Revista Ciencia

Érase una vez, en un martes cualquiera…

Por Yve Ramírez @ecocosmopolita

El martes por la mañana cogimos el tren hacia Montgat Nord.

Salir de casa no fue fácil. Alguno estaba con el humor torcido y quería ir a la montaña. Yo simplemente quería salir de casa. Las niñas hubieran preferido quedarse en el sofá… Costaba conciliar expectativas. 

Pero finalmente la playa parecía ser el mejor término medio para ese martes de vacaciones. Y allá fuimos.

En el tren no había asientos desocupados para sentarnos juntos, así que nos quedamos de pie frente a una de las puertas. Como mi mochila iba muy cargada, la dejamos en los portaequipajes.

Al llegar a Montgat Nord nos llevamos una sorpresa. ¡La playa había desaparecido! No íbamos hasta allá desde hacía mucho tiempo.

Bajamos del tren un poco en shock, dudando hacia dónde caminar. Cruzamos al otro andén  y de pronto…. ¡o noooo! 

Terror. Habíamos dejado mi mochila en el vagón.

Entramos en pánico. Mi móvil, mi billetera, tarjetas, el efectivo, ticket de tren, toallas, botellas de agua, bolsas stasher con un pica pica. Todo estaba ahí.

Mauricio estaba agobiadísimo; yo pensaba, “así se te va tu día de vacaciones al carajo” mientras sacaba cuentas de cuánto dinero me costaría la gracia y cuántos trámites tenía por delante para arreglarlo todo. Estallábamos de los nervios.

Cogí el móvil de Mau y llamé a  Renfe, pero me dijeron que solo podía poner la denuncia en la web y esperar por si alguien la reportaba.

Más pánico. 

Entonces Mauricio pensó en llamar a mí móvil.  “Tal vez alguien se haya dado cuenta.”.

Yo no tenía muchas esperanzas, pero lo hice. Nadie contestó. 

Dudé si tenía sentido, pero llamé otra vez.

Y esta vez sí, ¡una voz!. Tan pronto dije un “¡‘Hola!”, emocionada, me respondió un hombre:

-¡Te dejaste la mochila en el tren! ¿verdad? Sube al próximo tren y te espero en Vilassar de Mar. 

-¡Muchísimas gracias! ¡No puedo creerlo! ¡Qué alegría que me das! Pero no quiero molestarte ¿no hay un puesto de información o un bar donde puedas dejarla? Nosotros vamos hacia allá.

-No, no, sube al próximo tren. Yo me bajo en Vilassar para esperarte. Cuando salgas del tren me verás sentado frente a ti. Tü sube al tren.

No podía con mi asombro y agradecimiento. 

Corrimos de nuevo al otro andén, esperamos lo que pareció una eternidad y, después de unas cuantas estaciones, que pasaron más lentas que nunca, llegamos a Vilassar. 

Ahí estaba, en la distancia. Con una sonrisa, mi mochila y su maletín. Nos hacía señas. Estaba claro que él no estaba de vacaciones. 

Corrimos. Casi sin aceptar nuestras palabras emocionadas, se subió al tren, mientras decía “¡No hay nada que agradecer! ¡Qué susto habréis pasado!”

Y desapareció, continuando su ruta, antes de que acabáramos de reaccionar. 

Me quedé con el corazón inflado de puro agradecimiento.

Decidimos regresar hasta Masnou. Antes de ir a la playa, entramos al pueblo para buscar un lugar para comer, porque ya nos estaba entrando el hambre.  Yo sonreía cada vez que recordaba lo que nos había pasado. 

Caminamos por el pueblo, que estaba bastante solitario. Queríamos sentarnos en una terraza, porque estamos en pandemia y también porque el sol brillaba con fuerza y el cuerpo lo pedía. 

Por un momento pensé que tendríamos que contentarnos con un bocadillo en cualquier bar, pero después de mucho caminar, dimos en Google con un restaurante cubano llamado La Sabrosita, que parecía estar bien.

Cuando llegamos, nos esperaba una linda mesita al sol.

Comimos hasta reventar: todo estaba absolutamente delicioso (y además precioso), la  atención fue insuperable y gastamos muy poco dinero. Al terminar, la cocinera, salió a conocer a los venezolanos de la terraza. Era una mujer encantadora, nos entretuvimos hablando con ella. Prometimos volver con amigos y, ahora sí, nos fuimos hacia la playa, para  acabar la tarde tumbados en la arena. 

Érase una vez, en un martes cualquiera…

Llevábamos bañador pero no llegamos a quitarnos la ropa. 

Simplemente estuvimos tumbados en la arena, leyendo, hablando, jugando.

Fue una tarde perfecta.

De hecho, fue un día perfecto.

Y pudo no serlo. Pudo acabar en una espiral de estrés, burocracia, gastos, mal humor y algún reproche.

Pero el simple gesto de una persona, le dio la vuelta a nuestro día. Un simple gesto de amabilidad puede significar tanto…

Este post, tan off topic es un agradecimiento en voz alta a esa persona maravillosa que hizo que ese martes de vacaciones familiares acabara siendo un día memorable y hermoso.

También es un recordatorio para ti y para mí misma: no importa lo que pase, allá afuera hay gente maravillosa, dispuesta a hacer algo por ti, aunque no te conozca y no vaya a volver a verte.

Y finalmente, también es una nota mental: muchas veces eso que parece ser un gran revés y un signo de mala suerte, realmente es una oportunidad única. Si esa mochila no se hubiera quedado en el tren, nos hubiésemos perdido mucho.

Gracias mil al hombre de la gran sonrisa, el  maletín y el corazón generoso, por darnos una inmensa lección de agradecimiento y generosidad. 

Seguramente estas palabras no llegarán a él (aunque no te imaginas la ilusión que me haría que así fuera). Pero espero que al menos te regalen un poco de luz e inspiración, que sé de buena fuente que en estos días buena falta nos hacen.

PS: si te han entrado ganas de hacer un picnic en familia al aire libre, aquí tienes nuestro decálogo para un picnic sostenible.


Volver a la Portada de Logo Paperblog