Muchos recuerdos de la infancia están envueltos en halos de romanticismo, guardados con sumo cariño en los baúles del recuerdo esperan con anhelo ser fugazmente evocados. Componen este único universo canciones, películas, libros, colegio, amigos, juegos, fiestas…
Hace unos días mi mente sufrió un brutal despertar al confrontar un idealizado recuerdo infantil con mi actual realidad adulta. Todas las noches como en millones de hogares, mi marido y yo leemos con nuestros hijos, al tener estos edades bastante dispares nos turnamos y así una noche me toca con mi niña y a la siguiente con mi niño.
Por diversos motivos hemos ido postergando nuestra mensual visita a la biblioteca, así que se me ocurrió la ingenua idea de recuperar de casa de mis padres unos cuantos libros de mi niñez que recordaba con especial cariño. Así que llena de emoción abrí el baúl de mis recuerdos para explicarle a mi hija mi personal historia con el libro que juntas íbamos a descubrir: “Los cinco en Billycock Hill”.
Las apasionantes andanzas de estos cinco personajes dieron alas a la imaginación de mi grupo de amigas colmando muchos de nuestros juegos. Nuestras infantiles mentes inflamadas de deseos de aventura convertían los caminos del cole a casa en apasionantes búsquedas de pistas para misterios inventados.
Mi hija acostumbrada a ritmos de acción más apresurados mantenía la atención como podía animada por las ilusionadas palabras de su madre. “ya verás, ya verás lo que les va a pasar…”. Hasta que en la página 46 nos topamos de golpe con esto:
“-Estupendo- dijo Julián-. Pero no nos podemos bañar enseguida después de comer. Las chicas querrán hacer un poco de limpieza y guardar los alimentos que han sobrado. Nos sentaremos y esperaremos a que ellas hayan terminado.
Todos estuvieron de acuerdo y las muchachas se apresuraron a lavar los platos y guardar los restos de comida…”.
Como si me hubieran dado una colleja, detuve instantáneamente la lectura para descubrir la mirada perpleja de mi hija. Tras un interminable número de explicaciones colmadas de “eran otros tiempos” dimos por finalizada definitivamente la lectura del libro.
Al día siguiente que le tocaba el turno a mi marido, eligieron otro libro de mi personal biblioteca ochentera encontrándose con otro inesperado capítulo en el que unos niños armados con un tirachinas mataban a un indefenso pajarillo azul padre de familia.
Esta experiencia nos ha enseñado varias cosas, que los tiempos afortunadamente han cambiado, que los recuerdos vividos con ojos infantiles pierden su brillo ante ojos adultos y que más nos vale vencer a la pereza de ir a la biblioteca si no queremos que nuestra hija vea confirmadas sus sospechas de que nacimos en la prehistoria.
Os dejo un simpático enlace con un ejemplo de que "eran otros tiempos":
https://www.youtube.com/watch?v=3pHnUVSrM4A