Revista Cultura y Ocio
Lisiamientos
Por la calle van solitarios o a veces en grupos de tres, son un ejército de almas lisiadas. Los he visto caminar durante horas en círculos, buscando alguna huella en el piso que les permita resucitar. También he soñado con ellos como se sueña con los amigos ya idos. Lo que no he podido ver es en qué momento los lisian y quien lo hace. Extraño verbo: lisiar. Se supone que se conjuga así: yo lisio, yo me lisio o me lisian. Por lo general ocurre la tercera opción y es eso lo que le pasa a los hombres-infames que recorren Bogotá en su trashumancia inacabable. Circulan frente a nosotros con sus rodillas quebradas y se apoyan en improvisadas varillas con las que golpean las llantas de los buses para ganarse un par de monedas. Quizá con varillas similares, otro seres más o menos anónimos les quebraron sus piernas al amanecer o en pleno día, aunque yo no he visto nada parecido. Los veo pasar como almas lisiadas y yo me quedo mirando sin decirles nada, incluso a veces apuro el paso para no tener que enfrentarme a su desnudez, pero su andar cansino me atormenta pues son cada vez más los hombres lisiados que vagan por la ciudad. Es como si se tratara de una política de lisiamiento invisible de la que nadie escapa y de la que nadie se ocupa. He llegado a pensar que un día a todos nos tocará nuestro turno y una mañana todos estaremos lisiados. Si escribo esta carta incierta es porque no puedo evitar las imágenes recurrentes que me asedian: es como amanecer en una jaula llena de espejos. ¿Por qué hemos permitido que el lisiamiento haga parte de nuestras vidas y por qué la palabra existe aunque no aparezca en el diccionario? Claro que existe. Así como hay linchamientos, también ha lisiamientos. Si existe linchamiento como acción de linchar por qué no se reconoce lisiamiento como acción de lisiar. ¿De qué se trata esta historia?