Una premisa: mirarnos a nosotros para mirar al otro. De ahí nace un juego de espejos y espejismos que nos atrae y nos rechaza. Imán y repelente que nos une y nos separa. Sinergias y sus transparencias que aluden a una forma de contar el mundo. Su exilio. La derrota. La libertad del yo. La emancipación del otro. Así, imagen tras imagen, composición tras composición surge el niño que fuimos que apunta al hombre que ahora somos. Dedo que traspasa la barrera del tiempo para llevarnos hacia el pasado desde un presente también lejano. Viaje provocador y, a la vez, mutilado por el dolor que provoca. Un dolor, del que esa distancia busca refugio en la intimidad y el deseo que nunca se apaga o se frena. El deseo por crear, por interrogarnos acerca de la inmaterialidad escondida en el infierno que alimentamos y nunca se apaga. Miradas que, como muy bien nos expresa Erwin Olaf en la exposición Narrativas de emancipación, deseo e intimidad (PHotoESPAÑA 2024, del 10 de mayo al 14 de julio en la Sala de Exposiciones del Centro Cultural Fernando Fernán Gómez de Madrid), buscan el letargo de la melancolía y la trasgresión del recuerdo con imágenes sobrecogedoras, exultantes o evanescentes. Miradas que se plasman en diálogos que resucitan nuestra capacidad de análisis a la hora de mirarnos a través del majestuoso espejo que nos ofrece el artista holandés en esta magna exposición acerca de los sentimientos humanos y los sentidos a través de los que éstos nos llegan. Sus fotografías tienen la potencia que envuelve a las míticas imágenes cinematográficas que se quedan adheridas a nuestra memoria, y a la intensidad de la evocación que nos llega a lo largo del tiempo. Imágenes y sensaciones que se yuxtaponen a los vídeos que se nos muestran en espacios oscuros que representan templos de recogimiento y veneración hacia aquello que a Erwin Olaf le sale de sus entrañas.
Narrativas de emancipación, deseo e intimidad posee una plasticidad única, por intensa y militante. Una plasticidad que va desde la profunda melancolía que se recoge en la tristeza, hasta la búsqueda de una soledad y un silencio que busca refugio en plena naturaleza sin olvidar la estética arriesgada y delatora de los cuerpos desnudos que se exhiben y las múltiples interpretaciones que éstos nos sugieren. A lo que habría que añadir el minucioso estudio de los rostros humanos, y la potencia que éstos nos transmiten a través de la mirada, donde sus ojos y facciones, sus encuadres y posturas nos dicen tanto o más que el propio retrato en sí. Hombres y mujeres, niños y adultos. Todos los seres humanos posibles y las diferentes razas que habitan nuestro planeta se dan cita tras la cámara de un Erwin Olaf, que los adivina y nos los muestra de una forma sencilla, pero intensamente serena y reveladora. En esa forma de mirar tan particular y única nos acerca al ser humano sin más ambages que la verdad de su objetivo y su afán por llevarnos a realizar el viaje que él ha hecho. Un viaje hecho imágenes que alcanza su lado más íntimo en la última parte de la exposición, donde el artista holandés adopta el papel de protagonista y nos ofrece una multitud mágica y directa de su propio confinamiento durante la pandemia. Instantáneas de no vida, que poco a poco se van convirtiendo en autorretratos bicolores con supremacía del blanco y negro que nos alertan de un final: el propio. Un magnífico ejemplo de cómo romper la distancia entre realidad y ficción con una propuesta basada en la valentía de mirarnos a nosotros para mirar al otro.
Ángel Silvelo Gabriel.