Ya he contado que mi primera pluma fue una magnífica Waterman que me regalaron con objeto de la publicación de mi primera novela. Siempre me han fascinado estos objetos, retazos de un tiempo ya olvidado, y supervivientes de una época en la que no existían los ordenadores ni las máquinas de escribir, siquiera. Imaginensé a Cervantes, por ejemplo, escribiendo a golpe de pluma su Quijote, y frotándose las doloridas muñecas tras varias horas de escritura.Siempre me han fascinado las estilográficas Montblanc. Actualmente tengo una pluma de esa marca, modelo Starwalker, que me regaló la revista Magazine. La uso para tomar notas, o para corregir lo que escribo a diario. Es una manera de no desvincularme de esa manera clásica de hacer literatura, y para mí es un orgullo tomar semejante artilugio entre mis manos y escribir con el. La suavidad con la que la punta se desliza sobre el papel me transmite serenidad y confianza, e incluso mi horrible caligrafía parece algo menos horrible cuando la escribo con la Montblanc.
Mientras trabajaba en mi nueva novela, una avería en mi ordenador portatil me obligó a volver a escribir a mano, y aquello dio lugar a algunas de las páginas más bellas que he escrito jamás. Aun conservo aquellas páginas emborronadas, repletas de anotaciones al margen, y con una caligrafía difusa y nerviosa, como si mis dedos no fueran capaces de escribir a la misma velocidad a la que trabajaba mi cerebro. Incluso con mi ordenador reparado, he vuelto alguna vez a sentarme con mi pluma entre los dedos para dejarme llevar por la magia que parece manar de ese sencillo instrumento. Quiero aprovechar estas lineas para reivindicar la escritura manual, un arte que se está perdiendo y que tal vez nunca debimos dejar de lado. Dejad por un día vuestros ordenadores, sentaos frente a unas cuartillas, y dejad que vuestra pluma o bolígrafo escriba por vosotros. Os garantizo una experiencia gratificante y, quien sabe, quizá las palabras que escribais sean las primeras de una gran obra.