Marcuse, en Eros y civilización, caracterizaba la historia de las sociedades como la historia de la represión (represión de la búsqueda de los placeres o de la satisfacción).
Siguiendo a Freud, explica que, aparentemente, los impulsos, si no son controlados, son peligrosos y van contra la estabilidad de la sociedad, dado su desenfreno y afán de posesión (de recursos o, incluso, de las personas como objeto de deseo sexual).
El principio del placer (la búsqueda impulsiva de la satisfacción) deberá ser restringida según Freud para adecuarlo a un principio de la realidad (ajustarse al entorno por medio de la consciencia de la realidad vigente y el control de los impulsos, aceptando la represión y la frustración) por medio de la cultura, de forma que se cree una civilización normalizada. De esa forma, el ego (la conciencia) se organiza a partir del principio de la realidad y guía su vida por la razón. La cual le permite diferenciar lo nocivo de lo útil, lo bueno de lo malo, y lo verdadero de lo falso. Dicha organización deja de lado la fantasía fuera, ligada al principio del placer.
La escasez de recursos es el principal motivo de la represión. Como no hay suficientes recursos de subsistencia para todos, se debe fomentar que las personas destinen sus energías al trabajo y la producción más que a otro tipo de actividades (sexuales, artísticas o cualquiera que busque la satisfacción). De esa forma hace asumir a las personas una disciplina que les permita restringir su búsqueda de la mayor satisfacción posible y a conformarse.
Marcuse objeta a estas afirmaciones que el principio de realidad es histórico y la adaptación a la realidad depende del tipo de realidad o sociedad de cada época. El principio de realidad depende de la estructura económica y social que tiene cada momento de la historia, con sus correspondientes relaciones sociales y sus formas de dominación dentro de la estratificación social.
Marcuse distingue entonces dos tipos de represión: represión básica o necesaria para la perpetuación de la especie humana y represión excedente. La represión excedente es el resultado de la dominación social, de una distribución injusta de los recursos y de la explotación. Destaca que el principio de realidad tiene en cada época una forma distinta, según su estructura económica y social (a la cual llama principio de actuación). Atribuir a la escasez la justificación del principio de actuación presente es falaz, dado que la escasez no es tal. La cuestión no es que no haya recursos para todos, sino que el reparto de dichos medios de subsistencia es injusto, restringido y derivado de la explotación del capitalismo.
La escasez no proviene de una realidad material dada, a la que atenerse, sino a una distribución injusta de los recursos con sus formas de dominación clasistas que son las que la crean. La escasez es impuesta. Dicha imposición es derivada de unas formas de dominación jerárquica ejercidas por parte de las clases poseedoras. Entonces, el principio de actuación de la etapa capitalista es fomentado por las jerarquías para fomentar un tipo de organización del trabajo. En esa administración de la producción, al trabajador se le exige una disciplina y una represión de sus impulsos y deseos. De esa forma, se consigue que él asuma la restricción de la búsqueda de la satisfacción (de más recursos) y se centre en un trabajo que no tiene que ver con sus deseos.
La disciplina laboral establecida le da a entender que debe reprimirse para producir en un trabajo en el que no se desarrolla sus inquietudes ni su búsqueda de satisfacción. En cambio dicho régimen consiste en un modo de producción impersonal, sin relación con los objetivos del empleado, conforme a las exigencias de la empresa privada y el mercado capitalista.
El sistema económico-social fomenta un principio de actuación, una represión de los impulsos establecida, para generar actitudes tendentes a la producción y al beneficio de los propietarios. Fomenta que los trabajadores se resignen a someterse a la disciplina de un trabajo impersonal y que no tiene presentes los deseos del trabajador. Propicia que se autorregulen los obreros para adaptarse al estado de cosas actual y olviden sus deseos de más recursos. Una búsqueda de mayor satisfacción o de más cantidad de recursos les llevaría a buscar otro tipo de modelo socio-económico (que no esté sometido a este tipo de régimen).
La sociedad, así establecida, impulsa un modo de vida moderado y en el que los impulsos son desplazados o dejados a la espera de verse cumplidos tras el proceso productivo. El modo de vida tiene que ser establecido de esa manera para responder a una disciplina laboral con unos ritmos acelerados de vida -horarios, intensidad laboral por las exigencias de la producción y del mercado-.
Esta moral del trabajo se ve defendida por las ideas dominantes que fomentan este tipo de vida resignado. Se impulsa esta tendencia para que los trabajadores no centren sus energías en sus propios impulsos (intereses particulares, inquietudes, deseos, ilusiones) y para que las destinen a un tipo de producción objetivo, que no tiene en cuenta las necesidades subjetivas de los productores (tales como la satisfacción en el trabajo, la gratificación de aportar algo positivo o beneficioso para la sociedad...), sino que tiene que ver con intereses extraños a los creadores de bienes y servicios (beneficios del empresario) y las exigencias del mercado.
Es una producción en la que se utilizan los recursos (sean materias primas de la naturaleza o sean recursos humanos) como instrumentos para un tipo de creación de bienes y servicios. Su único objetivo no es el logro de la gratificación, sino la obtención del mayor beneficio. Es un modo de producción basado en un tipo de trabajo que no tiene nada que ver con la personalidad de los trabajadores.
Él consiste en una división social del trabajo compuesto de relaciones sociales asimétricas (jerarquías y formas de dependencia entre clases) y en el que el trabajo de cada persona está especializado, tipificado y demarcado. Además este modo no permite el desenvolvimiento de facultades personales o capacidades creativas: las tareas están demarcadas de antemano y no se pueden realizar aportaciones propias, convirtiendo el trabajo en algo impersonal.
En términos marxistas, se podría decir que la presión para reprimir los deseos de mejoras y la resignación al presente son una forma de alienación. Lo son en tanto en cuanto el trabajo no tiene nada que ver con el trabajador. Es impersonal: se trabaja para beneficio de alguien externo, el empresario, y para el mercado. Esto quiere decir que este tipo de trabajo se encuentra fuera de las inquietudes del trabajador, es ajeno a él. Por eso, se fomenta la resignación y represión de sus inquietudes como una forma de virtud o disciplina.
Se ha de controlar el Eros. El Eros es el deseo, la tendencia a atender solo a los intereses personales o el afán por mayores recursos, satisfacción y calidad de vida. En el principio de actuación contemporáneo se ha de reprimir el deseo no solo porque dicho auto-control hace que los trabajadores se ajusten a los ritmos de trabajo establecidos de forma disciplinada y con resignación, sino porque si las personas se guiasen por el principio del placer, si se decidiesen a buscar gratificación en la vida, tendrían que ir contra el sistema económico-social que los domina y reprime.
Un principio del placer desatado iría contra las formas de dominación. Los trabajadores lucharían por el cambio social y procurarían crear otras formas de producción, distribución y de relaciones sociales que les permitiesen el desarrollo de sus facultades, capacidades, inquietudes y deseos. Según Marcuse, lo harían porque interpretarían que en el estado de cosas presente no es posible el desarrollo de la persona y, en la búsqueda de la gratificación, procurarían construir otro modelo socioeconómico.
Juan José Angulo-Marcuse, Herbert 2002: Eros y civilización. Traducción: Juan García Ponce. Barcelona: Editorial Ariel