Carlos Bianchi llevó a su querido Vélez al olimpo de la gloria, casi sin quererlo, mucho menos imaginarlo, más allá de las fantasías de cualquier entrenador cuando asumen la dirección técnica de un equipo y, en particular, de uno tan significativo para él.
Su carrera como entrenador siguió casi de inmediato a su retiro, dejando atrás una notable marca como goleador de 206 goles, ubicándolo como top ten entre los artilleros más letales del fútbol argentino.
Se puso por primera vez el buzo de entrenador en 1984, a cargo del Stade de Reims, equipo francés, luego, en el ’88 firmó con el Paris Saint Germain, para después pasar al Nice y retornar al equipo capitalino hasta 1991.
Hasta aquí, el “Virrey” era un hermoso recuerdo para los hinchas de Vélez, quienes añoraban en esos días un goleador de semejante calibre. En 1993, tras la salida de Héctor Veira, selló su arribo a su Vélez, con el desafío de devolverle la gloria conseguida hace 25 años y, con la presión extra de jugarse su idolatría, su lugar de leyenda.
El riesgo se esfumó el 8 de junio de 1993, luego de empatar en La Plata con Estudiantes, y Bianchi era, una vez más, un héroe, el hacedor de la gloria velezana. Claro, liderado desde dentro del campo de juego por nombres y hombres como José Luis Chilavert y Cristian Bassedas, hoy mánager del club, entre otros.
Pero ese logro generaba nuevos desafíos, como la Copa Libertadores del año siguiente. Un sueño, a priori muy lejano, pero… ¿Por qué no?
El 13 de febrero, en la Bombonera y frente a Boca, fue el puntapié hacia aquel gigantesco sueño. Fue 1 a 1. El camino no fue para nada fácil desde el inicio, ya que el grupo además lo integraban Cruzeiro y Palmeiras.
Vélez, sorpresivamente, ganó la zona con tres triunfos, dos empates y una derrota. En octavos, eliminó a Defensor Sporting por penales, para luego despachar en cuartos al Minervén y meterse entre los cuatro mejores del continente. Ese logro, ya era enorme, pero no calmaba el hambre de gloria.
Ni siquiera lo logró la angustiante definición por penales en Liniers ante Junior de Barranquilla y el pasaje a la final contra el San Pablo.
El 31 de agosto de 1994, en el Morumbí, Vélez se consagró por primera, y por ahora única vez, campeón de América. Fue 1 a 0 de local con gol de Omar Asad y derrota por el mismo resultado en Brasil. Pero el penal de Roberto Pompei hizo olvidar todo ese sufrimiento y sueño cumplido. Gloria eterna.
Pero como ocurrió con el título del ’93, un logro llevó indefectiblemente a otro enorme desafío. Esta vez, era en diciembre, en Japón y contra el Milan. Vélez fue ninguneado por el equipo italiano a través de la prensa. Bianchi, sabio como calvo, encontró en un escenario adverso el camino para motivar a los suyos, agrandarlos y sacar lo mejor de ellos.
Tanto fue así que Chilavert, Trotta, Asad, Flores, Bassedas y Gómez, entre tantos, literalmente borraron de la cancha al gigante italiano. Vélez campeón del mundo se escuchó en todos lados el 1 de diciembre del ’94.
Como cereza del empalagador postre llegaron el Apertura 1995 y la Interamericana del año siguiente. Más laureles que Bianchi, con sus muchachos, le regalaron a una de las instituciones modelos del país, que injustamente se vio privada de títulos y gloria durante muchos años.
Luego Bianchi no tendría la misma suerte en la Roma, pero esa es otra historia, como la que vivió en Atlético de Madrid y Boca. El profeta, en su tierra, ya había dejado su legado.
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