Es más fácil gobernar un pueblo sin moral. Así de claro explicaba ayer un internauta por qué los dirigentes chinos intentan, y consiguen, acabar con los valores éticos de la sociedad. La chispa ha sido el doble atropello de una niña de dos años en una calle comercial de la ciudad de Foshan y, tras el accidente, el desdén de transeúntes y conductores y, durante todo ese tiempo, la existencia de una cámara y de alguien que ha subido las imágenes a Youtube.
Así no es de extrañar que, desde el neoliberalismo exacerbado, el 15-M sea visto como extrema izquierda marginal antisistema. Sí, anti su-sistema basado en dividir servicios públicos y personas, cuartear para acabar con la esencia misma de valores irrenunciables hasta ahora, para convertir ciudadanos comprometidos en individuos insolidarios condenados a vivir en pequeños mundos estancos e individuales, ajenos a los mundos del resto. Ese compromiso y esa solidaridad que respira el 15-M son los que nos mantienen vivos como sociedad frente a un DNI electrónico que nos aliena y sólo sirve para hacer pagos, ser controlados y, finalmente, convertirnos en un número virtual. Por eso el 15-M o el 15-O les produce el desconcierto del quince. Porque es colectivo, espontáneo y, en él, el mensaje ha encontrado un camino para fluir rotundo hacia arriba, en dirección inversa a la habitual. Y, quien sabe, quizás les recuerda que cada día hay más distancia entre lo que en el fondo saben que debería ser y el camino sin moral que han elegido.