Revista Cultura y Ocio
Hola!
En los anteriores libros de mes (que los puedes leer AQUI) hable de un libro en especial que me gusto mucho:
Entrenar contigo de Manuela Pigna.
y bueno los que la leyeron, simplemente no podemos aceptar un final asi!, queremos saber mas sobre esta peculiar pareja, porque pasan por tantas cosas, que para cuando llegan a estar juntos la historia ponga: Fin...
es como: PORQUE!!!! PORQUE HACER ESTO! (lo se compañeras...las comprendo)
pero.....lo que muy pocos saben (y sera porque no leen los agradecimientos -cosa que yo tampoco pero por casualidad lo hice) es que la autora hizo un epilogo!!!!
este, lo habia puesto es su pagina web ( www.era-unanotte-buia-e-tempestosa.webnode.it), pero por razones que solo Manuela e Internet conocen, la pagina ya no existe o te da error. Afortunadamente yo habia entrado antes de que sucediera tal barbaridad y bueno aqui lo tienen.!!
lo se!!amenme mas! jajaja!
Epílogo
Estoy fuera de su casa. Observo un momento la fachada principal y la corta senda de la entrada antes de bajarme del coche e ir a llamar a la puerta.
Mientras miro la casa me doy cuenta de la emoción que siento ahora: estoy nervioso. Como si tuviera fiebre, me noto fiebre…
Me toco la frente un momento, pero está fresca. Me parece que el estado febril es interior.
No, es solo que no estoy acostumbrado. Eso es todo.
Todavía no estoy acostumbrado a la posibilidad de verla siempre que quiero, de llamarla, de tocarla. Todavía no estoy acostumbrado a la idea de que por fin es mía.
Bajo del coche – el coche de Mary Poppins lo llamó una vez, y cuando me acuerdo sonrío – y voy hacia la puerta de entrada. Llamo y, esperando que ella o su madre me abran, respiro hondo un par de veces.
Miro a mi alrededor con las manos en los bolsillos, dejo vagar la mirada por el jardincillo, la puerta marrón, la pared blanca con una lagartija de terracota colgada justo sobre el timbre.
Esta tarde hemos visto su Jerry Maguire, una película mejor de lo que me esperaba, pero francamente podría haber visto cualquier cosa con ella echada sobre mí…
El sonido de la llave en la cerradura hace que me enderece por instinto, y también me aclaro la voz.
Cuando la puerta se abre, ella está al otro lado, con una enorme sonrisa que le ilumina la cara. «Hola», me dice en voz baja.
Alargo una mano para acariciarle la mejilla y luego le meto entre su pelo. Adoro su pelo con locura: me gustaría olerlo todo el día. Me agacho y meto la cara entre sus mechones suaves y perfumados, aspirando ávidamente. «Hola», susurro cerca de su oído.
Se sacude como si tuviera frío y luego me echa los brazos al cuello, abrazándome fuerte.
Dios mío, me noto fiebre. ¿Me acostumbraré a su contacto? ¿A su cuerpo suave pegado al mío? ¿A su perfume?
La aparto aclarándome la voz: es mejor que ponga un poco de distancia entre nosotros, si quiero que salgamos.
«¿Dónde vamos?», me pregunta mientras nos dirigimos hacia mi coche cogidos de la mano.
«Sorpresa», respondo con una sonrisa astuta.
Ella voltea los ojos al cielo y la oigo resoplar.
«¿Qué has dicho?»
«He dicho: no me gustan las sorpresas, siempre tengo el ansia de no ir vestida adecuadamente…», responde con un hilo de voz.
Me detengo en mitad de la calle y me alejo ligeramente para observarla. Lleva un vestidito corto y ancho, de un tejido ligero y vaporoso, no sé qué es. Es turquesa con líneas azul marino en los bordes. Su pelo parece casi rubio al lado de ese color. Cuando levanto la mirada hacia su rostro, ligeramente maquillado – como suele hacer y cómo me gusta a mí – noto que se sonroja. He conseguido hacerla sonrojar solo con mirarla, no oso imaginar entonces de qué color se pondrá más tarde.
Nuestros ojos se quedan en contacto durante dos segundos netos antes de que ella aparte la mirada. Trago saliva. «Estás preciosa».
La veo sonreír, sin decir nada más. De repente ya no quiero salir.
Si no fuera por la cita… Suspiro y la llevo hasta mi coche.
Viajamos en religioso silencio durante unos minutos hasta que ella lo rompe: «Estás silencioso».
Le lanzo una breve mirada. «Estaba pensando…»
«¿En qué?»
«En Viv».
No responde enseguida y en un semáforo en rojo me giro a mirarla: la encuentro ya mirándome, pero no se atreve a preguntarme nada aunque se ve que se muere por saber. Sonrío lentamente. «Viv es… la chica con la que me fui a Inglaterra».
«Oh».
Muevo la cabeza sonriendo. «Pensaba que… es extraño». Doy un vistazo al semáforo. «Cuando estaba con ella, creía que nunca más habría vuelto a sentir algo igual en toda mi vida». Me encojo de hombros, se pone en verde. «Y en cambio… ahora, contigo… me parece casi peor». Me río de mí mismo. «¿Cómo es posible?», le pregunto mirándola con el ceño excesivamente fruncido.
Ella sonríe y vuelve a sonrojarse. Todo es tan nuevo… Para ella, para nosotros. Tengo miedo de romperlo o de que se me resbale con el mínimo gesto, o con una palabra equivocada… Tengo que relajarme, estoy demasiado tenso. ¡Parezco un quinceañero con su primer amor!
El resto del viaje prosigue más o menos en silencio hasta que llegamos al aparcamiento de la heladería. En cuanto ve dónde la he traído, dice: «Estás minando el terreno, Andrea. ¿Es que no quieres que acabe nunca?»
«No, no quiero. No tengo ninguna intención», respondo enseguida riendo y estirándome desde el asiento, aprovechando cualquier oportunidad para tocarla y besarla. «Es más, no tienes que perder los últimos, para mí estás perfecta así», le susurro mientras deslizo una mano por su pierna y otra por su pelo.
Ella se ríe, un poco nerviosa quizá. «¿De verdad?»
«Sí, de verdad», murmuro antes de impedirle hablar de nuevo.
Sus labios son tan suaves, y su perfume tan dulce… ¡No quiero bajarme del coche!
¡Joder Andrea, reacciona!
Me despego con gran esfuerzo: ya tengo la respiración entrecortada y la necesidad de algo más. La observo de cerca, sus ojos de ámbar – los mismos con
los que he soñado durante meses – y apoyo mi frente en la suya, cerrando los míos. Tengo fiebre…
Me calmo y salgo del coche sin mirarla, cuando llego a su lado ella ya se ha bajado y la cojo de la mano, llevándola a una de las mesas de fuera de la heladería.
Nos susurramos pequeñas frases mientras juego con su mano en la mesa, porque simplemente no soy capaz de no tocarla, de no ponerle las manos encima. La camarera llega, apoya el menú y se va sin que me dé ni cuenta.
Charlamos de todo y de nada, hasta que ella no mira detrás de mí y se pone tensa, su rostro se vuelve ligeramente pálido y quita de golpe su mano de la mía; estoy por preguntarle qué pasa, cuando dos manos frescas me cubren los ojos y una voz muy familiar pregunta: «¿Adivina quién ha llegado?».
Sonrío, liberándome y girándome hacia ella. «¡Bea!».
Ella me sonríe y me saluda con un besito en la mejilla, luego se gira hacia Olly con una sonrisa luminosa en la cara y la curiosidad en la mirada. Yo también miro a mi Olly, rígida y pérdida, y le sonrío, pero ella no me está prestando la mínima atención: tiene los ojos fijos en Bea.
«Por fin…», susurra Beatrice acercándose a ella y dándole la mano. Lleva unos vaqueros claros y estrechos, una camiseta ligera rosa pálido cerrada por delante y escotadísima por detrás; detalle que noto solo cuando se inclina sobre la mesa. Es un instante, una mirada veloz, pero creo que la muy desgraciada ni se ha puesto sujetador. Voy a tener que leerle la cartilla en breve.
Olly se levanta, cogida por sorpresa, y le estrecha la mano sin contestar nada y sin saber qué más hacer. Observa a Beatrice con las mejillas un poco rojas; veo cómo sus ojos recorren la figura de Bea, altísima para ser una chica, y esbelta; veo cómo estudia su rostro fresco y limpio, su pelo largo y liso, tan rubio que parece casi blanco, esta tarde suelto para cubrirse en parte la espalda completamente desnuda, menos mal; veo cómo observa sus grandes ojos azules, con las pestañas exageradamente largas, los pendientes de aro y su amplia sonrisa blanca.
Veo la furia, el azoramiento, la amargura y la desilusión aparecer gradualmente en su rostro. Me concedo solo un instante, un brevísimo instante, para disfrutar de la satisfacción de sus celos, antes de decir: «Olly, te presento a Beatrice, mi hermana».
En ese momento se gira hacia mí con la boca abierta, luego hacia Bea, luego otra vez hacia mí. El color vuelve prepotente a sus mejillas; yo me río mientras que Bea no se ha dado cuenta de nada, conociéndola, ocupada en imprimir en su memoria cada detalle de Olly para luego ir a contárselo a nuestra madre, como una auténtica cotilla.
«¡Oh, e-encantada!», balbucea Olly, claramente cohibida.
«Yo sí que estoy encantada, créeme. Por fin mi hermano se decide a presentarme a una chica. Quiere decir que es algo serio, ¡ya no lo esperaba!». Mi hermana se sienta a mi derecha y coge una carta sin pedirle permiso a nadie. «Y entonces Olly, ¿qué me cuentas?», le pregunta mientras ojea rápidamente las imágenes de las copas de helado, enormes y de colores. Siempre hace eso: ojea sin mirar, total, siempre pide lo mismo.
«Mmm…». Olly me lanza una breve mirada, mientras yo me río para mis adentros. «Me alegro de conocerte por fin…».
«¡Yo también!», exclama Bea cerrando la carta de golpe. «Andrea me ha dicho que eres mágica recomendando libros, así que, ¿cuál me recomiendas?».
Olly se sonroja aún más si es posible, y yo solo quiero llenarla de besos. «Mmm, no sé… te conozco desde hace un minuto…».
Bea levanta el dedo índice y lo mueve como las agujas de un reloj. «No, no, ¡si quieres ser bibliotecaria tienes que saber recomendarme algo así, sin pensar!».
Después de esa frase, Olly parece relajarse de golpe: se apoya con la espalda en su silla y sonríe. «Idéntico patrimonio genético, ¿eh?». Me mira un momento. «¿Y tú no podías ahorrarte nada? ¿Lo justo para dejarme algún tema de conversación?». Voltea los ojos sonriendo, y ahora se parece más a ala Olly que conozco. Luego, aún con la sonrisa en la boca, observa a Bea atentamente, en silencio, guiñando los ojos para concentrarse. La observa, observa cómo va vestida, aunque yo no sé qué información puede sacar de la ropa, pero cada uno a lo suyo.
Bea se apoya en la mesa con una mejilla apoyada en la mano y la mira sonriente, dejándose analizar sin la más mínima incomodidad.
«¡Lo tengo!», exclama Olly al final.
«¡Venga, dispara!», dice Bea enderezándose y aplaudiendo.
«La Huésped, de Stephenie Meyer».
«¿Quién, la de Crepúsculo?», pregunta Bea desarmada de repente.
«Sí», responde Olly seráfica entrelazando las manos.
«Mmm». Bea me lanza una mirada de reojo.
«La Huésped es un libro muy bueno que ha pasado inadvertido injustamente».
«¿De qué trata?», pregunta Bea sin demasiado entusiasmo.
«Es una novela romántica de ciencia ficción: una extraterrestre posee el cuerpo de una humana y, mientras que el humano normalmente se olvida poco después, en este caso se hacen amigas y la extraterrestre empieza a ver las cosas desde el punto de vista de los humanos, que son una minoría en la Tierra, invadida por los extraterrestres. Es decir, los humanos no “poseídos” por los extraterrestres son una minoría, porque estos extraterrestres son una especie amebas argénteas, muy pequeñas, que en el cuerpo humano se introducen aquí detrás, cerca del cuello». Olly se señala la nuca mientras habla. «Una vez introducido el extraterrestre, su mente toma automáticamente el control de la mente y del ánimo del humano, hasta que este último no desaparece del todo y no se entiende adónde va. Tal vez simplemente a la nada».
«Mmm», dice Bea ligeramente más erguida ahora. «No parece tan horrible…».
«No, de verdad que es bueno. Podría gustarte», concluye Olly con una sonrisa que parece secreta, solo para sí misma.
Bea si gira hacia mí y le digo con aire resignado: «No podrás despegarte hasta que lo hayas terminado, me juego lo que quieras».
Bea y Olly se ríen, luego Olly le pregunta a mi hermana qué quiere hacer ahora con su vida, visto que se acaba de diplomar, y Bea empieza a contarle sus proyectos de viaje, la matrícula en Psicología y otras cosas. Charlan como viejas amigas y yo intervengo de vez en cuando aquí y allá, pero mi presencia tras un par de minutos parece superflua.
Después de aproximadamente una hora y media Bea se va, diciendo que ha quedado con unos amigos. Mientras nos despedimos le aconsejo que pase por casa para cambiarse de ropa antes de ver a esos “amigos” y mi hermana se ríe en mi cara. Ya no hay respeto por nada, en serio.
En el coche, una vez puesto en marcha, apoyo una mano entre las piernas de Olly. «No tengo ganas de llevarte a casa», murmuro en voz baja.
Tras unos instantes de silencio, la oigo responder también en voz baja: «Yo tampoco tengo ganas de ir».
«¿Vamos al lago?», propongo de golpe; ella asiente enseguida.
No habíamos vuelto desde aquella famosa noche en la que ella se abrió como una flor nocturna que florece con la luz de la luna, que florece solo para mí. Qué guapa estaba mientras hablaba… quizá me enamoré en aquel momento. O quizá ya lo estaba, pero aquella noche empecé a darme cuenta… No lo sé, no consigo establecer un inicio concreto, solo sé que ahora me estoy volviendo loco. Cuando no estoy con ella, me vuelvo loco porque solo quiero estar con ella; cuando estoy con ella, me vuelvo loco porque quiero estar pegado a ella todo el rato, y al mismo tiempo intento controlarme un poco. Me gustaría que esta fiebre desapareciera, y al mismo tiempo me gustaría que no me dejara nunca.
«Estás demasiado silencioso esta noche, Andrea, ¿qué te pasa?», me pregunta una vez en los alrededores del lago, mientras caminamos hacia “nuestro” sitio, ella con la manta bajo el brazo y yo sujetando la antorcha delante de nosotros.
Solo en ese momento me doy cuenta de que no he hablado en todo el camino. «Nada. Pienso».
Cuando colocamos la manta por el suelo y la antorcha de manera que nos ilumine sin molestar, la agarro enseguida porque ya no aguanto más, y hago que se tumbe sobre mí. «Pienso en tu cara cuando has visto a mi hermana…», digo riéndome para aligerar la tensión. Es decir, mi tensión.
Hace una mueca con la boca. «Ya claro, ¿pero tú la has visto?», pregunta abriendo mucho los ojos. «¡Por un momento creía que era una alucinación!». Me río, mientras ella sigue pasmada. «¡Es que es demasiado guapa!». De repente se ensombrece y se gira, rompiendo el contacto visual. «Además creía que era otro de tus ligues, y te juro que esta vez me habría largado para no volver».
Con una mano le agarro el mentón para hacer que gire la cara, con la otra le empujo la cabeza hacia mí y la retengo mientras le beso la boca ávidamente, por fin; es la primera excusa, pero de todas formas tenía intención de hacerlo también sin excusas. «No lo digas ni en broma», susurro cuando nos concedo recuperar el aliento.
Ella se mueve delicadamente con un suspiro y se tumba a mi lado, apoyando la cabeza en mi hombro. Aprovecho para decirle: «¿Y además, qué ligues?».
«Bueno, yo qué sé, cualquiera de las que te traías en cada ocasión mundana, o con las que te he visto cada vez que nos hemos cruzado por casualidad», dice con una pizca de amargura.
«Ah, ¿te refieres a las chicas con las que salía para secundar los planes de un enfermo devora-mujeres empedernido, o a las que me servían para sacarme de la cabeza a cierta primera clienta que creía que me odiaba?».
Ella suelta una risita, que termina con una inspiración un poco más pronunciada, como hace siempre que quiere preguntarme algo y no se atreve. Sonrío y le acaricio la espalda, intentando entender cómo se desabrocha ese vestido sin que se dé cuenta, pero no encuentro ninguna cremallera. De vez en cuando me desconcentro de mi objetivo y meto mis dedos entre su pelo. Dios mío, no sé hasta que punto esta fiebre me permite mantener una conversación… «Dispara Olivia», la exhorto con cierta urgencia.
La oigo suspirar en mi hombro, mientras me acaricia el pelo con la mano. «Es solo que… sé que no es asunto mío, pero… no tengo derecho, lo sé perfectamente, pero…».
Con mi mano que vaga por su espalda le doy un leve toque, como diciéndole silenciosamente que vaya al grano: estoy perdiendo rápidamente las ganas de hablar.
«Bueno, lo sé, ¡lo sé!, pero es que necesito saberlo, por desgracia… y me odio por tener esa curiosidad, créeme, pero… lo necesito». Suspira. «¿Te… te has acostado con alguna de ellas?».
Suelto una risita y no respondo enseguida, para jugar un poco con su curiosidad, porque en el fondo me gusta un montón la idea de que esté celosa. Al final le pregunto: «¿Tú crees que uno que se ha ganado el mote de “el Monje” se ha acostado con alguien durante la última eternidad o dos?».
En ese momento Olly se levanta de golpe, apoyándose en un codo para poder mirarme a la cara. Tiene los ojos como platos y su expresión me produce una carcajada. Le meto una mano entre el pelo y le acaricio la mejilla con el pulgar, y lo mejor es que ella se deja, siempre, y nunca se echa atrás, nunca se aparta, incluso en un momento como este cuando cada poro de su piel rezuma curiosidad por saber más.
«¿Quién te ha puesto el mote de “el Monje”?», pregunta al final.
La miro con los ojos entrecerrados, mientras mi mano, en un viaje perpetuo entre su pelo y su piel, la llena de caricias. «Nic».
«¿Nic?». Está pasmada, y el shock es tan grande que se sienta. «¿Y desde cuándo te llama “el Monje”?».
Yo también me siento para no perder el contacto, es más, intento acercarme cada vez más. «Desde que volvimos a vernos», luego me corrijo. «Bueno, desde la primera quedada en parejas, la verdad. No tardó mucho en bautizarme».
Olly ahora tiene la boca desencajada. «¡No lo sabía! ¡Nunca te ha llamado así delante de mí!».
Me río. «Nic es más inteligente de lo que pueda parecer con ese aire de “donjuán con la cabeza vacía”».
«¿Qué quieres decir?»
«Quiero decir que si me hubiera llamado “el Monje” delante de ti, te habría tranquilizado».
«¿Y entonces?».
«Y entonces cuando uno está “tranquilo”, digámoslo así, tendencialmente se lo toma con calma y no reacciona».
Ella no dice nada, pero cierra la boca y guiña los ojos, valorando, reflexionando.
«¿Te acuerdas de la noche de su cumpleaños?»
«¿Cuándo te presentaste con la buenorra de nombre Tiziana? Sí, me acuerdo», responde sin dejar escapar la mínima ocasión para echarme en cara mis errores.
«Exacto. Justo esa noche en la que estuviste tonteando con tres chicos contemporáneamente delante de mi cara y luego estuviste una eternidad hablando con uno al que te planteaste tirarte a pesar de que no sentías nada por él».
«Bueno, vamos al grano…»
«Bien. El caso es que aquella noche, nuestro amigo Nic invitó a Gianca por mí, no por ti. Para provocarme, para de alguna manera provocar una reacción por mi parte».
Se gira de golpe a mirarme con la boca abierta otra vez, pero luego la cierra negando con la cabeza. «Nooo, ¡no sabía que venías!».
La miro extrañado. «No, él lo sabía. A ti te dije que no iba, es verdad, pero justo después de nuestro entrenamiento cambié de idea, porque quería verte otra vez antes de irme, y lo avisé cuando aún estaba en el carril bici».
Olly tiene la boca desencajada. «¿Pero te lo ha dicho él que lo invitó por ti?»
«No, lo pensé yo. A posteriori».
Se abraza las rodillas, rumiando las palabras que acabamos de intercambiar.
«Yo creo que Nic se dio cuenta de lo que sentía por ti antes que yo mismo», le revelo tras unos segundos de silencio.
«¿Entonces por qué no me dijo nada?», murmura casi para sus adentros. «Es decir sí, hizo alguna alusión alguna vez, pero no…». Deja la frase en suspenso, dejándola morir en el silencio.
Me encojo de hombros, cogiendo aire. «Tal vez no quería interferir directamente, quizá solo quería que hiciéramos nuestro propio camino, en cierto sentido».
Veo que sigue reflexionando y, según mi modesta opinión, no hay nada más sobre lo que reflexionar. La cojo y la tumbo sin mucho preámbulo. «Ya está, Olly».
Ella vuelve a mirarme, sin sonreír. Me posa una mano en la mejilla, con dulzura infinita. Dios mío, es tan guapa… Trago saliva.
«¿Y qué es lo que sientes por mí?», susurra.
«Lo sabes perfectamente», respondo en voz baja. «Pero si necesitas que te lo repita, te lo vuelvo a decir. Te lo diré todas las veces que quieras. Te quiero. Te quiero con toda el alma».
Sonríe y abre lentamente la boca, esa boca rosa y suave, y está a punto de decir algo pero se detiene.
Le paso el pulgar por el labio de abajo, como una invitación, como una palabra mágica con poderes para abrir una puerta encantada.
«Yo también te quiero con toda el alma, Andrea», murmura con los labios temblorosos.
Sonrío y ya no aguanto más. Ya no aguanto más… Me inclino y la beso, lentamente con la boca cerrada, rozo sus labios con los míos, y el contacto me hace temblar. Cojo aire y empiezo a besarla más intensamente, acariciándole dulcemente la lengua. Me apoyo con los codos a los lados de su cabeza pero, despacio, me deslizo hacia abajo, cada vez más abajo, hasta que mi cuerpo se adhiere completamente al suyo.
Sus curvas debajo de mí, su boca dulce como el algodón de azúcar, el perfume de su pelo que embriaga mi olfato, me hacen perder el control rápidamente, cada vez más rápido. Con un temblor en la mano que no consigo controlar le acaricio el muslo, despacio pero inexorable, hasta subirle el vestido hasta la cadera, y luego vuelvo abajo, saboreando la suavidad de su piel lisa. Le cojo la pierna y la muevo ligeramente hacia el exterior de manera que estén bien abiertas debajo de mí, y mi mano retoma su lenta caricia hacia arriba, esta vez por la parte interna del muslo.
Llego a la juntura de las piernas y jugueteo con el borde de las braguitas; me tomo mi tiempo porque tenemos toda la noche y ella es toda mía. La acaricio sin ir al grano. Noto bajo los dedos el tejido liso de las braguitas que lleva; juego con el elástico lateral, deslizando un dedo por debajo, desde el lateral hasta la ingle y viceversa, en una lenta caricia vagamente tentadora. Introduzco otro dedo y toco su piel, adelante y atrás, adelante y atrás, deteniéndome cada vez más en el clítoris. En un intento de volverla loca, me estoy volviendo loco yo.
Ella empieza a excitarse, mientras que mi respiración se vuelve cada vez más rápida durante nuestro beso. «Andrea…». Mi nombre como una petición muda…
Saco la mano y me detengo un momento a mirarla, y ella a su vez me mira a mí. Trago saliva y, con un escalofrío, introduzco toda la mano dentro de las braguitas, esta vez yendo directo al grano. Ella entrecierra los ojos y abre la boca en un pequeño gemido, enarcando ligeramente la cabeza hacia atrás; vuelvo a besarla mientras la acaricio cada vez más rápido, hasta que le introduzco dos dedos dentro, en su apertura ya húmeda por la pasión por mí, por mis caricias.
Interrumpo el beso con una urgencia repentina. «Prométeme que no me dejarás».
Ella me mira y, tras un instante de duda, murmura: «No te dejaré».
«Prométemelo».
«Te lo prometo».
¿es esto lo que esperaba?
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fuente:Epílogo sacado de la Web de Mauela Pigna: http://era-una-notte-buia-e-tempestosa.webnode.it/entrenar-contigo-spanish-edition/epilogo/