Revista Cultura y Ocio

Escribir es también borrar

Publicado el 11 febrero 2018 por Benjamín Recacha García @brecacha
Escribir es también borrarLa principal novedad de mi nueva novela es que llevo semanas escribiendo directamente en el ordenador.

Estoy escribiendo una novela policíaca. No es novedad. Ya he explicado que tras escribir 20.000 palabras la dejé en pausa porque no era capaz de prestarle la atención necesaria. De haber seguido entonces, el proyecto habría resultado un fracaso. Hace cuatro meses, un año y medio después, lo retomé, y ya he alcanzado las 65.000 palabras. Lo más importante es que estoy realmente motivado, y sé que no voy a parar hasta el punto y final. Aún falta bastante. Creo que me va a quedar una novela larga, similar en extensión a El viaje de Pau (unas 350 páginas).

Pero lo que os quería explicar hoy no es lo estupenda que va a ser, ni animaros a que la reservéis (ni siquiera sé si la autopublicaré, si la enviaré a algún certamen o si buscaré editorial; aún falta mucho para eso). Lo que me ha motivado a escribir esta entrada es algo que me ocurrió hace unos días, en pleno proceso creativo.

Me di cuenta de que estaba explicando la historia en el orden equivocado. Estaba adelantando cosas que era mejor retener, y desarrollando acontecimientos de una manera que podía ir en perjuicio del interés del lector por el conjunto. Pongo un ejemplo absurdo y que no tiene nada que ver con mi novela.

Imaginad que Juan ha quedado con Sonia a las dos y, en otro hilo argumental (ambos acabarán convergiendo), Luisa tiene que verse con Miguel a las seis. Pues bien, lo que funcionaría mejor para la historia es cambiar el orden de las citas, porque parte de lo que tienen que contarse Juan y Sonia restaría interés a la reunión de Luisa con Miguel. No sé si me explico.

El caso es que yo ya había escrito esos pasajes en el orden equivocado, de manera que he tenido que reescribir varias páginas, eliminar otras e intercalar capítulos nuevos. Total, que durante unos cuantos días el documento de Word que contiene el manuscrito ha parecido un puzle de esos de mil piezas que uno va ensamblando por partes. Ahora ya casi he acabado con la reforma, y la verdad es que está quedando muy digna.

Y para celebrarlo, se me ha ocurrido hacer como esos grupos de música que cuando ya se han quedado sin repertorio nuevo tiran de viejos descartes. A mí (espero) aún me queda un largo repertorio por delante, pero he pensado que podía resultar curioso compartir con mis queridos e incontables lectores uno de los fragmentos eliminados. Así, a pelo, sin contextualizar ni nada. Bueno, únicamente diré que los tres policías protagonistas, el inspector Jesús García y sus ayudantes, Julia Lerma y Fran Linares, charlan sobre la investigación en que están metidos mientras comen en un bar.

Así pues, las siguientes cuatrocientas palabras no las leeréis en el futuro libro (aún sin título)…

«García masticaba un pedazo de su merluza a la plancha cuando a Linares le pusieron delante una humeante cazuela de barro con callos picantes. Solo el aroma ya activaba los jugos gástricos responsables de la digestión.

—Después de ese plato va a necesitar una siesta de dos horas —observó el inspector.

—Qué va. No hay nada como unos buenos callos para recuperar la energía.

A Julia, que daba cuenta de unos sabrosos guisantes con jamón, se le escapó la risa, contagiando a su compañero.

—Yo no sé qué ha pasado desde que os dejé ayer en el metro, pero parecéis otros. —Las risas aumentaron, haciendo inevitable que también a García se le dibujara una sonrisa—. Bueno, ya me lo contaréis. En cualquier caso, me alegro de que estéis tan contentos.

—Nos alegra que hayas vuelto, por eso estamos tan sonrientes —improvisó Julia.

García miró a aquellos dos jóvenes policías, comprometidos con su trabajo, convencidos de estar haciendo lo posible para construir una sociedad mejor, dispuestos siempre a aprender, y se alegró de compartir su tiempo con ellos.

—Bueno, contadme ya lo de la Patano.

Hasta ese momento, el inspector les había relatado sus visitas a la librera y al periodista. Julia había insistido en que empezara él. Ahora llegaba su turno. Se llevó a la boca el tenedor cargado de guisantes y un par de taquitos de jamón, masticó con calma y bebió un trago de agua. García aguardó pacientemente. Las sonrisas desaparecieron.

—Verás. Pulido no ha parado de incordiar, preguntando dónde habías ido y exigiendo saber qué nueva pista estábamos investigando. Estoy segura de que le ha ido a llorar a Sánchez.

—De momento no hará nada. Me sigue teniendo el suficiente respeto como para ponerse a cuestionar mis métodos.

Linares asistía a la conversación concentrado en el manjar que estaba saboreando. Su parte en la investigación, encontrar a Jacques Fernández y concertar un encuentro, la había resuelto satisfactoriamente.

—Bueno, a ver esta tarde. Todo dependerá de si obtenemos resultados. Y, la verdad, lo que me han contado sobre la pintora no invita a ser optimistas.

—Va, suéltalo ya, que me estás poniendo nervioso.

—Y mira que eso es difícil, ¿eh? —bromeó Julia.

«Parece que cada vez menos», se dijo García, rememorando los accesos de ira que había tenido que controlar en los últimos días.

Julia tomó aire y miró a Linares, que en ese momento tenía todos los sentidos concentrados en una cucharada del mejunje gelatinoso que a ella le parecía tan asqueroso».

Anuncios &b; &b;

Volver a la Portada de Logo Paperblog