar, que pretende romper preconceptos previos tales como “patrimonio artístico”, “patrimonio arqueológico” o “patrimonio etnológico”. También discute y pone en cuestión el concepto de “patrimonio intangible” o “inmaterial” para llevar el debate al campo de la memoria social. 
2.El concepto de patrimonio ¿qué propone?, ¿qué interrogantes abre ante la historia patrimonial, políticas patrimoniales y prácticas habidas? 
El patrimonio en el ámbito familiar, colectivo y estatal indica una “propiedad”. Esta propiedad es raíz, se constituye, se acumula y se transmite mediante herencia (“heritage” es la palabra inglesa para designar patrimonio). Esta propiedad tiende a ser bella, y sobre todo está carga de emocionalidad individual y colectiva. Al estar íntimamente vinculada a las mentalidades es selectiva. Seleccionamos, resaltamos y exaltamos lo que nos parece más significativo de nuestra herencia, y la convertimos en un ícono al cual rendimos culto en tanto “monumento”. Al ser selectivo tiene un componente de recuerdo, de memoria social y colectiva, generalmente grupal, excepto en el patrimonio de la nación, que tiende a ser consensual con el relato histórico nacional, pero en la misma medida está fundado sobre el olvido de muchos hechos que no se desean conmemorar ni recordar. El patrimonio es un territorio conflictual, lo que hace que sea sujeto del “malestar en la cultura” en tanto complejo antropológico. Por eso el patrimonio no puede ser identitario, ya que esta es una evidente y perversa invención de todos los nacionalismos, sino plural y abierto a las interpretaciones reflexivas de la ciudadanía. Esto es lo que este libro plantea entre otras cosas. 
3.El furor patrimonialista actual –tanto en el ámbito de la Administración pública como en la práctica social- ¿a qué responde? ¿Qué está pasando cuando, como dice, se convierte el patrimonio en valor de cambio?
Pues está pasando que lo han convertido en un sucedáneo cosificado de la memoria y de la vida misma. Y el Estado y sus administraciones lo saben y lo emplean como apaciguador de los conflictos de la memoria social. De ahí, que nos hagan apreciar el patrimonio con un respeto sacral. No somos ya capaces de apreciarlo en su valor de uso, empleando el lenguaje marxiano. La perversión suprema viene de su conversión en un valor de cambio turístico, es decir destina sólo a ser contemplado con devoción y aprehensión. La antropología social, por su implicación diaria con la vida de la gente corriente, debe venir en auxilio vivificador de las ciencias del patrimonio para hacerles ver que el patrimonio debe seguir creándose y recreándose, y que una fea fábrica de hoy pueda ser mañana objeto de atención patrimonial, y que los ciudadanos tienen todo el derecho a usar, y a veces hasta abusar, del patrimonio que han recibido en herencia. Ni más ni menos.
4. ¿Cómo entender entonces el malestar en la cultura patrimonial?
Como el complejo antropológico que sugiere el patrimonio cultural, y que señala el camino de unas patologías memorialísticas que afectan profundamente a las culturas occidentales, y por extensión hoy día a la globalidad mundial, que buscan paralizar a las culturas vivas y creativas en una suerte de narcisismo, de autosatisfacción por lo que fuimos, hurtándonos la creatividad de lo que seremos. Abrir el patrimonio a la vida es condición de futuro, y la vida es aventura y no turismo de consumo.
  

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