Revista Psicología

¿Es bueno o malo dudar?

Por Clotilde Sarrió Arnandis @Gestalt_VLC

El conocimiento, el saber o la búsqueda de la verdad puede equipararse con una escalera infinita con escalones que alternan dudas y certezas consecutivas, así hasta llegar a unos descansillos en los que creeremos haber encontrado la verdad, para luego comprobar como se tambalea nuestra certeza y sentir de nuevo la necesidad de seguir subiendo. 

¿Es bueno o malo dudar?

¿Es bueno o malo dudar?

La duda, la incertidumbre, es una especie de tregua que la mente se concede a si misma, una pausa activa en la que dejamos de hacer cualquier otra cosa y nos empleamos sólo en pensar y decidir si lo que estamos haciendo es lo que deseamos hacer. Lo ideal es que también en esa pausa elijamos la respuesta o actuación mas adecuada cuando la situación requiera la toma de una decisión.

Con frecuencia se le confiere al acto de dudar una connotación negativa por la incertidumbre que se suele asociar con los titubeos y la indecisión. Sin embargo, la duda no tiene porqué ser mala, siempre y cuando no nos estanquemos en ella de un modo perpetuo. 

Es más, dudar puede incluso ser recomendable si consideramos que cuestionar nuestras creencias y meditar nuestras decisiones puede repercutir favorablemente en el aprendizaje y en la madurez inherente al crecimiento personal. 

Duda filosófica y duda paralizante

Dudar, desde una perspectiva filosófica, es conferir una oportunidad a la verdad al asumir el coraje necesario para afrontarla. De este modo, quien duda se mantiene activo y en un estado de búsqueda que le predispone al bienestar, la felicidad y al acopio de argumentos que le facilitarán la reflexión y propiciarán la resolución de una cuestión pendiente.

Esta es en suma la duda filosófica  que podríamos compararla con una flecha que con determinación apuntamos a la diana de la verdad.

Dijo Ortega y Gasset:

“Además de enseñar, enseña a dudar de lo que has enseñado”

No hay que confundir la duda filosófica con otra duda que inmoviliza mental y operativamente a quien la experimenta, y le impide decidir y actuar. Esta es la duda paralizante.

En la cultura de la inmediatez y la operatividad en la que estamos inmiscuidos, es frecuente —y erróneo— identificar la duda con la inseguridad. Si esto sucede, es debido al poco énfasis que los sistemas educativos ponen en fomentar en los niños el hábito de dudar de un modo reflexivo y productivo, y también la propensión a  identificar la duda con el apocamiento, la debilidad, la indecisión o la cobardía.

En nuestra competitiva sociedad, no está bien visto el hábito de detenerse a reflexionar sobre aquello que nos inquieta y nos promueve dudas. Es por ello que quienes así actúan, o el mero hecho de pararse a pensar, suelen dar pie a reticencias, prevención y a ser considerados por el entorno como personas inmaduras y vulnerables.

Apología la duda

Descartes, en su camino para llegar al conocimiento de la verdad, consideraba necesario dudar de lo que se sabe, y utilizar la duda como un método para corroborar la certeza de las cosas.

No así sucedía con los escépticos como Pirrón, que se instalaban en la duda para manifestar su desacuerdo con todo aquello aceptado como verdad, limitándose tan sólo a opinar aunque sin afirmar nunca nada.

Nietzsche prefería hablar de convicciones, y consideraba que «toda convicción es una cárcel», aludiendo a las convicciones dogmáticas impuestas, los fanatismos, las ideologías o las religiones a las que el ser humano se aferra para no dudar, no pensar, sentirse seguro y evitar cualquier malestar físico, psíquico o emocional.

Suele suceder en estos casos que, cuando una persona descubre que aquello que aceptaba como verdad es tan sólo una falacia, sobreviene una derrumbe emocional que suscita inseguridad como consecuencia de la decepción, el desencanto la frustración ante el engaño, y también por la rabia inherente a los años perdidos en los que se vivió prisionero de una falsa creencia.

En beneficio de la duda

Podemos considerar que la duda, como un instrumento útil en la búsqueda de la verdad, no tiene porqué ocasionar perjuicios. Desde las psicología, la filosofía, y también dese la ciencia, se contempla el mérito del poder que inviste a la duda.

La filósofa Victoria Camps, en su libro ‘Elogio de la duda’, atribuye grandes beneficios a la capacidad de dudar y cuestionar.

Anteponer la duda a la reacción visceral es lo que trato de defender en este libro: la actitud dubitativa, no como  parálisis de la acción, sino como ejercicio de reflexión, de ponderar pros y contras

Y añade:

Dudar, en la línea de Montaigne, es dar un paso atrás, distanciarse de uno mismo, no ceder a la espontaneidad del primer impulso. Es una actitud reflexiva y prudente la regla del intelecto que busca la respuesta más justa en cada caso

Es obvio que esta duda beneficiosa —o duda filosófica— es la antítesis de la duda paralizante, aquella que nos impide actuar y que tantos problemas por omisión ocasiona.

De todos modos, también es posible que pese a haber actuado según las directrices de la duda filosófica, los resultados no sean satisfactorios. En estas ocasiones, más que considerarlo un fracaso deberemos valorar como recompensa el conocimiento de saber como no tendremos que actuar en otras ocasiones . 

En el ensayo ‘De profundis’ —la más filosófica obra de Oscar Wilde— el escritor dice:

Hablan mucho de la belleza de la certidumbre como si ignorasen la belleza sutil de la duda. Creer es muy monótono. La duda es apasionante

Esta afirmación predispone a debatir sobre si la duda es un camino hacia la certidumbre, y equiparar el conocimiento con una escalera infinita con escalones que alternan dudas y certezas consecutivamente, así hasta llegar a unos descansillos en los que creeremos haber encontrado la verdad, para luego comprobar como se tambalea nuestra certeza y sintamos de nuevo la necesidad de seguir subiendo.

En ‘De profundis’ , Wilde nos invita dudar y a reflexionar sobre las propias necesidades. Dudar sobre aquello que creemos necesitar con urgencia o si, por el contrario, somos nosotros quienes nos creamos las necesidades convirtiéndonos en esclavos de las cada una de ellas.

‘De profundis’ es una carta desgarradora, un canto a la entereza ante la adversidad, un grito abrasador —y a la vez de redención— que nace de lo más profundo de los sentimientos. Es Wilde en estado puro, escribiendo desde la ternura y plasmando su pasión libre de los artificios y ornamentos propios del escritor.

Pero regresemos de nuevo a la duda y consideremos lo necesario que es dudar, tal vez tanto como pensar. Deberíamos vivificar el valor de la duda, el valor de nuestro potencial como seres racionales al ejercer el derecho de reflexionar desde los cimientos de la libertad. Porque si no pensamos y no dudamos, aumentarán las probabilidades de ser arrastrados por las necesidades que nosotros mismos nos creamos, y también por aquellos fanatismos y creencias que nos impiden ser libres y autónomos.

Consideraciones finales

Tras esta exposición acerca de los beneficios de la duda, hagamos ciertas consideraciones que pueden resultarnos útiles  antes de tomar decisiones.

En primer lugar, nos será útil ser conscientes del miedo que tal vez se esconda detrás de nuestras actuaciones. Por ello, deberemos aprender a identificarlo y ser capaces de enfrentarnos a él a fin de no quedar paralizados.

También será provechoso determinar y reconocer previamente cual es nuestro propósito, qué es lo que en verdad queremos. De este modo, nos será más fácil sentirnos motivados y como consecuencia ponernos en marcha.

Ya por último, nos ayudará evitar rigideces en nuestro modo de actuar, y ser capaces de entablar una conexión con nuestras emociones sin ceñirnos a un planteamiento estrictamente racional y frío. Cuando la emoción acompaña a la razón, las decisiones son más beneficiosas para quien las toma.


Clotilde Sarrió – Terapia Gestalt Valencia

Licencia de Creative Commons Este artículo está escrito por Clotilde Sarrió Arnandis  y se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España

Imagen: Pixabay


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