Poco antes de subir al autobús que nos traería de vuelta a Madrid desde Vigo tras la función con su ensayo de Gigantes y cabezudos encontré una botella de cava abandonada en una jardinera. No estaba allí expuesta a la vista de todos pero yo la vi. Estaba sucia y barata, pero interpreté que el destino quería brindar conmigo y acepté. Enseguida pensé en vosotros, coro griego, mi conciencia colectiva, y en que tenía que contároslo.
La limpié y la guardé en la mochila. La traje a casa y por no faltar a la verdad no sé deciros si ya nos la hemos tomado, no es relevante (o sí). Lo relevante es que acepté yo el brindis del destino, uno a ciegas. Algo habré celebrado, ya sabremos qué es.Quizá esto me describe más de lo que quisiera. ¿No debería ser yo el que comprase el cava o el champagne, de la marca que me pareciese mejor, y que fuese para celebrar algo concreto?¿Aceptaremos el destino según viene, iremos en su busca o trataremos de fabricarlo a nuestro gusto? de todas las opciones parece la última la mejor… —“Oh mira, ahí va alguien que ha construido su destino, brindemos por él”—“Sí ya, ¿pero con qué champán? —“Ay no sé, ¿no lo tenías tú?, ¿no eras tú el que lo compraba?—“Es verdad, pero con la emoción y el jaleo debí dejarlo olvidado en aquella jardinera…”