Coches y carretera, pero también atentos a un nido de paloma torcaz
Javier Rico
“Salen los alumnos al patio y no ven más que gorriones y palomas; y venís vosotros y de repente hay urracas, verdecillos, verderones, currucas, estorninos, cernícalos, mirlos, petirrojos… es como si hicierais magia”. Esto no nos lo habían dicho hasta ahora y nos sonó genial tras concluir una de las últimas rutas que hemos hecho con alumnos y alumnas de primero de secundaria del instituto público Altaír de Getafe. Ya cuando en el parque más cercano dimos con abejarucos, papamoscas cerrojillos y cogujadas comunes nuestra capacidad de prestidigitación se elevó a la máxima potencia.
Fuera bromas, una vez más los recorridos por parques y jardines de cualquier ciudad con escolares se convirtieron en auténticas aventuras urbanas en las que se descubre una avifauna que, hasta ese momento, ha pasado desapercibida para alumnos y profesores. “¿Si no hubiéramos venido hoy con vosotros y con vosotras, no os hubierais dado cuenta de que ahí, a diez pasos, picotean en el suelo una abubilla y un pito real?” “No, y yo vengo aquí casi todos los días”. En este caso el recorrido era por el parque de Las Cruces con alumnas y alumnos de cuarto de secundaria y primero de bachillerato del colegio María Inmaculada.
Estación de escucha del pico picapinos en el parque de Las Cruces
En breve tendremos nuevas salidas con niños y jóvenes de colegios, asociaciones de madres y padres de alumnos y otras ONG de Galapagar y de Carabanchel, en Madrid, dos lugares muy distintos en cuanto a su entorno y a las aves que habitan en ellos. Estamos seguros de que repartiremos sorpresas por igual; mejor dicho, las repartirán las aves y nosotros sabremos leerlas e interpretarlas para que, en lo sucesivo, lo sepan hacer todas las personas que se apunten a las rutas. Y lo más importante, concienciarles de lo importante de que esas sorpresas sigan ahí.
La mayoría de las personas que transitan por la ciudad saben identificar una señal de dirección prohibida, la cruz verde iluminada que anuncia una farmacia o el indicador de distancia de una parada de metro. Por el contrario, tomamos como algo normal no conocer la biodiversidad que nos rodea, que desde el punto de vista ambiental y de salud tiene una repercusión mayor sobre nuestras vidas. “Perdona, ¿pero qué estás mirando en el árbol?” “Es un jilguero; mira, canta en esa rama de la mimosa que sobresale, se le ve muy bien” “Es verdad, qué bonito ¿pero qué hace ahí? ¿Cómo has dicho que se llama ese árbol”.
Las aves, las plantas y los ecosistemas en un aula natural: “el parque de al lado”.
Lo anterior sucedió una mañana de domingo, en plena calle de la Oca (siempre entre aves) de Carabanchel. Como les decimos a los escolares, que os parezca mentira que no sepáis reconocer tantas aves que nos rodean no es exclusivo de los pequeños y las pequeñas de la casa. La persona que se quedó prendada del jilguero era adulta y además reconoció que pasa por esta calle desde hace muchos años y no sabía ni que ahí se podría posar un jilguero ni que su posadero era una mimosa. Por cierto, ayer, disfrutando del canto del colirrojo tizón sobre una antena en pleno skyline urbano, le sobrevoló un milano real; minutos después hizo lo propio una cigüeña blanca. Cosas de la ciudad.
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