Escribía Don Eduardo Galeano en su libro ‘El fútbol a sol y sombra‘ que “la historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin del siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo, sin reloj y sin juez”.
Ese hombre que se hace niño, ese niño que juega con el globo es el sevillismo. Un sevillismo que nunca en la vida pensó que pudiera lograr todo lo logrado. Y si hace unos años no pensábamos aquello mientras mirábamos con desconfianza a un entrenador que había dirigido al otro equipo de la ciudad y había armado un equipo con jugadores en los que la grada no confiaba como Frederick ‘D12S’ Kanoute, pues menos aún pensábamos que podría lograrse lo que se logró la pasada temporada.
Novenos en Liga y llegando a la competición europea tras la descalificación de Málaga y Rayo. Aquí vamos a parar un segundito. El Sevilla no logró nada en los despachos. Hubo dos equipos que no cumplieron las reglas del juego y el Sevilla era el siguiente en la lista. Al que no le guste que no mire. La temporada del Sevilla fue una gloriosa mierda de a kilo. Eso no lo niega nadie, pero ahí estábamos, los siguientes. Seguro que el resto lo hubiera rechazado. Seguro.
Tras esto tuvimos que escuchar a la mitad resentida de la ciudad quejarse hasta el infinito, como si a ellos esto les importara mucho (al final les importó). Total que ahí estábamos y pasó lo que tenía que pasar. Qué el Sevilla ganó su tercera Copa de la UEFA, cosa insignificante que solo Liverpool, Inter y Juventus han conseguido en la historia del fútbol. Ahí es ná.
Suerte. Que hemos tenido mucha suerte, decían y dicen. Suerte es empezar a competir el 10 de agosto. Suerte es ser primeros en la fase de grupos. Suerte es remontar un 0-2 en casa del eterno rival con todo en contra. Suerte es golear a un grande de Europa como el Oporto. Suerte es creer hasta el último minuto que podíamos estar en Turín. Suerte es aguantar 120 minutos a un equipo superior a ti en muchos aspectos para terminar llevando la gloria a los tuyos. Lo llaman suerte. Pues será verdad y la suerte es nuestra.
Así que lo único que espero es que el próximo 12 de agosto la suerte siga siendo nuestra y podamos traer la segunda Supercopa de Europa a nuestra ciudad. Al parecer solo un equipo español compite por ella, nadie se acuerda de que aquí abajo en el Sur también jugamos a la pelota ya que no es privilegio exclusivo de los de la Meseta y de Catalunya. Y ese día volveremos a ser niños jugando con un globo y luchando contra la maquinaria que ha convertido a este deporte en industria.