Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com
Lo he visto cuando iba camino del bar. Tirado en la calle. Inmóvil. A plena luz del sol. Al pasar por su lado un fuerte olor a mugre mezclada con orín me ha obligado a taparme la nariz. Eran las 10:32 de la mañana y yo sólo pensaba en mi café. Soy culpable. Le he robado esta foto sin preguntar.
Al regresar a casa ya no estaba. Ni rastro de él ni de su roída sábana. He cogido el ascensor, he llamado al timbre —porque había olvidado las llaves al salir— y, como si tal cosa, me he puesto a hacer cambio de armario.
Siempre hago igual. Soy una chica de costumbres. Saco las prendas y las coloco encima de la cama. Una vez dispuestas por grupos —jerséis, pantalones, faldas y vestidos— voy descartando lo que no me pongo, ya sea porque me ha quedado pequeño, está anticuado o maltrecho. Lo amontono en la butaca, que en apenas diez minutos está llena a rebosar. Y entonces, al verlo, me invade la vergüenza.
¿Por qué unos tenemos tanto y otros tan poco? ¿Qué he hecho yo para estar en bando de los ganadores? Nada. Nací en el primer mundo. En una familia de clase media que pudo costear mis estudios. Mis logros no tienen mérito alguno. Me siento miserable, ruin, mezquina. Mi preocupación sempiterna—¿seré capaz de escribir un libro? —se me antoja ahora de lo más estúpida.
Y pienso en él, y en muchos otros, no sólo humanos, también animales que sufren sin merecerlo, como Tilikum. Tilikum es una orca macho. La mayor que hay en cautividad. Mide casi siete metros de largo y pesa cinco toneladas. A Tilikum lo capturaron cerca de Islandia cuando era apenas un crío. Lo separaron de su madre y de su familia, lo encerraron en una pequeña piscina de cemento —él, habituado a nadar 150 kilómetros diarios— y lo obligaron a dar coletazos en el agua a cambio de comida.
Se sabe que las orcas poseen una gran inteligencia. Viven en comunidades, tienen un lenguaje propio y muy buena memoria. Con una esperanza de vida similar a la de los humanos, los recuerdos y vivencias de Tilikum no deben ser muy agradables, pienso.
Quizás por ello Tilikum ha matado a tres personas —entrenadores del parque acuático donde lo tienen trabajando— y ha atacado a otras tantas. He conocido su historia gracias al documental, Blackfish, nombre con que los antiguos pobladores de Canadá se referían a estos animales, a los que respetaban, veneraban y atribuían poderes espirituales. Igual que nosotros, vaya.
A pesar de ello, sigue actuando en Orlando, Estados Unidos. Mientras sus propietarios vendan peluches con su nombre y entradas para el espectáculo, su sufrimiento no acabará. Otro dato a tener en cuenta: su semen vale millones.
¿Y qué hacemos los demás? Nada. Es más fácil mirar para otro lado.