Revista Libros
A menudo, leyendo a algún bloguero próximo, he sentido fraternal (que no cochina) envidia cuando se detenían a captar escenas (diálogos) callejeros que nos reproducían con endiablado mimo y meticulidad.
Les envidiaba el tiempo, y la paciencia.
Y sin embargo...
Esta tarde a temprana hora salía de casa para médica y por fin me reclinaba sobre la barra de la parada del autobús, cuando...
Digo por fin porque nada más salir de casa vi que se me escapaba el 64 y encima, al ir a sacar la Tarjeta 10, comprobaba que me había dejado la Agenda, con el nombre del Traumatólogo que habría de "pronunciarse".
Como el 64 no se prodiga, di marcha atrás y...
Al poco volví a acomodarme contra la baranda y no pasó mucho tiempo antes de comprobar que detrás de mí esperaban un par de monjas.Posiblemente del convento de Enrique Granados, me dije.
No las habría notado (enredada en mis cavilaciones) de no haberlas oído prorrumpir en un saludo entusiasta (o entusiasmado, no sé, la verdad).
Tanto las salutantes como los saludados, hasta el momento, para mí eran sólo puro escorzo. Pero hice el movimiento adecuado y comprobé que el diálogo (o lo que fuera), ellas (70 u 80 años, no sé, pero esa diferencia habría entre una y otra) lo entablaban con un par de hombres (quizás ecuatorianos, llegué a pensar después; emigrantes latinos, en cualquier caso) de mediana edad (35, 40 años; o acaso 27 y 33, ya no sé calcular), "vestidos de domingo", que se diría antes.
-¿Qué? ¿De paseo?- preguntó la más joven (bajita y rozagante, de expresión amable).
-No, a estudiar- contestó el más joven de ellos.
Pasaron unos segundos.Yo diría que embarazosos. Los pobrecillos no se prodigaban y las otras se habían quedado algo cortadas.
-¿En dónde? -inquirió la más mayor, expeditiva.
-Allá por el Tibidabo- contestó desganado el mayor de ellos, mientras enredaba un poco más en su mano el cordón de una bolsa que sostenía.
(Podría describírosla, pero no quiero ser Balzac).
-En la Blanquerna- precisó el joven, por romper el impasse.
-Unas jornadas- se animó a precisar el otro, acaso para no pasar por arisco o...
Pero pasaron otros cuantos segundos. A fin de cuentas, todos estábamos pendientes de ver qué autobús llegaría.
-¿Y de qué? -preguntó la monja joven, agotando el tiempo.
-De artes cognitivas- respondió puntual el más joven de los varones.
Silencio.
-Psicología- precisó el veterano, sin ocultar su desgana.
P.D. A la vuelta, en el 64, viví numerosas escenas en un autobús repleto de niñitos (no montaban más de cuatro años: eran las 4:30)tremebundos, a quienes las pobres ecuatorianas o latinas recogían de sus "altos" colegios. ¡Espeluznante! Pero se supone que est nueva serie deberá ser breve.