El pintor y poeta austriaco Oscar Kokoschka, envuelto en una crisis sentimental, pintó el estremecedor cuadro “La novia del viento”. Cumplió el arte, así, una de sus funciones más importantes: la de -como definía Picasso- ahondar en la naturaleza humana, quizá explicando el mundo, quizá descubriendo muchos más enigmas de él.
Muchos más son los ejemplos de los legados artísticos productos del desgarro, de la ruptura a todos los niveles e incluso de la locura. Beethoven decía de sí mismo que era la criatura más desdichada de la tierra. Y, paradógicamente, gracias a su dolor, la humanidad atesora sus diamantes musicales, transustanciadas sus heridas en nutricias, insufladoras incluso de alegría.
Con “Ecos de la noche” estamos de nuevo ante un fuego venido de una profunda noche. El poeta David Fernández Rivera es un genio gallego dotado de múltipes facetas artísticas. La poética es la más sobresaliente, pero también está entre ellas la musical, y de la musical: la danza, la estética teatral, y todo aquello que la forma puede sobresalir o hacer abultarse a la palabra.
El poeta, sobre este trabajo de envolventes y bellas melodías, pone sus cuerdas vocales y su lengua al servicio de “la voz” del poema, de algunas de sus poesías más profundas y memorables. Es éste como un mirar atrás a sus muchos libros publicados y hacer balance de la honda noche de su vida que todavía -felizmente para todos nosotros- no ha dejado de atravesar. Hacer balance de barcos, balance de llamaradas y ceniza en el rojo cielo de la creación, en esta tierra nuestra, y nos cuenta lo que ve.
Esta es su vida narrada.
Que es como la vida de todos nosotros.
Alguien tiene que entrar en el incendio, y luego venir, y decirnos…
“La niña y la playa”, “Un potro a Singapur”, “La cordura del suicida” abren puertas, sin duda, de comprensión a la compleja naturaleza humana, y no sólo eso, sino también a nuestra unión con todo lo demás que nos rodea que amamos y no comprendemos.
No sé si existen las sirenas, los duendes o los ángeles, pero sí sé, gracias a David Fernández Rivera, que en pleno siglo XXI todavía existen los bardos.
A su tan joven edad (nació en el 1989), Rivera ha cantado sus poemas por teatros, lugares diversos de cultura y las calles de buena parte de este país, y pronto comenzará a hacerlo por América e Inglaterra. Siempre emocionando al público, llegando a su corazón y a la entraña más profunda de su entendimiento, “pellizcando el centro”. Y, como decía García Lorca en “Así que pasen cinco años”, cuando las cosas tocan los centros, ya no se pueden sacar de allí.
Los centros.
El alma.
Lo que verdaderamente somos.
Los ecos de la noche están ya resonando.
Quien los escucha ya nunca dejará de oírlos, explicándose el mundo, acaso teniendo más interrogantes sobre él.
Una campana suena en la noche. Y una voz… que nos dice…
Es, por fin, el alba.
publicado el 23 marzo a las 02:06
He seguido desde siempre la carrera del poeta David Fernandez y puedo asegurar que es maravillosa su propuesta.Felicidades siempre!