El ejercicio es saludable, tiene muy buena prensa general y especializada, le cae bien a todo el mundo. En esas condiciones parecería razonable que se practicara, se recomendara e incluso se impusiera como norma en nuestra sociedad.
Decimos nuestra sociedad porque es desde ella desde la que opinamos y proponemos, con una visión occidentalizada, muy extensible a los demás países de nuestro continente y de otros. Lógico en un mundo tan globalizado y con una interpenetración tan facilitada por los medios, los viajes o las redes sociales.
Sin embargo, la actividad física y su variante estruturada, el ejercicio, no parece que tengan mucho éxito como actitud o costumbre. Un artículo nos lo ha recordado, ya que es algo constatado y constatable cuando observamos el comportamiento de la población general y de la que acude a los centros sanitarios. McDonald y los coautores (1) relatan, desde una perspectiva evolucionista, cómo el ejercicio, e incluso la actividad física, son poco útiles o directamente innecesarios para muchas de las situaciones cotidianas de nuestra sociedad. En el pasado, y en otras sociedades actuales no occidentalizadas, la actividad física era necesaria para desplazarse, recolectar, cultivar, construir, instruirse, ir al culto, cazar o mantener y cuidar al ganado. Los supuestos avances nos han facilitado o directamente inhibido de realizar muchas de esas actividades. No es necesario moverse ni desplazarse ni ejercitarse, y probablemente cada vez menos.
Los que tenemos cierta edad hemos visto los últimos coletazos de otras formas de vida también en nuestro país. Ir caminando o en bicicleta al trabajo, a visitar a la familia o de fiesta; subir hasta el tercero del piso sin ascensor por las escaleras, ayudar en el huerto o ir a buscar al ganado que pastaba por la dehesa. También íbamos hasta la parada del metro o autobús, o al colegio o instituto, andando, nada de pedir a papá o mamá que te acercaran en el coche. Y para comer pan del día o leche, que era fresca, había que ir a diario al comercio de barrio, no había reparto a domicilio de compra semanal o mensual. Y lo mismo en rebajas o para la compra del chándal, nadie lo enviaba por mensajería, había que patearse las tiendas dispersas por el barrio o ir al centro a Galería Preciados (mirar en Wikipedia si el lector es de este siglo), o comercio análogo en provincias, que también exigían paseo callejero.
Por tanto, desde una visión antropológica no muy sesuda, la actividad física se torna literalmente voluntaria para gran parte de situaciones en las que antes era obligada, lo que aboca a la inactividad o actividad disminuida. Muchas personas sustituyen esa inactividad por la práctica de ejercicio, en casa, o en concurridos gimnasios, de manera autodidacta o con la ayuda de entrenadores. También salimos a caminar y correr, vamos a la piscina o salimos en bicicleta; o nos sumamos a grupos de baile, danza o artes marciales. En cualquier caso, esta suplementación de actividad es minoritaria en términos estadísticos, 4 de cada 10 personas mayores de 16 años practican ejercicio en su tiempo libre (2). Lo que es más llamativo es que a nivel global el 80% de los adolescentes no desarrollan suficiente actividad física (3).
Aunque parezca una cantidad importante de personas que hacen ejercicio, nos preguntamos si esas cifras se replican en la población con problemas de salud. El ejercicio incide favorablamente en enfermedades crónicas (enfermedad cardiovascular, diabetes mellitus, insuficiencia respiratoria crónica, enfermedad renal crónica, deterioro cognitivo o algunos cánceres, entre otras) (4), pero otra cosa es que los pacientes mantengan o inicien una actividad física mínima o terapéutica. Es fácil entender que las enfermedades contribuyan a una disminución, a veces drástica, de la actividad, en su aparición, mantenimiento o en la convalecencia. También por las posibles secuelas a nivel físico y psicológico que puedan dejar.
Teniendo esto en cuenta lo que MacDonald dice es que la falta de adhesión hacia los programas de ejercicio que proponemos como tratamiento o prevención a nuestros pacientes tienen pocas posibilidades de seguimiento, al menos a medio y largo plazo. Es difícil encontrar motivación en una sociedad que no requiere de esfuerzo o actividad para lo cotidiano y que no está educada en la práctica de ejercicio, como indican los datos entre los más jóvenes. Pedir ese esfuerzo, trabajo, perseverancia, tiempo y a veces dinero para practicar ejercicio puede estar condenado al fracaso.
A los fisioterapeutas que lean estas líneas seguro que les resulta familiar. Pautar ejercicio, como las tablas de columna, para los pacientes de fisioterapia cardiorrespiratoria o para los adolescentes con escoliosis, por poner algún ejemplo, resulta a veces frustrante porque aceptamos que con mucha probabilidad, el seguimiento va a ser limitado.
Desde hace años pensamos que, como dice MacDonald y coautores, el ejercicio debe estar integrado, haciéndolo gratificante y necesario. En nuesta posición de fisioterapeutas quizá deberíamos adoptar otras estrategias más allá de pautar programas, con dosis adaptadas, progresivas y duraderas. No porque no sean adecuadas, que lo son, sino porque no son efectivas. Las tasas de abandono son altas.
Somos forofos de recomendar, más que pautar o prescribir (que también lo hacemos). Integrar la actividad en lo diario, lo accesible, lo barato, lo necesario. Así, a veces nos conformamos con pedir al paciente que, tras el alta por una agudización de EPOC o de una cirugía abdominal, camine hasta la panadería de enfrente o suba el primer tramo de escaleras aunque tenga ascensor; al paciente con prótesis de rodilla que vaya caminado hasta la estación de metro más alejada; al paciente de la UCI, tras mejoría que lo permite, que eleve la botella de agua medio llena; al mayor frágil que se levante de la silla tantas veces que se canse moderadamente; al paciente que tuvo un síndrome coronario agudo que comience a llevar a sus nietos al colegio; al paciente en tratamiento neoadyuvante para el cáncer de colon que utilice de nuevo esa bicicleta estática que tiene en el trastero; a la paciente con dolor crónico que se apunte a la gimnasia del ayuntamiento en grupo, que es gratis.
No, no es fácil ni falto de rigor. Ni poco ambicioso ni reduccionista. Tampoco meticuloso ni preciso. Pero es asequible, útil, eficaz, integrado, barato o compartido. En nuestra práctica como sanitarios, fisioterapeutas de atención primaria, especializada, geriátrica, pedriátrica o deportiva; en la práctica del resto de sanitarios, médicos, enfermeros o farmacéuticos, recomendaciones de este estilo son, creemos, más valiosas. Y son compatibles con pacientes y situaciones en los que sí prescribamos esos programas detallados, minuciosos y prolijos.
Entonces el ejercicio sí será un desiderátum, en sus dos acepciones, aunque con visos de cumplirse.
Referencias:
1. MacDonald C, Bennekou M, Midtgaard J, Langberg H, Lieberman D. Why exercise may never be effective medicine: an evolutionary perspective on the efficacy versus effectiveness of exercise in treating type 2 diabetes. Br J Sports Med. 2025 Jan 2;59(2):118-125. doi: 10.1136/bjsports-2024-108396. PMID: 39603793.
2. Ejercicio físico regular y sedentarismo en el tiempo libre. Indicadores de calidad d vida. Instituto Nacional de Estadística. Octubre de 2024. Acceso en https://www.ine.es/ss/Satellite?L=es_ES&c=INESeccion_C&cid=1259944495973&p=1254735110672&pagename=ProductosYServicios%2FPYSLayout¶m1=PYSDetalleFichaIndicador¶m3=1259937499084, 4/1/2025.
3. Guthold R, Stevens GA, Riley LM, Bull FC. Global trends in insufficient physical activity among adolescents: a pooled analysis of 298 population-based surveys with 1·6 million participants. Lancet Child Adolesc Health. 2020 Jan;4(1):23-35. doi: 10.1016/S2352-4642(19)30323-2. Epub 2019 Nov 21. PMID: 31761562; PMCID: PMC6919336.
4. Cuesta Hernández M , Calle Pascual Alfonso L. Beneficios del ejercicio físico en población sana e impacto sobre la aparición de enfermedad. Endocrinología y Nutrición. 2013; 60 (6): 283-86.
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