Comida en Chez Kebe, Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com
Sábado por la mañana. Me levanto de la cama y me espera la misma pregunta de siempre:
—¿Qué planes tenemos?
Y es que el Kalvo siempre quiere que le organice el día. No le gusta quedarse en casa. Es superior a él.Prefiere salir a la calle. Haga sol, lluvia, frío o un viento de tres pares de cojones. Tenga o no tenga algo qué hacer. La cuestión es salir. Pero ya tenemos la ciudad muy vista y los paseos sin destino empiezan a aburrirnos.
—Podríamos ir a comer al restaurante solidario —le propongo. —¿Al del senegalés? —Sí. —¿Y no podemos sencillamente colaborar con pasta y saltarnos la comida? —No. La gracia es ir a comer allí. —Yo no lo encuentro gracioso pero si te empeñas.
Quedamos con unos amigos. Ellos también se apuntan. El restaurante está en el centro de la medina. Imposible ir en coche. Vamos andando. La temperatura es agradable. Disfrutamos del paseo. Llegamos al restaurante. De las tres mesas que hay, dos están ocupadas por africanos. Nos sentamos en la única que queda libre. Miramos el menú. Un trozo de papel plastificado que hay colgado en la pared. En él hay escritos cinco platos. Pedimos uno de cada. Por probar. Después de un rato intentándolo conseguimos entender algo. No es posible.Sólo tienen dos: arroz con pescado y arroz con salsa de cacahuete.
—Ponnos dos y dos —le dice mi amiga en francés.
La chica la mira con cara de no tener pajolera idea de lo que le estamos pidiendo. Otra vez. Pero el lenguaje de los signos es universal y finalmente logramos transmitirle la comanda.
Nos dan los cubiertos, un vaso y una servilleta de papel para cada uno. De beber, una botella de agua de litro y medio. Compartida. La chica nos sirve los platos. Los colocamos en el centro de la mesa y vamos picando. El Kalvo, al que nunca le ha ido eso de picar -por eso lo del tapeo no le va- decide pedir otro para él solo.
Está bueno. A todos nos gusta, incluido Terremoto. Al menos es un sabor distinto. Incluso la Peque hace sus bocados. A punto está de sacarme un ojo con el tenedor en su intento por pillar algo más de arroz. En poco más de un cuarto de hora ya hemos terminado. Aquí no hay entrantes, ni postres ni café. Así que nos levantamos y nos trasladamos a un bar cercano para continuar con la sobremesa. Antes, toca pagar.
La chica nos escribe en un papel el importe. 125 dírhams. Un poco más de diez euros. Pero… no lo entiendo… ¿no se supone que es un restaurante solidario? Tenía entendido que pagabas tu plato y el de otra persona. Intentamos que nos lo explique pero no hay manera. Ella R que R con los 125 dírhams. Le damos el dinero y cuando estamos a punto de abandonar el local, veo otro papel pegado con celo en la pared. Léelo, le digo al amigo que va con nosotros. A ver qué pone. Y, efectivamente, ahí explica en una letra diminuta, que si quieres -sólo si quieres- puedes dejar otro plato pagado para que se lo sirvan a una persona sin dinero.
Le decimos a la chica, por señas, que nosotros queremos colaborar. Joder, que para eso hemos venido. Y le damos otros 125 dírhams o sea el importe de cinco platos más. Uno por cada uno de los platos que hemos pedido. Y nos marchamos. Ahora un poco más contentos por haber contribuido. Algo es algo.
—No ha estado mal, ¿verdad? —comenta mi amiga. —No. A mí me ha gustado. —Quizás venga otro día con un tupper y me lleve la comida para casa. —Buena idea. Es barato, está rico y, además, ayudas a otros.
Nos despedimos. Nosotros cuatro pasamos la tarde en casa. El Kalvo quiere hacer una foto de familia. El tema: disfraces. Cada uno debemos escoger algo para ponernos. Él se coloca una máscara anti gas, el niño su traje de mosquetero, la niña un vestido de pirata y yo le robo a Terremoto la máscara y la capa de Batman. Estamos todos listos. Colocamos el fondo, la cámara, el trípode, las luces y le damos al disparador.
Entre que recogemos todo el estropicio se hace la hora del baño. Metemos a los niños en remojo. Les ponemos el pijama. Les damos la cena y ya podemos disfrutar de algo de tiempo para nosotros solos.
—¿Miramos una peli? —le digo al Kalvo. —Yo paso. Estoy fatal. Me voy a la cama. —¿Qué te pasa? —Esta comida solidaria me ha matado. —¿Por? —Creo que era el arroz. Lo habrán hervido con agua de ves a saber dónde… tengo el estómago chunguísimo. —Pues yo estoy de puta madre —y me empiezo a reír porque lo que no le pase al Kalvo no le pasa a nadie. —Menos cachondeo. Va en serio, ese arroz era LETAL —dice en tono dramático. —Eres tan exagerado… —Y esa idea del tupper… va a ser que no. Conmigo no cuentes.
Y así termina nuestro sábado. Con el Kalvo a punto de morir de retortijones y yo descojonándome de su friquismo. Hay cosas que nunca cambian.