Anne Rice me enseñó que, en las últimas décadas, le hemos perdido el respeto a los vampiros. Los hemos convertido en criaturas patéticas, que muchas veces dan más risa que miedo; los hemos hecho protagonistas de dramas cursilones crepusculeros y los hemos dotado de más sentimentalismo del que deberíamos. Ayy, si Drácula levantase la cabeza, estoy segura de que su venganza sería legendaria.
Esas fueron las conclusiones a las que llegué tras leer Entrevista con el vampiro, novela publicada en 1976 que se ha convertido ya en todo un clásico de la literatura norteamericana. Acostumbrada a encontrarme con vampiros estereotipados que responden a las exigencias del terror exprés y facilón que últimamente se ve tanto en el cine y la literatura, me sorprendí al descubrir que la autora de este libro rinde el homenaje que se merecen a estas sanguinarias criaturas.
En vez de amoríos adolescentes, colmillos de quita y pon y absurdas escenas gore, en esta historia se nos ofrece un retrato en profundad del alma del vampiro y de su esencia diabólica a través de una reflexión filosófica sobre los confines de la vida eterna. De este modo, Louis, el protagonista, se desnuda ante su entrevistador para hacer entender al lector lo complejos que pueden llegar a ser estos seres sobrenaturales, con el mensaje implícito de que, a pesar de poseer rasgos humanos, su esencia es más parecida a la de una bestia, reclamando así su peligrosidad perdida.
Con gran maestría narrativa, Anne Rice va construyendo un relato en el que se entremezclan las vehementes pasiones de los tres personajes principales, cuyo deseo de sangre se asemeja al apetito sexual, y donde además la necesidad de matar se convierte en una exquisita tentación a la que sencillamente es imposible negarse. En pocas palabras, Entrevista con el vampiro es una parábola que, por medio de una prosa elegante y elaborada, nos enseña por qué los vampiros fueron durante tanto tiempo los reyes indiscutibles del terror más refinado y por qué gobernaban nuestros miedos más recónditos e irracionales: por ser, tal vez, tan semejantes a nosotros mismos.
Por Mrs. Sofía el 17/7/2017