Revista Cultura y Ocio
Una buena familia de campesinos nos invita a pasar una tarde al campo. Nos muestran su espléndido huerto y todos lo celebramos con expresiones de complacencia y halagos exagerados, propios de los habitantes de la ciudad dispuestos a ver una selva donde hay un seto. Nuestras simples alabanzas dispuestas a celebrar hasta el rastro de estiércol del ganado les estimula a agradarnos lo más posible, así que ni corta ni perezosa la hija mayor de los campesinos se monta su chiste particular y cargando sobre sus espaldas a la más joven se lanza rauda a imitar un asno con su carga. Todos nos sorprendemos y reímos la ocurrencia de buena fe previa consideración del contexto en que se halla. Pero hete aquí que en vista del éxito, la madre se decide a tomar parte en la comedia y cogiendo un palo del suelo se dedica a arrear el trasero de la hija con tal naturalismo y afición que quedamos compungidos por el daño que pueda sufrir, pero dentro de la comedia la hija sufrida achanta y trota con más fuerza. Ahora ya el público no sabe si optar por la carcajada grotesca o por la vergüenza ajena, y los más pudorosos esperan el final de tan truculenta estampa. Ay! alma hispana, sutil a veces y a veces grotesca.Lo terrible de la vida provinciana es que el cercano contacto con la naturaleza despierta todos los instintos sexuales reprimidos y el cercano contacto con sus nativos despierta todos los miedos físicos a transgredirlos.Ese aletargamiento en que te sume la vida en provincias es recibido como una bendición de origen cósmico, algo que afecta al bienestar de las células. Pero viene acto seguido por un deseo casi febril de revolucionarlo todo, de ponerlo todo patas arriba, pura expresión de la vitalidad que estalla en los átomos excesivamente relajados.Nada tan bello como el rostro de las vírgenes de los pueblos provincianos, y como las flores, nada tan fugaz. En un día puede resplandecer la belleza más angelical y en un día se puede marchitar. A la influencia de ese resplandor instantáneo muchos hombres han sucumbido para siempre.Por eso, los pueblos de España y sospecho que de otros países, son un hervidero de poetas anónimos, y las glorietas y paseos de sus pueblos están atestados de sátiros camuflados que arden de endechas y deseos por las jóvenes púberes. Arden de deseos por dentro y de miedos por fuera, a ser delatados o capturados y quemados en la hoguera, pues aún parece permanecer en el aire el olor a tantos siglos de chamusquinas.Antonio RubioIlustración de Blas Estal.