Más allá o más acá del tan mentado instinto maternal, desde nenas nomás, las mujeres jugamos a ser mamás. De chiquitas nomás nos dan un osito de peluche para dormir abrazadas a él y no extrañar a mamá que no duerme con nosotras. Pero también nos pudieron haber dicho, o pudimos haber dicho: cuida al osito, el también tiene miedo de noche y no tiene una mamá que lo cuide. Y ahí nomás empezamos a soñar con alguien para cuidar. Apenas largamos el andador apresuradas queremos tener un bebe y su correspondiente cochecito para sacarlo a pasear. Ser mamas, o ser maestras desde aquel tiempo que la escuela era la segunda casa y la maestra la segunda mamá, lo maternal rondaba nuestros juegos y nos hacía felices. En un descuido trepamos a los tacos de mamá y soñamos ser como ella. En la adolescencia alguna muñeca queda para el recuerdo y la mayoría en fotos amarillentas por el tiempo. Y entre los fragores de la lucha íntima del corazón con el: “me quiere o no me quiere” el jugar a ser mamá es un grato recuerdo guardado en los bolsillos de la niñez. Arribada la juventud y pasados o no las mariposas en la panza ante el amor, el deseo latente se hace carne. Queremos un hijo, dos, formar una familia. Aunque tengamos vocación, trabajo, realización personal y todas las conquistas del mundo femenino de este siglo. En algún momento el deseo se hace presente y tan fuerte que hasta que el test del embarazo nos muestra dos rayitas violetas o azules o rosas pero dos rayitas, al fin y seguro, no dejamos en paz al destino y nuestro anhelo femenino y maternal no para. Y las rayitas se presentan nomás. Y vamos corriendo a contárselo al mundo más íntimo y no necesitamos de muchas palabras. Una cara redonda como las nueve lunas que nos esperan lo dice todo. Y ahí estamos. En ese estado idílico. Imaginando, soñando, gestando. Y cuidándonos mejor que nunca y cuidándolo desde que supimos de él o ella en nuestro vientre. Y ansiando la primera foto en la panza y el primer monitoreo y a dieta de hígado que detestamos, por el hierro para el bebé y la leche entera que aborrecemos pero es lo mejor para el que llevamos dentro. Y entre los litros de agua para las eco se van sumando las semanas y va creciendo dentro de una. Y si es una nena, lloramos de emoción y si es un varón lloramos de alegría y sea lo que sea no nos importa, es nuestro bebé, es nuestro hijo/a, hasta que comprendemos que son hijas e hijos de la vida. Mientras tanto la nena, sueña a ser mamá como nosotras, se trepa a los tacos altos y juega con nuestro rouge en el espejo. Y el varón nos reclama que sepamos patear un penal o que sepamos de qué hablamos cuando decimos corner. Y mientras son chiquitos somos Diosas, bajadas de un olimpo y somos mágicas porque todo lo podemos. Y lloramos con sus primeros porrazos. Y nos anuda el corazón dejarlo en la guardería porque él tiene que aprender y nosotras volver a trabajar. Y llegamos a las adolescencias de ellos y sufrimos con sus corazones rotos desairados, porque conocen el desamor, pero ya somos las que no entendemos nada. Las que estamos equivocadas en todo y en que el mundo tiene razón y nosotras vivimos equivocadas. La juventud sigue en pie de guerra mientras se diferencian de nosotras. Sin embargo en alguna parte de la juventud la cosa va madurando y nosotras también, y el tiempo y la vida pasa y las aguas se van aquietando… Y mientras ellos crecen y crecen y no paran de crecer, y nos siguen haciendo más madres cada año que pasa, llega un buen día que te dicen, por ejemplo, mamá: tenemos que hablar o mamá, tengo algo que contarte. Y una, que es madre, atisba esa cara arrebolada, que tan bien conocemos y sabe e intuye pero espera en amoroso silencio que ellos hablen, porque desde que nacieron, ellos tienen la palabra en nuestras vidas, a que digan, un buen día de estos, mamá, vamos a tener un hijo, mamá vas a ser abuela. Y ahí sabemos, lo grita el cuerpo y los pensamientos. La piel y las emociones, que la vida es sabia y que lo mejor que pudo habernos dado es la familia que alguna vez soñamos y decidimos ese día que deseamos con todas las fuerzas de nuestro corazón: Tener un hijo. Y todo vuelve a empezar, como la primavera que vuelve y también sabemos que un día una se irá, pero también habré comprendido que hay algo de mí…Una huella en el mundo del y de los pasos que di…