Publicada originalmente en Ultramundo: critica-de-halloween-iii-el-dia-de-la.html
“Halloween III” sale con dos puntos extras de la casilla de salida solo por el valor de tirarse a la piscina sin saber si había agua, que no la había, desmarcándose de la continuidad oficial para proponer, quizás no tanto una anulación de la misma como otra paralela y mucho más sugestiva: convertir “Halloween” en un sello, una cabecera que replicase cinematográficamente a los “Creepy” de la Warren o a los títulos de la venerable EC, auspiciando relatos terroríficos independientes con el único nexo común de desarrollarse durante la noche de los muertos.
Así cada director podría contar su propio relato de miedo, partiendo todos ellos de un premisas básicas de austeridad y espíritu b, en algún punto entre esos cómicas mencionados y las televisivas “The Twilight Zone” o “Outer Limits”. Por desgracia la idea se abortó a la primera y los fans de la saga, sintiéndose estafados, le dieron la espalda. Querían más de lo mismo, y lo mismo eran Michel Myers, su cuchillo, el doctor Loomis y unas cuantas chicas que trocear. El sota, caballo y rey que consumió rápidamente el slasher durante los primeros 80.
Era ese agotamiento formulario lo que animó a Carpenter a proponer un nuevo esfuerzo creativo, por desgracia baldío, a partir de influencias muy diferentes, aunque ya presentes de manera mucho más oblicua en el título fundacional. Con la óptica primitiva y minimalista ya agotada en realidad hasta su última gota expresiva por él mismo en la original “La noche de Halloween”, que fue no tanto un inicio como la culminación de un género que existía sin haber sido nombrado y clasificado, Carpenter siente la necesidad de diferenciarse hasta el punto de citar explícitamente “La noche de Halloween” mediante un anuncio televisivo que aparece en pantalla en un momento de la trama. El cineasta parece así, por un lado, marca diferencias respecto al universo en el cual ambas películas suceden, determinándolo como “no compartido, y al tiempo subraya su conciencia de haber creado un una clásico que se ha adherido al imaginario popular en torno a la festividad de Halloween.
Pero de otra manera más sutil esta introducción de si mismo dentro de la película marca una diferencia: en “Halloween III” las películas que en “La noche de Halloween” aparecían en televisión son ahora diluidas como parte de la naturaleza del relato, mientras que “La noche de Halloween” queda como cita/guiño al margen de estas influencias, puesto que, como he dicho antes, pertenecen a universos ficcionales distintos.
Carpenter reconduce la franquicia Halloween hacia su fervor por la ciencia-ficción y el misterio-horror británicos, intentando amoldar la idiosincrasia USA de su cine con una serie de motivos y, sobre todo, un todo distintivamente inglés: pesimista, grave y atravesado de un humor negro implacable. Así “Halloween III: Season of the Witch” incorpora a las influencias referidas arriba una manera de tratar el género donde se perciben elementos de la ciencia-ficción al estilo Hammer, con dirección del reivindicable Val Guest, guión del gran Nigel Kneale, no en vano, y junto a Howard Hawks, la gran influencia de John Carpenter como cineasta y protagonismo del legendario Doctor Quatermass. Todo ello alumbrando una suerte de apócrifo quatermassiano norteamericanizado que comienza con la desaparición de uno de los megalitos de Stonehenge y termina con el aberrante descubrimiento de un culto céltico-neopagano, mezcla de magia y tecnología, para provocar el sacrificio de miles de niños a los dioses antiguos.
“Si Carpenter es un hijo de la serie B estadounidense por lo que se refiere a narrativa y puesta en escena, en el terreno ético puede considerarse descendiente de la literatura fantástica británica, practicada por Kneale en sus relatos, novelas, guiones cinematográficos y para televisión, abrazando a veces la misma causa –el género como excusa- que llevó a Kneale a declarar en una ocasión que no se consideraba un autor de ciencia-ficción, sino un escritor de dramas que usaba la ciencia-ficción como vehículo expresivo para ilustrar temas pertenecientes a la realidad”(1)
No extraña, entonces, que Carpenter encargase el guión de su nueva entrega de “Halloween” a, precisamente, Nigel Kneale; aunque por desgracia la colaboración terminase mal, con el británico exigiendo la retirada de su nombre de los créditos por la exigencias por parte de Dino De Laurenttis, quien ejercía entonces como productor ejecutivo, de acercar más y más la película a los supuestos gustos de la audiencia juvenil y a los estándares en cuanto a violencia y gore de los 80. Todo ello obligó a Carpenter a cargar con la producción ya a terminar el guión junto a Tommy Lee Wallace, uno de sus más antiguos y leales colaboradores promocionado aquí a director, para desgracia de un material –al menos en bruto- que en manos del propio Carpenter bien podría haber alumbrado una verdadera pieza maestra en miniatura.
“Halloween III: La estación de la bruja” es una película de productor, casi de autor interpuesto, que supone un acercamiento, el segundo porque “La Niebla” (The Fog, 1980) era ya una película filobritánica, a los modismos de ese cine cientiterrórifico ingles de los últimos 50 y primeros 60 sobre los cuales Carpenter insistiría, desde distintos ángulos en “El príncipe de las tinieblas” (Prince of Darkness, 1987), “Están Vivos” (They Live, 1988), o “En la boca del miedo” (In the Mouth of Madness, 1995) y que abordaría de manera frontal en su remake, apreciable, de la esencial “El pueblo de los malditos” (Village of the Damned, Wolf Rilla, 1960), realizado en 1995 con idéntico título y sobre un original de otro escritor británico ineludible: John “El día de los trífidos” Wyndham.
En manos de Tommy Lee Wallace el conjunto se queda a medio camino entre el seco rigor británico y la funcionalidad televisiva, lo cual se suma a la irregularidad de un guión con demasiado relleno –la relación romántico/sexual del héroe con la pavisosa muchacha de turno- y soluciones de tercera –los sustos y contrasustos que, curiosamente, anticipan “Terminator” (id., James Cameron, 1984)-indignas tanto del material que pretende evocar como del talento de Carpenter cuando se pone detrás de la cámara, que desaprovecha apuntes interesante como el alcoholismo del héroe –ese Tom Atkins que es la versión carpenteriana del americano medio- o las posibilidades paranoicas del invento, tan bien recuperadas por otra parte en la muy pesimista y muy knealina conclusión
Todo ello reduce, aunque no llega a anular en virtud de una sólida dignidad de serie B, las ideas más sugerentes, gran parte de ellas reflejo o reelaboración de otras presentes en “Quatermass II” (id. Val Guest, 1957), desde la seriedad que la puesta en escena contrapone a lo abiertamente demencial de la historia y el aspecto gélido e impersonal de los villanos,hasta detalles concretos como la localización del bloque central en un entorno supuestamente idílico de un pueblecito controlado por la fábrica del druida moderno encarnado por Dan O’Herlihy “(…)escenográficamente similar, en su estudiada frialdad, a la factoría de alimento sintético invadida por los meteoritos alienígenas de Quatermass II” (op. cita 1), aunque algunos de sus detalles puedan remitir incluso a “El Prisionero”.
Una serie de factores positivos que junto a la ácida exposición de la manipulación de los medios y la banalización de las tradiciones convierten la película en algo más que la secuela extravagante de una franquicia de éxito convertida en una oportunidad perdida, en parte por sus propias insuficiencias, en parte porque fue víctima del fanatismo más alobado, aquel que pide lo mismo para desayunar, comer y cenar, un día sí y al otro, también.
(1) John Carpenter. Horror en B mayor, Quim Casas, Donostia Kultura Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastian, 2003