Pintura rupestre en Ti-n-Lalan, Fezán, Libia (5000 a. e. c.)
Papiro de Ani, Egipto (1300 a. e. c.)
Raptor griego y madre troyana en un ánfora beocia, Micenas (670 a. e. c.)
Esfinge de Naxos (575 a. e. c.),
o la mala suerte en forma de mujer zoomorfa
Escena de pederastia en un ánfora ateniense (540 a. e. c.)
Una mujer regando falos en un ánfora griega (430 a. e. c.),
o el auge del falocentrismo
El rapto de Deyanira por el centauro Neso (420 a. e. c.)
Batalla de griegos y amazonas, Mausoleo de Halicarnaso (350 a. e. c.),
o el mito de las mujeres libres como amenaza al patriarcado
El mito de la Medea infanticida en un ánfora de Campania (330 a. e. c.)
Hombre desnudando a una mujer en un fresco de Pompeya (siglo I),
o choca esos cinco
"No creo en la Mujer como grupo", dice mi amigo Alexei. Es más, "cualquier división entre géneros y/o sexos en este punto del camino me parece una derrota abismal", pero yo digo: negar la existencia de la mujer y del hombre, de lo femenino y de lo masculino como categorías biosociales relativamente diferenciadas no nos iguala, sino que sirve al ocultamiento del otro bajo una única y supuestamente neutral categoría (personas todas) y por ende a su potencial subordinación por parte del otro género (históricamente el masculino, más socializado en las argucias del pensamiento abstracto e individualista), de manera similar a como los burgueses tienden a ocultar la existencia de las clases sociales y en consecuencia su propia existencia como clase privilegiada (individuos todos) para no tener que renunciar a su particular parcela de poder (por decir esto, Unamuno me llamaría envidioso y agitador del odio entre clases), o de manera parecida a como los urbanitas tienden a ignorar a los habitantes de los pueblos (ciudadanos todos) para no tener que cuestionarse los distintos modos de asentamiento y sus consecuencias, o de igual modo que los humanistas tienden a dar carta de naturaleza a los pueblos invadidos, esclavizados, emigrados, asimilados y/o capitalizados (humanos todos) para no tener que reconocer que existen otras maneras de vivir, de pensar y de ser humanos diferentes a la suya, o de manera análoga a como los políticos tienden a llamarse ciudadanos de a pie y a mezclarse entre el pueblo (votantes todos) justo cuando le ven las orejas al lobo, o parecido a como los humanos tienden a igualarse a los animales (depredadores todos) para no tener que preguntarse a quién se están comiendo esta noche, o de manera similar a como los nacionalistas españoles tienden a españolizar (españoles todos) y a llamar «nazionalistas» a los demás para no tener que reconocer su nacionalismo privilegiado, o como cuando los propietarios tienden a negar que exista una injusta e intrínseca relación de poder sobre los empleados (vendedores todos, unos de puestos de trabajo y otros de fuerzas de trabajo, como si lo uno no estuviera subordinado a lo otro) para no tener que admitir precisamente eso, que de igualdad de facto nada de nada.
La cultura universitaria no ha convertido en saber el hecho de la sexuación de la especie humana. Lo ha dejado como un dato de la intimidad, sin apenas interés científico, ignorando que afecta al sujeto mismo del conocimiento y afecta, por tanto, necesariamente, al conocimiento que ese sujeto produce. (…) De esta manera, los libros de historia o de filosofía o de política pasan de lo que se puede llamar el régimen del dos, que es el que explica y expresa la vida corriente, al régimen del uno, que es el propio del pensamiento abstracto de la cultura universitaria occidental. Lo que el pensamiento abstracto abstrae en primer lugar es, precisamente, la diferencia de ser mujer y la diferencia de ser hombre (…). El proceso de transformación de la criatura humana sexuada en un sujeto neutro pretendidamente universal es un proceso propio, en Occidente, de la Edad moderna y de la Edad contemporánea. (…) Un ejemplo es el uso del término «persona». Durante el siglo XX, se ha dicho mucho eso de «yo soy una persona» o «queremos ser personas». Se decía como algo liberador: algo que libera de la diferencia sexual, como si la diferencia sexual fuera un peso, un estorbo. Se olvidaba que «persona» es una palabra griega que significa «máscara»; es decir, algo que tapa y cubre lo que se es, no algo que libera el ser.María-Milagros Rivera Garretas, 2005.
Salomé como «mujer fatal» en El banquete de Herodes,Codex Sinopensis (siglo VI)Mujer semidesnuda en un fresco del castillo Qasr Amra, Jordania (siglo VIII)
El rapto de Radegunda por el rey Clotario (siglo IX)Escena de zoofilia en el Templo Lakshmana, India (año 930),o mi reino por un caballo Escena del Kama sutra en el Templo Lakshmana, India (930),o la guía del buen machista
El mito misógino de Adán y Eva en el Códice Vigilano o Albeldense (973),
emparentado con el mito hesiódico griego y su ya mítico
"quien en mujer confía, confía en ladrones"
El mito de las sirenas en una miniatura rusa (siglo X)
Beato de Fernando I y doña Sancha(1047) de Facundo,
o "it's a man's world", que diría James Brown
La gran prostituta de Babilonia en el Beato del Burgo de Osma (1086)
Castigo de la mujer lujuriosa (1130)
en la Abadia de Saint Pierre, Moissac (otros ejemplos en España, aquí)
Anunciación entre los santos Ansano y Margarita (1333) de Simone Martini,
o la gracia que me hace a mí ser telefecundada por "tan importante señor",
que diría Atahualpa Yupanqui
Fantasía sexual en el Lactatio Bernardi,
o la mujer reducida a una ubre con sistema de chorro a distancia
La concepción de Merlín por un íncubo en Histoire de Merlin (siglo XIV)
Tortura y ejecución de brujas (siglo XIV),
o el genocidio de mujeres en Europa
El descubrimiento del secreto de Melusina en Le Roman de Mélusine (1410)
de Guillebert de Mets, o un marido que no espía ni es marido ni es na
«Todos somos iguales», repetimos como el sacerdote repite los rezos, pero como diría Orwell, a unos esa supuesta igualdad les sale más a cuenta que a otros. Noble causa la del igualitarismo, no me cabe duda, pero ¿para igualarnos en qué? Como dijo Luce Irigaray hace años, "reclamar la igualdad implica un término de comparación. ¿A qué o a quién desean igualarse las mujeres? ¿A los hombres? ¿A un salario? ¿A un puesto público? ¿A qué modelo? ¿Por qué no a sí mismas?". Nos encontramos, pues, ante una "neutralización del sexo" que encubre las diferencias y lo positivo del otro sexo. O como dice Charo Altable más recientemente, "no se trata de reivindicar una igualdad dentro de un orden patriarcal", no se trata de masculinizar toda la sociedad para que ya nadie se sienta diferente y oprimido, "sino de cambiar el orden patriarcal que genera violencia y dominio a todos los niveles, tanto en las relaciones privadas como en las públicas, en hombres y mujeres, aunque más aún en las mujeres". Se trata más bien de feminizar nuestro día a día, de estrogenizar la sociedad (en sentido figurado), por difícil o imposible que esto pueda resultar a largo plazo (mi materialismo me precede, y además no soy el más indicado para dar consejos). Por desgracia, las sociedades patriarcales con altos niveles de andrógenos como las medievales, tienden a estar "mejor preparadas para sobrevivir a los conflictos" (Wagner, 2008) una vez que el golem de la guerra ha sido liberado, y todo parece indicar que nos dirigimos hacia un futuro aún más conflictivo si cabe, ¿hacia una nueva Edad Media, para bien y para mal? De modo que no es descartable, en ese sentido, un estancamiento en la consecución de los objetivos feministas e incluso un retroceso generalizado en los próximos siglos. La historia tarde o temprano se repite, si bien no siempre del mismo modo. Hay cierta creatividad en ella.
Perseo rescatando a la bella Andrómeda del poder del dragón, Borgoña (1450),
o la adaptación del mito apocalíptico de la Mujer Cósmica salvada por los ángeles
Apología del feminicidio en el Nastagio degli Onesti II (1483) de Sandro Botticelli
Rapto de las sabinas (1495) de Alberto Durero
El marido vicioso (1511) de Tiziano
La muerte y la doncella (1517) de Hans Baldung
En principio sabemos que "los sistemas matrilineales-matrifocales (...) tienden a ocurrir en sociedades donde la presión demográfica sobre recursos estratégicos es mínima y la guerra poco frecuente" (Kottak, 2011), o dicho de otra manera, los matriarcados suelen darse "en lugares con ricos entornos naturales" y en donde "se sacraliza a la naturaleza, dominan los valores cooperativos, igualitarios y pacíficos, el papel de la madre es central..." (Gómez Suárez, 2009), factores todos ellos cada vez menos presentes en el mundo. Una amígdala mayor en los hombres, "el centro cerebral del miedo, la cólera y la agresividad", al mismo tiempo que un menor "centro de control" para dichas emociones (Brizendine, 2006) cumplió sin duda y posiblemente seguirá cumpliendo un papel importante en la supervivencia de nuestra especie (así como un cuerpo más grande capaz de imponerse físicamente al otro sexo, unos órganos sexuales externos capaces de penetrar y fecundar al otro sin su excitación ni consentimiento, lo cual no es posible en el caso contrario, y una participación menos directa y corporal en la gestación, lactancia y crianza de los descendientes, lo cual se traduce en una mayor libertad de movimientos para cazar o guerrear llegado el caso), pero como no siento ninguna simpatía por los procesos y mecanismos insensibles de la historia (eso que llamamos evolución y selección natural) ni me siento especialmente en deuda con los antepasados de nuestra especie, digo claramente que una cosa es que la agresividad masculina, la competición, la violación y la depredación (canibalismo incluido) nos hayan facilitado un camino que nunca pedimos y otra distinta es que lo justifiquemos.
La ascensión de Mahoma a los cielos o mi'raj entre arcángeles femeninos
(1539) de Sultan Muhammad, o qué bien se lo montan algunos
Lot y sus hijas (1537) de Albrecht Altdorfer,
o el mito de la mujer incestuosa
Detalle de La reunión de los teólogos (1540) de Abd Allah Musawwir,
o a Dios rezando y la mujer currandoJosé y la mujer de Putifar (1555) de Tintoretto,
o el mito de la mujer adúltera
Mujer y pretendientes en una versión ilustrada del Haft Awrang (1556),
o el cortejo romántico del macho persaSátiro azotando a una ninfa (1590) de Agostino Carracci
Aretino o Los amores de los dioses (1590) de Agostino Carracci
Se trata, en definitiva, de pasar de una masculinidad tradicional competitiva y poco afectiva a otra masculinidad alternativa más afectiva y cooperativa tomando como modelo los mejores valores femeninos, entre ellos un mayor interés biosocial por el reconocimiento y la comunicación de nuestras propias emociones y las de los demás (¿acaso es mera casualidad que tendamos a representar a los extraterrestres «buenos» como figuras relativamente femeninas e infantiles con poderes telepáticos y actitudes morales superiores?). Se trata de difuminar los géneros, sí, como vienen reclamando los posmodernos desde hace tiempo (la normalización de las identidades transgénero cumpliría cierta función diluyente y mediadora en ese sentido), pero a diferencia de aquel planteamiento que dice no creer en categorías universales, se trata de difuminar los géneros hacia un lado más que hacia el otro, hacia esa "máquina emocional de alto rendimiento" que es la mujer, como dice Brizendine no sin cierta exageración, y no tanto hacia esas otras máquinas que, si bien son muy capaces en el contexto adecuado, "no parecen tener la misma aptitud innata para leer las caras y el tono de voz a fin de captar el matiz emocional"; o hacia el pensamiento holístico más propio de las mujeres y no tanto hacia el pensamiento analítico más propio de los hombres, aunque no exclusivo ("las mujeres, en general, adoptan una perspectiva más amplia que los hombres en torno a cualquier cuestión. (...). Muestran también mayor flexibilidad mental, aplican juicios más intuitivos y más imaginativos y tienen una tendencia más marcada a hacer planes a largo plazo", escribe Helen Fisher en El primer sexo). No es cuestión de hacerle la guerra al sexo masculino, ni de buscar la crispación, ni de crear más odio, como dicen algunas personas acostumbradas a sufrirlo en un mundo atiborrado de él, sino de todo lo contrario. Se trata de matriarcado. Los hombres no serán menos hombres por querer parecerse a las mujeres, en lo que podríamos llamar "un humanismo feminista" o incluso "un humanismo avanzado", como escribe Victoria Sendón en su libro Matria: el horizonte de lo posible, de la misma manera que no me considero menos humano por alabar el noble carácter de los perros (en este caso estaríamos ante un humanismo animalista) o menos adulto por elogiar la sabiduría de los niños (¿en este caso... un humanismo principista, en honor a El principito, o peterpanista, en honor a Neverland?).
Magdalena penitente (1596) de Caravaggio,
o la culpabilización de la víctima
El acoso masculino en Susana y los viejos (1610) de Artemisia Gentileschi
Y no solo eso. El feminismo también puede servir para curar o atenuar la misantropía. Un misántropo cree odiar a la humanidad por los desmanes de esta, pero en realidad su antipatía es algo más concreta, solo que el misántropo aún no lo sabe. Sin necesidad de caer en la misandria, el misántropo haría bien en advertir qué papel juegan unos y otras en dichos desmanes antes de condenar a todos por igual, del mismo modo que no es igual de responsable de lo que ocurre en el mundo alguien que vive con un dólar al día que alguien que vive con cien.
A menudo se dice y decimos que “el género humano” es una especie depredadora y suicida; que apaleamos a las focas o quemamos los bosques, que gastamos en armamento mucho más que en salud; que el comercio de niños para la venta de órganos, la prostitución o la pornografía constituye uno de los más suculentos negocios actuales o que las desigualdades en la posesión de los recursos es abismal... ¿Seguro? ¿El género humano? ¿Quién apalea a las focas? Que yo sepa, hombres; ¿quiénes están destruyendo bosques y selvas? Hombres; ¿quién dirige todo el comercio mundial de armamento? También hombres; ¿en manos de quiénes están las riquezas de la tierra? Pues el 98% está en manos de hombres y sólo un 2% corresponden a las mujeres. Si las 225 “personas” más ricas del mundo acumulan el mismo capital que los 2.500 millones más pobres, esas 225 personas son varones y la mayoría de los más pobres son mujeres. En armamento se gastan 780.000 millones de dólares al año frente a los 12.000 millones que se gastan en salud reproductiva de las mujeres, decisiones tomadas por gobiernos mayoritariamente masculinos. En la prostitución “infantil” el 90% son niñas y los beneficiarios en un 100% hombres también. ¿Existe, pues, el “sujeto universal” que representa al “género humano” indistintamente? Definitivamente, no. Cuando hablamos de personas o de gente o de la humanidad no reflejamos en absoluto la realidad. Lo que sucede es que el mundo simbólico actúa a través de un lenguaje neutro que nos impide ver lo que hay detrás de las palabras.Victoria Sendón de León, 2000.
El simbolismo del cautiverio femenino en
El rapto de las hijas de Leucipo (1616) de Peter Paul Rubens
La fragua de Vulcano (1630) de Diego Velázquez,
o historia de una esposa adúltera
Diana y sus ninfas cazando (1636) de Peter Paul Rubens,
o la negrera negra
El juicio de Paris (1638) de Peter Paul Rubens,
o "el primer concurso de belleza", que diría Carlos Goñi,
o "la puta, la virgen y la madre", que diría Enrique Gil
"Las publicidades son siempre machistas y el varón jamás está expuesto, cosificado. Los cánones de belleza son dominadores para ellas pero no para ellos", dice irónicamente Alexei, pero yo digo: primero, la mujer occidental sigue estando estadísticamente más expuesta a la sexualización que el hombre (y aún más, incluso a veces exclusivamente, al embarazo no deseado, al aborto, a la pornografía, a la prostitución, a la trata de personas, a los trastornos de la conducta alimentaria, a la violencia cosmética, al desempleo, a la precariedad laboral, a la pobreza, al maltrato físico y psicológico, a la violación y al asesinato de género, aunque ese es otro tema, ¿o no, habida cuenta de que Alexei afirma que en Occidente "la mujer (...) sufre violencia tan cierto como la sufre el varón"?), y segundo y más importante, la sexualización y el juvenismo en sí mismos (valorar a las personas por su atractivo físico y por su aspecto juvenil por encima de otras consideraciones) provienen del imaginario masculino más que del femenino (el erotismo de unos es, si no desde siempre al menos sí desde hace tiempo, más de tipo directo y genital, el de las otras más contextual y emocional), con independencia de que la persona cosificada o cosificadora resulte siendo hombre o mujer, pues el modelo de pensamiento heteropatriarcal también se ejerce negativamente sobre los hombres, incluido por parte de mujeres. Hombres soldado violados por otros hombres soldado de su mismo barracón, tal llega a ser en ocasiones la ironía y la generosidad de la ideología machista. El machismo no solo es la "actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres" (RAE), no solo es hacer que estas se sientan inferiores, sino también la prolongación de esa actitud dominante al resto de los hombres (¿o acaso hemos de suponer que el que un padre agreda a su mujer y a su hijo varón se debe a dos actitudes distintas? ¿Hace falta recordar que expresiones tan de estar por la calle como «hablas más que una mujer», «lloras como una niña», «hasta mi abuela aguanta el alcohol mejor que tú», «déjate de mariconadas» o «estás encoñado» van dirigidas especialmente a otros hombres con la intención, consciente o no, de dominarlos mejor? ¿Quién creería que las actitudes machistas solo afectan a las mujeres, si bien no hasta el extremo de afirmar, como hace María del Prado en una interpretación de la historia que de tan "heterodoxa" se torna ortodoxa, que "los hombres han salido más perjudicados del patriarcado" que las mujeres?). Karina Sandoval lo resume muy bien: "La homofobia, como el odio a las cualidades femeninas en el hombre, y la misoginia, como odio a las cualidades femeninas en la mujer, son dos caras de la misma moneda".
Escena rural con una joven criada fregando ollas mientras un hombre mayor se aprovecha (1645) de David Teniers el Joven
Encuentro sexual entre un hombre y un adolescente o kagema (1750) de Miyagawa Isshō,o la prostitución patriarcal no entiende de géneros ni edadesCliente lubricando a un prostituto de Kitagawa Utamaro (siglo XVIII)Los monstruos acuáticos y la mujer buzo (1788) de Kitagawa Utamaro,o los kappa como sublimación del deseo de violación
Es más: la publicidad, las corporaciones, los mercados, el dinero, el trabajo asalariado, la propiedad privada (Lerner, 1986), las clases sociales, la economía (Hanson, 2012), la prostitución, la pornografía, la esclavitud, la ganadería (Nibert, 2013), la caza, el carnismo (Adams, 1990), la tauromaquia, las cárceles, las mafias, el terrorismo, el derecho, las escuelas, las universidades, los Estados, la civilización, las ciudades, las fronteras, las murallas, la arquitectura, la burocracia, la corrupción, la política (González Cortes, 2000), la guerra (Ferguson, 2008), el imperialismo, el deporte de competición (Perelman, 2012), los videojuegos, la tecnología, las armas (Guilaine, 2002), el tráfico de drogas, la industria, los medios de comunicación de masas, las religiones, la Iglesia, los nacionalismos, las dictaduras, los progromos, las revoluciones, los sistemas sociales complejos y demás instituciones jerárquicas o potencialmente jerárquicas son per se más masculinas que femeninas (es decir, cuadran mejor con el modelo de masculinidad hegemónico y han sido avivadas principal aunque no exclusivamente por hombres), incluso suelen ser instituciones de tendencias parcialmente psicopáticas (véase 1 y 2), amén de otros calificativos igualmente negativos. O dicho de otra manera: el patriarcado es anterior a todo, ergo está en la raíz de todo, lo cual rebatiría la idea de que el Estado es sexualmente neutro, así como que el Estado es la cuna de todos los males, incluido el patriarcado. Si Gerda Lerner tiene razón, y a mí me lo parece, "la apropiación por parte de los hombres de la capacidad sexual y reproductiva de las mujeres ocurrió antes de la formación de la propiedad privada y de la sociedad de clases. Su uso como mercancía está, de hecho, en la base de la propiedad privada. (...) Los hombres aprendieron a instaurar la dominación y la jerarquía sobre otros pueblos gracias a la práctica que ya tenían de dominar a las mujeres de su mismo grupo. Se formalizó con la institucionalización de la esclavitud, que comenzaría con la esclavización de las mujeres de los pueblos conquistados".
El beso robado (1790) de Jean-Honoré Fragonard,
o el mito del romanticismo tradicional
Mujer maltratada con un bastón (1797) de Francisco de Goya
De la novela Justine o los infortunios de la virtud (1797) del Marqués de Sade,
o el sadismo sexual como fantasía patriarcal
No obstante, claro está, los hombres en general, si bien tienen que rendir más cuentas que las mujeres por haber contribuido en mayor medida a la creación de dichas instituciones en su mayoría posneolíticas, también son víctimas de los errores que otros hombres y mujeres, movidos o no por las circunstancias, han cometido en el pasado. Unos errores, y en esto es importante insistir para no caer en el monocausalismo biológico, que se han ido sedimentando a lo largo de siglos y milenios conformando toda una serie de redes, relaciones, intereses creados, ideologías e instituciones culturales de carácter eminentemente coactivo y realimentador, las cuales han tendido y tienden todavía hoy a sacar y perpetuar el lado más negativo y exagerado del sexo masculino. "Una vez que la capacidad de matar por los hombres fue considerada más importante y necesaria que la capacidad de dar a luz de las mujeres", escribe María Gómez y Patiño en Paz: femenino, singular, "se puso en marcha un sistema de dominación autosostenido y autoperpetuado". En ese sentido, no puedo estar de acuerdo con Helen Fisher cuando afirma que "la maleabilidad mental femenina llegará a constituir un valor esencial en el cercano mercado global", ya que, según ella, "en la actualidad las compañías deben tener capacidad para alterar planes, productos y servicios rápida y frecuentemente para mantenerse al mismo ritmo que la competencia". ¡Pero Helen! Si realmente queremos que "las capacidades innatas de las mujeres" como una "mayor flexibilidad mental" nos ayuden a cambiar el mundo, dudo que sea a partir de una institución tan conservadora y patriarcal como el capitalismo global, o que se consiga simplemente transformando a ejecutivos autoritarios en "ejecutivos con corazón", como diría el experto en inteligencia emocional (que no en inteligencia política, ¡ejem!) Daniel Goleman. ¡Dani, eso es como correr con los cordones desatados, o como conducir con las ruedas pinchadas, o todo al mismo tiempo!
Hay un modo de hacer política masculino y otro femenino. El primero reclama conducir grandes rebaños con el pastor al frente armado de cayado, y los perros que impiden que se desmadre el ganado. ¡Oh, las multitudes siguiendo a un líder! El sueño de toda política masculina: la revolución de las grandes masas o la sumisión de ellas, que es lo mismo. (...) No se trata de que las mujeres lleguemos a la política para seguir haciendo “lo mismo”, ni que podamos ser igual de mediocres que muchos hombres en condiciones adversas para nosotras, porque las feministas de la diferencia nos planteamos la política no sólo para hacer cosas diferentes, sino de distinto modo. Tal vez por eso no estemos.Victoria Sendón de León, 2000.
El sueño de la esposa del pescador (1814) de Katsushika Hokusai,o el sueño del esposo, más bien
El caballo raptor (1815) de Francisco de Goya,o apología del secuestrador en forma de semental
En cambio, el feminismo es anarquismo. Y por ende, igualitarismo. Probablemente solo el matriarcado (similar al del pueblo zapoteca en América del Sur, al de la etnia bijagó en África, al de la etnia mosuo en Asia o al del pueblo nagovisi en Oceanía) es capaz de evitar con la mayor probabilidad de éxito posible la estratificación económica y de género típicas de las sociedades patriarcales. Un nuevo sistema de parentesco que reconozca que "un origen de las desigualdades entre los sexos (...) está en la ausencia de una estructura de relación madre/hija, ausencia de la que el patriarcado se nutre" (Rivera Garretas, 1994). Siempre que por alguna razón histórica o geográfica los hombres y los padres tienen más peso en la economía familiar y gozan de mayor prestigio social que las mujeres y las madres, las sociedades tienden a ser más agresivas y desiguales, mientras que al contrario nunca ocurre. De hecho, "no hay ninguna sociedad conocida donde el sistema de estratificación de los sexos las favorezca, aunque se sabe que existen sociedades con gran igualdad" (Gómez Suárez, 2009). Quedémonos con esa frase: ninguna sociedad conocida en donde la mujer domine al hombre, mientras que de lo contrario conocemos miles de ejemplos en la antropología y en la historia de los últimos diez mil años, si no más. Sabemos por ejemplo que "en el poblado de Abu Hureyra, al norte de Siria, entre el 9000-6500 cal ANE, (…) las tareas relacionadas con los hombres son siempre menos duras y reiterativas", y también que "su esperanza de vida fue menor que la de los varones (...) entre el 8500 y el 7300 (...) en el poblado anatólico de Asikli" (Molas Font, 2007). Es más, con el auge de la caza como principal medio de subsistencia tras lo ocurrido hace 70.000 años en la isla de Sumatra, es posible que la dominación sobre las mujeres y sobre el planeta aumentara (Sale, 2006). No linealmente, ni en todas partes, pero al parecer sí en general. ¿Y todavía decimos que los hombres y las mujeres somos iguales? ¡Cree el ladrón que todos son de su condición! Y que me perdonen los ladrones. "La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada momento". Y que lo digas, Benjamin.
Dentro de la temática figurativa del arte rupestre levantino, asociado al Neolítico inicial de la Península Ibérica, la caza, asociada a los hombres, constituye el tema más recurrente. Las mujeres representadas, aunque escasas, aparecen asociadas a un mayor y más variado número de actividades productivas fundamentales para las comunidades del momento: desbroce y limpieza de campos, recolección, siembra y pastoreo y cuidado de las criaturas, así como escenas de tipo ritual (…). Todo ello lleva a plantear la existencia de una división del trabajo en función del sexo, que evidencia la desigualdad existente en el reparto de tareas y una mayor inversión de trabajo por parte del colectivo femenino en la producción de la vida social. El único trabajo que los hombres no pueden llevar a cabo, la creación de cuerpos, no se representa, hecho que induce a pensar que se realiza una selección de las actividades que se muestran. Junto a la ocultación de las imágenes de madres, también se produce una minimización de los atributos sexuales femeninos frente al protagonismo de los erectos y enormes penes.María Encarna Sanahuja Yll (Molas Font, 2007).
Diabolico Foutro Manie (1835) de Achille Devéria
La idealización del harén en Odalisca con esclava (1842) de Dominique Ingres,
o "bellezas destapadas pero silenciosas" y sumisas, que diría Fatema Mernissi
Representación de Las mil y una noches
en una miniatura iraní (1849) de Sani ol Molk,
o el mito sempiterno de que «mujer» es sinónimo de «engaño»
Que existen y existieron sociedades relativamente igualitarias, incluso matriarcados, está documentado y puede servirnos de inspiración, pero incluso en esos casos conviene tener precaución. Por ejemplo, aunque es cierto que durante buena parte del paleolítico superior y del neolítico "el énfasis en los atributos sexuales femeninos, la presencia de figuras en estado de gravidez o en posición de dar a luz y la frecuente representación de los ojos como granos de cereal (…) apuntan a una veneración a la capacidad reproductora de las mujeres y de la tierra, tal como se observa en gran parte de las sociedades agrícolas del Próximo Oriente y del Mediterráneo" (Molas Font, 2007), no lo es menos el hecho de que no se puede deducir automáticamente que dichas sociedades fueran matriarcales simplemente "porque reverenciaran a diosas madres" (Héritier, 1996) o porque las mujeres desarrollaran la mayor parte de las actividades productivas de la comunidad. En las sociedades posteriores, como la micénica, "el dios principal era, sí, una diosa, la Tierra". Todavía "se rendían cultos a la fecundidad, a la fertilidad, por medio de esa diosa madre, y Zeus sólo se introdujo más tarde. Pero las creencias religiosas no implican que el cuerpo de la organización social esté en total armonía con una u otra de sus implicaciones". De hecho, la supremacía del hombre guerrero ya era más que evidente por entonces. En ese sentido, Lerner recuerda que "mucho después de que las mujeres se encontraran sexual y económicamente subordinadas a los hombres, aún desempeñaban un papel activo y respetado al mediar entre los humanos y los dioses en su calidad de sacerdotisas, videntes, adivinadoras y curanderas".
Sin ir tan lejos, las sociedades africanas actuales también "tienden a ser (...) matrifocales en la cosmología y metafísica, como demuestra el culto tan extendido a las diosas femeninas de la tierra y el agua", pero "patrifocales en la organización sociopolítica" (con este término la autora quiere "indicar que, tanto en el ámbito económico como político, son los hombres quienes poseen el poder"), un "reparto de las parcelas de poder" que "contribuía a mantener el equilibrio entre hombres y mujeres ya que, de este modo, ambos grupos gozaban de un terreno en el que no se hallaban subordinados al sexo contrario" (Pérez Ruiz, 2012). Sin embargo, en este caso tampoco se puede hablar de matriarcado, tal vez ni siquiera de igualdad. En el mejor de los casos podemos hablar de cierta división complementaria del trabajo. De un modo similar, del hecho de que dentro de cientos o miles de años la paleoantropología del futuro encontrase escasas diferencias de género en nuestras sociedades occidentales modernas o incluso documentase cierto predominio o veneración de las mujeres en algunos sectores no se deduce que vivamos en un matriarcado, ni siquiera en una sociedad verdaderamente igualitaria.
Olympia (1863) de Édouard Manet,
Las hijas del Cid (1871) de Dióscoro Puebla
Si un orden simbólico de dominación como lo es el sistema patriarcal no tuviera ninguna preferencia por un sexo en particular y fuese simplemente una ideología nefasta que se ha propagado por casi todas las sociedades humanas como un inoportuno virus, ¿por qué siempre que se propaga, en nuestra especie y en tantas otras parecidas a la nuestra, lo hace en un sexo más que en otro? Se dirá que individualmente ambos sexos somos prácticamente idénticos, que cualquier varón que se nos ocurra puede ser la persona más empática y pacífica del mundo si se dan las circunstancias adecuadas (aún más que los varones arapesh, por ejemplo), y quien lo diga tendrá razón, pero eso no es decir mucho. Al igual que ocurre en física, en ciencias sociales es muy difícil predecir cómo será tal o cual varón en concreto, o tal o cual sociedad, lo que nos proporciona una agradable y relativa sensación de libre albedrío y maleabilidad a corto plazo, sin embargo la cosa cambia cuando se trata de predecir el comportamiento a largo plazo de todo un género o de toda una especie. Por ejemplo, sabemos con un alto grado de seguridad que el año que viene serán asesinadas en España más de 40 mujeres a manos de sus parejas o exparejas varones, para volver a descubrir otro año más, como si de un macabro Día de la marmota se tratase, que menos de tres de cada diez habían denunciado alguna vez a su agresor (para que luego se diga que se denuncia demasiado). Por desgracia, si quisiéramos averiguar los nombres y apellidos de esas mujeres antes de que ocurra, como en aquella novela de Philip K. Dick, no podríamos. El todo siempre es más previsible que las partes.
El mito hesiódico de la mujer calamitosa en Pandora (1871) de Dante Gabriel RossettiEl cliente importante (1876) de Edgar Degas
Lilit (1892) de John Collier,
Salón de la Rue des Moulins (1894) de Toulouse-Lautrec
Quizá lo ideal fuese una solución intermedia, «ni pa ti ni pa mí», al estilo de muchos pueblos forrajeros y comunidades intencionales modernas, evitando así una cierta infantilización de los hombres propia de los matriarcados, pero al parecer cuanto más pivota la sociedad alrededor de la madre y cuanto menos se diferencian "las esferas públicas y domésticas" (Rosaldo, 1974), menos antisocial es dicha sociedad y menos probabilidades tiene de dejar de serlo. (Por cierto, hasta hace poco se decía que la esfera pública era superior, después que ambas lo eran, pero yo propongo ahora que la principal para hombres y mujeres sea la doméstica o familiar y que la pública sea importante pero subsidiaria). Según el antropólogo Kottak, “el matriarcado existe, mas no como reflejo invertido del patriarcado. El poder superior que usualmente ejercen los hombres en un patriarcado no se equipara con el poder acentuado de las mujeres en un matriarcado”. Cuando las mujeres “desempeñan un papel central en las vidas social, económica y ceremonial”, ni los hombres ni las mujeres son explotados (aunque estas ciertamente trabajan más horas), como sí ocurre en el patriarcado. Ello parece ser así porque cuando el «poder» o la «autoridad» de una pequeña comunidad recae sobre las mujeres, estas tienden a basarlo en una ética del cuidado, mientras que cuando recae sobre los hombres, estos tienden a basarlo en una ética del dominio. Este último es un poder artificial, el otro natural, parafraseando a Cappelletti. En el primer caso la inteligencia se usa para fomentar las relaciones, en el segundo para fomentar el control. O como dice Gemma del Olmo siguiendo a Luisa Muraro, "la práctica de autoridad consiste en que una persona «hace crecer» a otra con los conocimientos que posee pero, a diferencia del poder, la autoridad no se impone, se reconoce. Para que se pueda llamar relación de autoridad debe cumplir una condición imprescindible: la persona interesada es quien tiene que reconocer la autoridad, no se puede imponer ni obligar, debe surgir libremente". Huelga decir que en la práctica, individuo a individuo, las diferencias no son categóricas, incluso en muchos casos se invierten. Ni todo es esencia, ni todo es relativo. Nadie es enteramente masculino o femenino, sino una mezcla variable de ambos (variable también a lo largo de una vida). A fin de cuentas y como dice Fisher, "todo ser humano se encuentra en un punto determinado de un continuum que va de lo superfemenino a lo hipermasculino, dependiendo del momento y la cantidad de hormonas con que el individuo fue rociado en el útero", y dependiendo también, claro está, del contexto social. O como dice María-Milagros Rivera, "distinguir entre datos biológicos y género en la sexualidad no implica negar que existan diferencias anatómicas entre mujeres y hombres, ni que haya diferencias por sexo en la experiencia del placer erótico. Lo que se niega es que esas diferencias marquen inexorablemente el comportamiento sexual de las personas a lo largo de la vida. Asimismo, se rechaza que los comportamientos óptimos sean dos, masculino y femenino, con un único modelo normal de relación entre ellos que sería el heterosexual" (Rivera Garretas, 1994).
¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? (1897) de Paul Gauguin,
o la inspiración para un futuro matriarcado
Una esclava en venta (1897) de José Jiménez Aranda
Shunga de dos mujeres japonesas haciendo el amor con una máscara Tengu,
período Edo, o pornografía lesbiana para hombres
Orgía de hombres jóvenes, Pekín, Dinastía Qing (siglo XIX),ejemplo de homosexualidad patriarcalEscena de una violación, por Utagawa Kuniyoshi (siglo XIX) Soldado japonés acostándose con una mujer rusamientras un soldado ruso observa horrorizado desde el suelo, shunga de 1905 en alusión a la guerra ruso-japonesa
De lo que se concluye que la mujer tiene una mayor predisposición al bien que el hombre, ceteris paribus, o dicho al revés: una menor predisposición al mal, más o menos lo contrario de lo que enseña el mito judeocristiano, donde el bien siempre "está en el hombre (como el hijo legítimo de Dios) y el mal siempre habitará en la mujer, ya sea con un tono sutil y disfrazado de inocencia -proveniente de Eva-, o cargado de malicia y lujuria divina, legado de Lilit" (Pérez Diestre, 2003). O como dice María Gómez y Patiño, "es evidente que a la mujer le concierne más directamente el proceso reproductivo, lo que aproxima más el nivel familiar al nivel de la política internacional. (...) La persona que ha sufrido en extremo por dar la vida (parir y criar) está más predispuesta", que no determinada, "a hacer la paz, a educar en valores de vida y conservar la vida que ella ha dado". Si los géneros y los sexos fueran totalmente neutrales como se cree, cabría esperar el mismo número relativo de sociedades convivenciales (en sentido illichiano) lideradas por hombres que por mujeres (con un buen líder se aprende, con uno malo se obedece). Como ese no es el caso, todo parece indicar que el sexo masculino tiene una mayor predisposición estadística al caos (es cierto, del caos de las sociedades patriarcales surgieron la penicilina y mi querida imprenta, pero también los campos de exterminio y los campos petrolíferos). Sobra decir que esta conclusión, aun si resultara ser cierta, puede generar cierta resistencia. En el mejor de los casos, un porcentaje importante de la población se declara a favor del feminismo de la igualdad con la boca pequeña y medio susurrando (en el peor, hasta el movimiento 15-M fue machista), y entre las personas feministas propiamente dichas, con la excepción quizá de las minoritarias feministas de la diferencia, una posición como esta puede ser percibida como demasiado extremista (o "feminazi", como viene diciéndose con creciente insistencia), fruto de alguien con mucha imaginación y tiempo libre (y no les faltaría razón; como dice Terry Eagleton con el sentido del humor que le caracteriza, "pienso, luego alguien ha estado currando") o de alguien con la libido tan sublimada e intelectualizada que ya no sabe con qué parte del cuerpo está pensando.
Es más, decir que las mujeres tienden a ser relativamente más importantes que los hombres entre otras razones porque la maternidad (o las maternidades, mejor dicho) es superior a la paternidad (un sexo es más creador de vida que otro, aunque eso no signifique que una mujer deba ser madre por el mero hecho de ser mujer) y porque tienen mayores niveles de estrógeno en la sangre, o decir que son "la mejor mitad de la humanidad", como decía Gandhi y también Riechmann más recientemente, puede sonar a blasfemia imperdonable, a idealización, a ponerle el listón muy alto a las propias mujeres, incluso a machismo aún peor que el que digo rechazar (¿y si este interés tan sospechoso por la naturaleza de las mujeres no fuera sino otra manera rebuscada, pigmaliónica y cientificista de paternalismo, o de "neurosexismo", como lo llama Cordelia Fine?). Pero como mi «trabajo» es aventurar hipótesis aun a riesgo de caer en un esencialismo de lo más torpe, creo que el rechazo podría deberse, al menos en parte, a que tememos que una especie de supremacismo femenino ocupe el lugar del actual supremacismo masculino. Ahora bien, en realidad hablamos de dos superioridades distintas. La relativa superioridad de la feminidad, encarnada también en muchos hombres, es como la superioridad del poeta. No se basa en el «pienso, luego existo», que también, sino en el «pienso, luego me relaciono». Muchas personas convendrán conmigo en que hombres como Lao Tsé, Epicuro, Jesucristo, Thoreau, Whitman, Tolstói, Gandhi o Lizano (quítense o añádanse otros) pertenecían probablemente a la mejor mitad del género masculino, o al menos las obras que nos han llegado de ellos, y no por afirmarlo nos llevamos las manos a la cabeza. Que antes salvaríamos a un niño que a un adulto por considerarlo más importante, anónimos y abstractos los dos, es algo en lo que podemos estar de acuerdo casi todos. ¿Pero y si la elección fuera entre un hombre y una mujer?
El mito freudiano-patriarcal en Edipo vencedor (1906) de Gustav-Adolf Mossa
También escribe Alexei (la cursiva es mía): "La mujer ha sido ciertamente sometida como grupo en algún pasado (por ejemplo, tras la legislación civil de 1889 en España, que dictaba la sumisión legal de la esposa al marido), y lo es en el presente (por ejemplo, en el entorno de un fuerte patriarcado dogmático dictado por el poder islámico), pero tras una lenta observación y a modo de conclusión preliminar (...) se puede afirmar y yo afirmo que la Mujer no sufre de ninguna opresión como grupo en los países occidentales".
Sin embargo, tras una igualmente lenta observación y una, en mi opinión, equilibrada y contrastada revisión de la bibliografía histórica, mitológica, iconográfica, antropológica, sociológica y neurocientífica disponibles (por ejemplo, Historia de las mujeres, La mujer en la Reconquista, Historia de la violencia contra las mujeres, La condición de la mujer en la Edad Media, Erotica Universalis, La imagen del mal en el románico navarro, Las hijas de Lilith, Antropología cultural, Los violadores, Plataforma Anti Patriarcado, El harén en Occidente, El cerebro femenino y La paradoja sexual) yo he llegado a la conclusión contraria. Concretamente a la constatación de que, por ejemplo, en la Alta Edad Media cristiana, periodo de la historia que los lectores de Félix Rodrigo suelen idealizar en la misma medida que suelen demonizar la Edad Contemporánea, el matrimonio en Europa ya era por regla general una entrega concertada de mujeres, peor que a finales del misógino y liberal siglo XIX (Artículo 57 del Código Civil español de 1889: "El marido debe proteger a la mujer, y ésta obedecer al marido"), si bien durante la Baja Edad Media la situación mejoraría en algún grado ("la iglesia empieza a pedir su consentimiento", escribe María Teresa Beguiristain). No obstante, el matrimonio sigue siendo "el acontecimiento principal de la vida de una mujer y, lo que es más significativo, el término medieval mulier, muger u otras variantes se empleaba tanto para la mujer como para la esposa" (Dillard, 1984), y esta generalmente sigue siendo considerada no ya como el "segundo sexo", como criticara Simone de Beauvoir en el siglo XX, sino directamente como el "sexo imbécil", según el muy inteligente Isidoro de Sevilla.
Pero ahí no acaban los tristes efectos del patriarcado medieval. ¡Dejad que los niños también se acerquen a él! Al menos dentro de Europa y probablemente fuera de ella, "los progenitores consideraban a sus hijos físicamente frágiles y revestidos de características casi demoníacas y animales". La teoría freudiana del complejo de Edipo será la continuación contemporánea de aquel edadismo injustificado. Durante toda la Edad Media "el niño sigue considerándose como símbolo del mal, imperfecto y agobiado por el peso del pecado original: nacemos con (...) aquello de lo que debemos desembarazarnos". Este pensamiento agustiniano "se enseñaba a los padres que debían ser fríos con sus hijos por el bien de estos mientras que las mujeres podían mostrarse más blandas". Más tarde y con un Emilio aún por llegar, "Descartes ya no dirá que el niño es sede del pecado", pero sí "del error: desprovisto de juicio y crítica no piensa sino que solo siente y ello le lleva al error perpetuo. Esta era la doctrina de teólogos y filósofos mientras que, según Badinter (...), la gente real veía a los niños como estorbos" (Pérez Ruiz, 2012).
Unos cuantos piquetitos: apasionadamente enamorado (1935) de Frida Kahlo
En el libro de Heath Dillard que he citado más arriba, La mujer en la Reconquista, también podemos leer lo siguiente. La cita es más larga que un día sin pan, pero merece la pena:
La tradición visigoda y las leyes municipales afirmaban repetidamente que la familia debía vigilar la elección de marido de una mujer. Esto no era incompatible con los criterios de Gratian, ya que éste aceptaba y aconsejaba la dirección paternal y la obediencia filial en los matrimonios de los hijos, especialmente los de las hijas. Su opinión era bastante diferente a la de Lombard, quien, a mediados del siglo XII, declaró que el matrimonio sellado contradiciendo los deseos paternos era válido y que el único consentimiento requerido era el del hombre y la mujer que contraían matrimonio (…). En España, como en el resto de Europa, la ley secular se opuso firmemente a estos principios revolucionarios. Los fueros de León y Castilla redactados antes y después del IV Concilio ecuménico lateranense, reafirmaron que los padres y otros parientes debían dar su aprobación para el matrimonio de una hija. (…) si una hija no conseguía el consentimiento familiar y se casaba de todos modos, era desheredada por haberse fugado y su marido considerado proscrito por haberla secuestrado. (…) Según la ley visigoda y el Fuero Juzgo el padre era la persona que normalmente daba en matrimonio a su hija a un hombre cuya proposición él aceptara.
(...) En lo que se refiere a los castigos que se imponían a una esposa, pegarla era bastante usual y lo permitía la ley canónica. En Benavente y en las comunidades que adoptaron sus normas a finales del siglo XII y XIII, los hombres estaban eximidos de culpa si, por casualidad, sus esposas morían después de que ellos las hubieran golpeado. Las castigaban sólo para corregirlas y reprenderlas, del mismo modo que tenían que hacerlo las madres y padres para disciplinar a sus hijos, los maestros a sus aprendices y los profesores a sus alumnos. Según la costumbre, la exculpación del marido dependía de si había llevado una vida feliz con su mujer, «como hacen los seres humanos», pero no se menciona a la persona que evaluaba la felicidad precedente. (…) En algunas ocasiones las autoridades municipales podían intervenir para protegerla, pero muchas villas reforzaron la autoridad del marido sobre su mujer, especialmente cuando el miedo o las riñas la obligaban a dejar su casa y buscar refugio en la de otra persona. Se podía multar a la esposa o devolverla sin más a su marido. El obispo podía apoyar la decisión y los funcionarios requerir a la esposa que explicara sus motivos y sancionar con multas a las personas que la habían protegido. En Coria, se gravaba al protector por cada noche que ella hubiera pasado fuera de casa, incluso en el caso de que fuera un pariente, y se desahuciaba a la fugitiva. En Plasencia si una esposa se había marchado de casa, su marido podía entrar en la vivienda de su vecino sin haber sido invitado para buscarla, del mismo modo que si hubiera buscado ganado errante. En Castilla la Vieja se dio el caso de una mujer llamada Urraca que se había marchado de su casa una noche después de una pelea y que después fue herida mortalmente por una piedra. Puesto que su marido se había negado a dejarla entrar en casa, se le consideró responsable de su muerte y se le condenó a la horca. El marido debía proteger y defender a su mujer, pero ninguna persona podía protegerla de él.
Madrid 1937: aviones negros (1937) de Horacio Ferrer
Y si nos referimos a la condición de la mujer en el mundo actual, no hace falta irse tan lejos geográficamente y tirar de «islamofobia». En parte justificada, no digo yo que no (en cualquier caso no confundir con xenofobia, es decir, no confundir el mapa con el territorio, las creencias con las personas, el islamismo o los diversos islamismos con el musulmán de carne y hueso), aunque para ser totalmente justos también habría que tirar de cierta cristianofobia, habida cuenta de que en no pocos países de la católica y culturalmente cercana América del Sur, como es el caso de Colombia (el origen colonial de ese nombre habla por sí solo), la tasa de feminicidios supera dramáticamente la tasa española, ya dramática de por sí. Motivo por el cual no parece exagerado afirmar que la subordinación femenina es en gran medida transhistórica, transcultural y transclasista, excepciones aparte (que las hay, y muchas), entre otras razones porque el cerebro masculino promedio tiene una mayor predisposición a la autoridad y a la jerarquía ("los andrógenos son potentes sustancias químicas generalmente asociadas con la autoridad y el rango en muchas especies de mamíferos, entre ellas la humana", escribe Fisher) al mismo tiempo que una menor predisposición a la empatía. No por casualidad "aquellos trastornos que privan a la gente de captar los matices sociales -llamados trastornos del espectro del autismo y síndrome de Asperger- son ocho veces más frecuentes entre los chicos" (Brizendine, 2006), así como también la psicopatía es más frecuente entre los hombres, hasta diez veces más frecuente según algunos estudios (Lobaczewski, 2006).
La Fiura de la mitología chilota, en Ancud, Chile(véanse también los mitos de la Llorona y de la Malinche)
Pero como en esto último es fácil caer en alguno de los infinitos agujeros del pensamiento negacionista (la negación es uno de los pasatiempos favoritos de nuestra especie, tanto es así que hasta negamos cosas tan evidentes y nimias como que Il Dottore le diera una patada a la moto de Márquez), me conformo con cruzar los dedos y sugerir que cada persona juzgue la materia en base a lo que considere un mayor y mejor número de evidencias. Los mismos libros y artículos están ahí para todos/as, solo depende de cuáles, cuántos y cómo los leamos (es común que las personas que niegan la pertinencia del socialismo o la existencia del patriarcado, del cambio climático o de los límites al crecimiento no se hayan detenido a estudiar las obras referentes de cada campo). Y sí, es cierto: no todo está escrito. La observación directa, lo "experiencial" y "vivencial", como nos recuerdan quienes creen haber descubierto la rueda, también es fuente de conocimiento, y de calibrado. Pero en mi caso lo uno no dista mucho de lo otro. Lo que veo a diario tanto en entornos familiares como vecinales y laborales confirma grosso modo lo que llevo leído hasta ahora en los libros, y viceversa.
La tentación de San Antonio (1946) de Salvador Dalí
Ojalá tengan razón quienes no ven en todo esto sino un problema imaginario, meras discusiones de pareja "por diferencias de opinión" donde yo veo violencia patriarcal más o menos generalizada (también hacia los hijos, sean del sexo que sean) y posibilitada las más de las veces por "los circuitos cerebrales del hombre que le llevan frecuente y rápidamente a una reacción colérica agresiva" en mitad de una conversación percibida como problemática (Brizendine, 2006), pues eso significaría que de ahora en adelante tendría un problema menos del que preocuparme. Aunque puede que no lo parezca, y aunque puede que no me guste tener que hacerlo, en el fondo soy el más interesado en cambiar de opinión. Esto de la crítica social en solitario, de estar todo el día viendo el lado negativo de las cosas y de ver falsos profetas por todas partes (¡incluso en uno mismo, qué cosas!) no está mal, incluso le da a uno cierto propósito en la vida, a lo Jeremías, pero reconozcámoslo, lo mandaríamos al cuerno si pudiéramos. Bienvenidas sean, pues, las evidencias y los razonamientos que me hagan caer de este incómodo burro. I want to believe ;)
Puesto que normalmente la verdad no es, en términos políticos, excesivamente agradable, ser realista significa llevar una existencia fría, desangelada, siempre ojo avizor y con la escopeta cargada, atenta al menor destello de fantasía o sentimentalismo. Esa es la única manera de vivir, aunque de ninguna manera se pueda llamar vida a eso, lo cual hace que la política radical acabe siendo un asunto lleno de contradicciones. Los que la practican con éxito suelen ser los últimos en asumir los valores de esa sociedad por la que luchan –un mundo con mucho espacio reservado para la fantasía y las emociones- (…). Como el poema de Brecht, «Desventurados los que allanamos el terreno a la amistad / Y no conocimos la amistad entre nosotros».Terry Eagleton, 2001
El portero
El festival del falo de metal o Kanamara Matsuri, Japón (desde 1977),
o el mito de la vagina castradora
The dinner party (1979) de Judy Chicago,
o una historia de mujeres
PD. Sí, en la mayoría de los cuadros sale por lo menos una teta, je... ¿Casualidad o milagro? Beguiristain opina lo siguiente:
Por lo general, para imaginar cómo le fue a la mujer en el pasado no hace falta acudir a la historia y a los archivos de documentación, es suficiente con deconstruir la imagen que de ella aparece en la pintura y el tratamiento que se le da en la escultura, es tan obvio que resulta difícil de ver. Si dirigimos la atención hacia un tema eterno, el desnudo, nos encontraremos con suficientes evidencias ideológicas como para llenar un volumen. (...) Incontestablemente seductoras, estas mujeres pasivas, ofrendas a la mirada evaluadora del hombre, forman legión. Hoy se leen como un deseo de dominación sexual escondido en forma de homenaje a la belleza femenina. (...) David y Betsabé, la casta Susana, son dos buenas historias de pasividad femenina y ofrecen al espectador las mismas posibilidades de voyeurismo. En el último ejemplo, la desnudez de Susana se suele acentuar rodeándola de personajes totalmente vestidos y en el caso de la de Tintoretto el modo en el que ella afronta la mirada de los espectadores la transforma en una tentadora que le proporciona al espectador el derecho a mirar a placer.
PD again: Un post muy largo, me consta, y con muchos enlaces. Que Carr me perdone: "Se han hecho diversos estudios que muestran que la gente que lee texto lineal entiende más, recuerda más y aprende más que aquellos que leen texto con hiperenlaces". Para más inri, es bastante probable que siga trabajando y actualizando el post durante las próximas semanas. Aún tengo muchas lecturas en el tintero, y muchos argumentos que limar, de modo que toda aportación será bienvenida sin fecha límite de entrega. En otras palabras, tenemos post para rato. Disecciónalo sin prisa ;)
A la mesa (1982) de Ivan Generalić,
o elogio de lo doméstico para hombres y mujeres
El Roto (2010)
El roto (2012)