Un halo de misterio ha envuelto siempre a las cuevas excavadas por el hombre en la Sierra Norte de Guadalajara. Localizadas en una franja de areniscas triásicas y silúricas, que va desde Albendiego hasta Alcolea de las Peñas, la ubicación de estas 16 cuevas no es casual: la arenisca permite excavar fácilmente (ahorra costes y esfuerzo) y una cercana fuente de agua las hace habitables.
Aprovechando una oquedad natural, el utilizaba picos para ampliarla; para remates, jambas y conducciones usaban azuelas y piquetas. Sus huellas se observan en paredes y techos; algunos simulan bóvedas y arcos, en un estilo tosco pero muy hermoso. La distancia entre cuevas, inferior a 1 km, indica que corresponden a un asentamiento estable, como en Torrubia, al este de Miedes de Atienza.
Su origen resulta difuso. Algunos autores asignan su construcción a celtas ó arévacos, en base a la cercanía del poblado romano de Tiermes (30 kms). Un trabajo de D. Enrique Daza Pardo, historiador especializado en el estudio de la Transición de la Edad Antigua a la Alta Edad Media, las datan en este periodo(desde el siglo VI al siglo XI).
Estas cuevas jugaron un papel fundamental en la cristianización de la Sierra Norte, siguiendo el ejemplo de los eremitas primitivos de Oriente (Wadi-Natrun en el desierto egipcio), hasta la repoblación definitiva de la zona en el siglo XII. La cueva era habitada por un ermitaño, dedicado a la oración y el ayuno, que predicaba en las cercanías; algunas veces alrededor de este lugar se ubicaba el nuevo poblado.
Pero no todas las cuevas fueron de uso religioso y/o necrópolis. Algunas fueron usadas como viviendas, lo que era habitual en los poblamientos dispersos de la Alta Edad Media. Hablaremos de ellas en próximas entregas.
Lar-ami
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