Revista Arte
Los poetas siempre lo supieron. Y los pintores no han hecho más que visualizar ese presentimiento. Porque no es un sentimiento, sino lo que se da antes..., o solo antes. Porque no hay nada luego a veces, no ha llegado a ser lo que, antes, apenas, era una cosa imaginada. ¿Y después de otras veces? ¿Qué hay en otras veces? ¿Es que siempre hay algo luego? Ese es el tiempo, lo que hay luego. Estamos hechos de tiempo, es él el que nos modela y nos determina. Cuando un pintor comienza una obra no hay nada más que tiempo. Cuando un ser presiente algo en su vida no hay más que tiempo imaginado. Pero el tiempo existe, sin embargo. Cuando el pintor norteamericano John Singer Sargent retrató a una de las hijas de su amiga Catherine Rebecca Bronson, lo hizo con la inspiración más detenida del tiempo. Los pintores tienen ese poder extemporáneo, reflejan la parte no sucedida del tiempo. Entonces retratan otra cosa, una esencia instantánea y efímera que no es el tiempo. Se enfrentan a los dioses, a las moradas ocultas de la vida, y muestran la cosa detenida que no es más que irrealidad fantasiosa de una sensación solo deseada. Ahora la voluntad se impone a la vida y al tiempo. En el retrato de Miss Beatrice Townsend realizado en 1882 el pintor Sargent consigue transformar la esencia incorregible del tiempo en una muestra poderosa de vaguedad instantánea. Toda la historia del mundo, sin embargo, está ahora congelada en la imagen compuesta por el pintor. Todas las ganas, los sueños, las ideas, las creaciones, las fragancias, las promesas, las ilusiones o las semblanzas están fijadas en los trazos impresionistas del pintor. ¿Cómo es posible que esa vaguedad instantánea encierre todo eso? Por la sublime irrealidad que consigue reflejar el pintor del tiempo. Cuando el tiempo se domina en el Arte podremos alcanzar a verlo todo. ¿Está todo ahí? Todo. Sólo dos años después de finalizar su obra el pintor americano, la joven Beatrice fallecía de una fatal peritonitis. ¿Estaba también el presentimiento?
El pintor español Julio Romero de Torres fue de los pocos pintores que mejor compusieron el tiempo en sus obras. A veces, para mejor componerlo, el espacio es una referencia o sutileza necesaria. En su obra Nieves o Mujer en oración, Romero de Torres retrata el tiempo magistralmente. El tiempo es deseo, es promesa, es ese sentimiento anticipado de algo que no existe aún. En su obra una mujer parece que ora aunque no lo hace. Nos mira mejor. Así quiere transmitirnos que espera algo que ignora aún saber. El libro lo tiene apenas abierto porque es así como el tiempo se expresa, sin certeza, sin límite fijado, sin otra cosa más que la sensación incierta de un deseo. En el plano posterior del cuadro vemos la escena imaginada. ¿Es imaginada? Ahora el tiempo se sublima. ¿Es otro momento? El pintor no lo aclara, sólo lo dejará reflejado en la mirada impenetrable de la joven modelo orante. La luz y la oscuridad matizan ahora la obra del tiempo. Es el ritmo de la secuencia, es el antes y el después. Aquí el presentimiento se busca, se necesita. La calma de la escena principal se opone a la sobrecogida emoción contenida de la escena secundaria. El pintor consigue materializar el tiempo, consigue darle vida, casi movimiento. ¿Hay otra cosa además de tiempo? Nuestro mundo es tiempo, solo tiempo. O se presiente o se ignora. Pero no se siente. O se presiente, como lo hace la mujer que ora, o se ignora como lo hacen el hombre y la mujer del fondo. Vivir es ignorar el tiempo. Meditar es presentirlo. Para sentirlo habría que recorrer todo el ciclo de lo que es su sentido universal completo, habría que ser dioses... No, no podemos tocar la esencia de las cosas. Por eso los poetas o los pintores son los que mejor pueden vislumbrarlo, porque ellos consiguen describir así la esencia de las cosas: con el tiempo.
(Óleo Miss Beatrice Townsend, 1882, del pintor John Singer Sargent, National Gallery de Art, EEUU; Cuadro Nieves o Mujer en oración, primer tercio del siglo XX, del pintor Julio Romero de Torres, Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.)
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