Nueva entrega de estos restos de serie tardoagosteños, ahora con la también extraviada Terror in a Texas town, peculiarísimo western del gran Joseph H. Lewis que en su día apareció en Cinearchivo dentro del correspondiente “Reyes de la Serie b”
Terror in a Texas town
Director: Joseph H. Lewis
1958
USA
80 min.
Guión: Dalton Trumbo (como Ben Perry)
Fotografía: Ray Rennahan
Montaje: Stefan Arnsten y Frank Sulliva
Música: Gerald Fried
Reaparto: Sterling Hayden, Nedrick Young, Sebastian Cabot, Carol Kelly, Eugene Martin, Victor Millan, Frank Ferguson, Marilee Earle
Terror in a Texas town es una de esas combinaciones inverosímiles que tanto se dieron entre determinada producción de bajo presupuesto entre argumentos archisobados y decisiones demenciales. Material fácil de malbaratar, de complicado manejo por estar siempre pendiente del fino hilo de lo ridículo. Cuando estos proyectos recaían en manos poco dúctiles y tirando desmotivadas no pasaban de ser carcajeantes subproductos solo revisitables desde una óptica campy, pero, cuando por el contrario reposaban y eran mecidos por genios con la chispa adecuada medran como orquídeas en el fangal. Este es el caso de tan extraño western, el cual serviría por si solo a modo de certificado del talento magistral de Joseph H. Lewis, cuya magia logra hacer, no ya absolutamente creíble sino directamente absorbente, la susodicha trama manida de tierras, caciques y desmanes, un rosario de clichés superado completamente por la fuerza de la puesta en escena, el convencimiento de la narración y, especialmente, un admirable sentido del delirio interno que tiene su corolario en el enfrentamiento final entre un ballenero sueco armado con una arpón y un sádico pistolero manco.
Claro que antes de llegar a semejante clímax (por cierto, curiosamente remedado una joyita de otro Rey de la Serie b como Jack Arnold titulada No name on the bullet y filmada un año después: allí un asesino profesional interpretado por Audie Murphy se enfrentaba contra un rival armado solo con un martillo de herrero, personaje este interpretado por el olvidado Charles Drake, de nada despreciable parecido físico con el propio Hayden) el film ya va dejando sus momentos vigorosos y sus personajes memorables en un conjunto permeable a una rara sensación de angustia vital, perfectamente expresada por la progresivamente opresiva labor de cámara y por el peculiar físico y excelente labor, plena de intensidad y desequilibrio, del blacklisted Nedrick Young como temible pistolero Johnny Crale, caído en desgracia y reducido a ser la mano
ejecutora de una repulsivo banquero encarnado por el gran característico Sebastian Cabot.La presencia de Young, viejo conocido de Lewis que ya lo había tenido bajo sus ordenes en El demonio de las armas (1950), A lady without passport (1950) o Paralelo 38 (1952) y que en ese mismo 1958 iba a lograr un gran éxito personal al ganar el Oscar con su guión para el Fugitivos de Stanley Kramer, para vergüenza de la industria teniendo todavía que firmar con el pseudónimo de Nathan E. Douglas, no es la única aportación al film de los apartados por el sistema, los marcados por las listas negras de Hollywood en uno de los momentos más siniestros de su historia. El guión de este pequeño western, y sin duda una de las fuentes de interés del mismo, vine firmada nada menos que por el gran Dalton Trumbo bajo uno de
sus alias habituales, Ben Perry para la ocasión, todavía unos años antes de que el empeño personal de Kirk Douglas de acreditar al guionista e su Espartaco, demoliera una fachada escandalosa que ocultaba a la vista a toda una serie de escritores trabajando subterráneamente para el mismo sistema que los había laminado.Sin duda a Trumbo se deben detalles como la enorme dignidad de los personajes del peón mexicano Pepe Mirada, dignidad a la cual colabora Lewis en la formidable secuencia de su muerte ejecutado por el despiadado Crale, o la penetrante sensación de derrota que emana del soberbio rol femenino encarnado por la dura Caroll Kelly, amante del asesino profesional y conocedora de su secreto. Y por supuesto en la pluma de Trumbo se reconoce la complejidad psicológica de ese mismo Crale, tortuoso pistolero en el ocaso, simbólicamente impedido (tiene una mano de madera que oculta con unos guantes negros) y basa su efectividad en una gloria ajada y un control de la violencia perturbador. Frente a él, menudo, oscuro, escurridizo y lleno de
dobleces se levante una némesis total hasta en lo físico, alto, rubio, sano, de una pieza. Un bruto noble de ética a prueba de bomba al cual representa a la perfección el corpachón lento de Sterling Hayden, una mentalidad sencilla enfrentada a un mal serpentino. En cierto modo ambos son hombres fuera de lugar, Crale porque su mundo está tocando a su fin, el pueblo se unirá finalmente impidiendo las compras forzosas de terrenos, y Hansen por ser un bicho tan raro en semejante contexto como una marinero sueco que se pasea su perplejidad arriba y abajo de la misma manera que pasea su enorme arpón, arma finalmente perfecta para cazar tiburones de tierra adentro.Desde luego el film no está libre de defectos, muy al contrario estos son notorios porque la irregularidad iba de serie: desde la pobreza de los decorados al estatismo ciertos momentos, que por un lado parecen destinados al fin de alargar el metraje en busca de una duración estándar y por otro se pueden leer como resabios televisivo, lenguaje y medio nuevos a finales de los 50 que tomo el relevo de la declinante producción b” y hacia los cuales directores como el propio Joseph H. Lewis estuvieron abocados si querían seguir en la tarea, hasta la propia y ya aludida naturaleza general de “lugar común” que preside todo el invento. Por todo ello resulta más delicioso el sabor final de esta despedida del celuloide de su director, una pequeña maravilla que convierte el esquematismo y la pobreza presupuestaria en abstracción conceptual y estilización formal a base de una demoledora combinación de oficio y puro genio.