Revista Cine

Escarlata O’Hara corregida y aumentada: Como ella sola (In this our life, John Huston, 1942)

Publicado el 25 abril 2016 por 39escalones

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Después de instaurar el ciclo del cine negro clásico con El halcón maltés (1941) y de ahondar en la veta comercial abierta repitiendo con Humphrey Bogart, Mary Astor y Sydney Greenstreet en la olvidada A través del Pacífico (1942), John Huston recibió de Hal B. Wallis, uno de los mandamases de la Warner Bros., el encargo de dirigir Como ella sola, adaptación de una novela de Ellen Glasgow que contaba con el protagonismo de una joven frívola, irresponsable y caprichosa que terminaba llevando a la ruina a sus seres más queridos por culpa de su egoísmo y de sus intentos por salir airosa de todos los problemas que causaba. Huston, nada convencido de la validez de esta historia para una película, aceptó el proyecto por un doble motivo: en primer lugar, porque se sintió halagado de que, con sólo dos títulos previos, el estudio le encargara una película que encabezarían algunas de las más flamantes estrellas del estudio (Bette Davis, Olivia de Havilland, George Brent o Charles Coburn); en segundo término, porque el guión lo había escrito Howard Koch, un guionista que el propio Huston recomendó a Wallis (con muy buen tino: Koch escribió nada menos que el esqueleto de Casablanca) y al que sintió que no podía desairar cuando su carrera podía asentarse definitivamente en el seno de la Warner (más adelante, Koch, que no era comunista pero que sin embargo se negaría a testificar y dar nombres ante el Comité de Actividades Antiamericanas, sufrió las consecuencias del ostracismo al que le sometió el Hollywood oficial). Así, John Huston aceptó un material que poco parecía encajar con sus temas y personajes predilectos para intentar hacer del cóctel la mejor película posible, y obtuvo un resultado bastante solvente.

El día de su boda, Stanley (Bette Davis), la hija menor de un matrimonio de buena familia venida a menos, antigua copropietaria y ahora simple accionista y empleada de la fábrica de tabacos que lleva los apellidos familiares (Fitzroy y Timberlake), se fuga con su cuñado, Peter (Dennis Morgan), casado hasta entonces con su hermana Roy (Olivia de Havilland), dejando plantado a Craig (George Brent), un gris abogado que resulta ser el tercero de los posibles maridos de Stanley que se queda tirado en el último momento. Stanley, que no tiene oficio conocido ni interés en tenerlo, es una joven que vive para su propio placer, sale todas las noches, sólo piensa en bailar y divertirse, y aunque su belleza, su determinación y el encanto de su personalidad tiene a todos hechizados, empezando por Peter pero especialmente a su millonario tío William (Charles Coburn), las dificultades que empiezan a surgir (Peter, médico, no encuentra en su situación un buen hospital donde trabajar y, cuando lo logra, no puede sostener con su sueldo los gastos de la vida a todo tren que Stanley insiste en llevar) minan poco a poco su relación y la convierten en un infierno de alcohol y continuas discusiones y desencuentros. Por el contrario, la desgracia compartida ha acercado a Craig y Roy, que se enamoran y se comprometen. La desgracia que sella el supuesto amor de Peter y Stanley hace que esta regrese a la casa familiar y que prosiga con su comportamiento caprichoso y errabundo hasta el punto de intentar arrebatarle a su hermana el amor de Craig, su antiguo prometido. La resistencia de este enfurece a Stanley, que, ebria de alcohol y de resentimiento, comete un atropello mortal y se da a la fuga, culpando de ello al joven Parry (Ernest Anderson), hijo de la criada de la familia (Hattie McDaniel) que sueña con ser abogado y trabaja en el despacho de Craig, el cual a su vez, desconocedor de la verdad, se apresta a defenderle ante la ley.

Esta intrincada trama de tintes folletinescos cuenta sin embargo con dos notables atractivos. Para empezar, la interpretación de Bette Davis, pasadísima de sobreactuación según los entendidos de aquel tiempo pero que da vida a la perfección al tipo de joven despreocupada, irresponsable, caprichosa e inmadura para afrontar las consecuencias de sus actos que el guión de la película dibujaba en contraposición al desequilibro mental y, sobre todo emocional, que el personaje poseía en la novela. La muchacha Stanley resulta de lo más irritante, en especial cuando el espectador, que contempla como testigo privilegiado las sucesivas maniobras producto de su talante cambiante y movedizo, observa cómo consigue siempre lo que quiere y sale vencedora de todo conflicto y reto que sus malas prácticas provocan. Bette crea un personaje odioso a partir de esa duplicidad tan propia del noir, la belleza, el encanto y la simpatía de una mujer encantadora, plena de lozanía y juventud, al servicio de la doblez, del interés más egoísta, de la más pura superviviencia a golpe de capricho del momento y de huida de las consecuencias de las propias decisiones. Tan sensual y provocativa cuando le interesa como iracunda, despreciable, soez y odiosa cuando no puede contener su temperamento visceral, es sorprendida en falta o comprende que no puede salirse con la suya, Bette Davis compone magistralmente una versión corregida y aumentada de una Escarlata O’Hara en continua escalada creciente, sin amor o sin renacimiento que la rediman, ya que su horizonte consiste únicamente en su propio interés, hasta el límite de arruinar sin miramientos las vidas de los demás mientras ella pueda evitar que le salpiquen sus efectos.

El otro aspecto innovador y positivo de la película es el personaje de Parry, el hijo de la criada negra. Por vez primera en el cine comercial de Hollywood un personaje negro escapa del estereotipo en que el cine mantenía encerrados a los de su raza. Se trata de un joven atento, astuto, inteligente y hábil, que tiene planes de futuro en los que no entra ejercer toda la vida de peón de la tabaquera, que elabora un discurso complejo de superación de su situación personal y racial, que aspira a ser su propio jefe y a mirar de tú a tú a los blancos ejerciendo una profesión, el derecho, que salvaguarde su autonomía y su libertad. El desafío al que lo somete la última e imperdonable chiquillada de Stanley no merma en absoluto su integridad, al mismo tiempo que afirma la de Craig, que a los ojos de Roy crece en estatura moral, y propone por tanto un nuevo escenario de ayuda, comprensión e interacción mutua en el que la raza no tiene nada que ver (Roy es el personaje que, desde el principio, sintoniza con Parry y ofrece apoyo, ayuda, comprensión y buenos deseos, tanto para él como para su madre).

Es en toda esta segunda parte de la película, cuando se abandona el escenario culebronesco de folletín decimonónico y la película cobra implicaciones morales, sociales y políticas más amplias, aunque sin dejar de lado el motor que la mueve, la veleidosa personalidad de Stanley, cuando la cinta se eleva a algo más propio del cine posterior de Huston, por más que las exigencias del Código obliguen a que los comportamientos censurables tengan un castigo proporcional y eso condicione drásticamente el final de la historia. El director, pese a tratarse de un encargo aceptado con poco entusiasmo, no descuida en ningún aspecto el acabado formal. Huston ofrece algunas tomas de mérito (movimientos de cámara, perspectivas -como tomas realizadas a través de las lámparas o de los candelabros-, encuadres cuidadosamente escogidos para retratar a Stanley según sus propios altibajos emocionales, o sus caídas en desgracia…) y se hace acompañar de una magnífica partitura, marca de la casa, de Max Steiner y de una expresionista fotografía en blanco y negro de Ernest Haller. Tampoco olvida el humor verbal, encarnado principalmente en la primera aparición de Hattie McDaniel y en algunos apuntes sarcásticos, como en la secuencia de la taberna, cuando Stanley aguarda a Craig mientras escucha en la gramola su música favorita a todo volumen. Una película, sin embargo, algo descompensada en cuanto a los personajes masculinos, bastante grises e inexpresivos a excepción del tío William (magnífica la conclusión de su personaje, el cierre de su relación con Stanley, hasta ese momento su sobrina predilecta), que tiene en las mujeres su principal baza. Y enseñanza.


Escarlata O’Hara corregida y aumentada: Como ella sola (In this our life, John Huston, 1942)

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