No diga Bioware, diga rol occidental. Y es que este tipo de juegos hay que digerirlos con una prudencial cadencia para poder tener una idea más centrada en las experiencias que reportan, máxime si tenemos en cuenta las expectativas que tenía encima este Dragon Age: Origins por haberse colgado el título de “sucesor espiritual de Baldur’s Gate”. Van a ser muchas veces las que se mente la trilogía del hijo de Bhaal en estos párrafos en calidad de espejo donde mirarse por no pocas similitudes entre ambos títulos. La experiencia en resumidas cuentas ha sido más que satisfactoria, pero con una idea bien clara por delante: El rol de ahora no puede ser como el de décadas pasadas. Así lo dictamina la propia industria.
Existen muy pocos títulos que hayan conseguido esa sensación de “ahogo” al jugar por sentirte tan insignificante en un mundo virtual que no sabes por donde empezar sin que verte superado por la cantidad de información entrante. Esa sensación tan propia de la saga Ultima, de las primeras entregas de la saga The Elder Scrolls o del propio Baldur’s Gate no tiene cabida a día de hoy. La culpa no es tuya ni mía, sino de las circunstancias. Vivimos en una sociedad que se rige por el estribillo de esa canción de Queen, “I want it all, I want it now”, perfectamente extrapolable a los videojuegos. A las masas le urge la necesidad de vivir experiencias rápidas y directas para ir rápidamente a otra cosa mariposa. La duración media de los juegos cada vez es menor, y aquellos que superan la veintena de horas suelen ser fruto de repetir los mismos eventos una y otra vez. Te miro a ti, señor desarrollador japonés.
Es por eso que recibí con los brazos abiertos la nueva obra de Bioware con la confianza propia de un acto de fe que solo unas pocas desarrolladoras son capaces de provocar. Los argumentos de espada y brujería de chichinabo son una constante que viene repitiéndose desde que todo cristo aprovechó el filón de la trilogía de Peter Jackson y que tanto daño hizo al género. Dragon Age no se aleja de estos derroteros y no hay mucho que reseñar en una epopeya donde hay que salvar el mundo del ataque de hordas de criaturas malignas lideradas por un ser ancestral, aunque hay que reconocer que la profundidad argumental del escenario que se nos presenta puede resultar tan abrumadora como la de los títulos de Bethesda, y eso ya es decir. Quedan más que patentes las intenciones de los chicos de Bioware al escuchar en los trailers promocionales un tema Marilyn Manson. Si El señor de los anillos fue la estocada, 300 ha sido la puntilla.
“Arañas gigantes… no me lo esperaba!”
Las mecánicas jugables siguen la continuidad propia de los rpgs de la compañía, donde los combates se fraguan con un sistema por turnos adornado para que parezca en tiempo real, aunque con Mass effect se esté alejando de estos conceptos en pos de un sistema más acorde a las consolas. Y poco más. Armas, hechizos, bonificadores y estrategias basadas en el posicionamiento de las tropas es el pan de cada partida. Existen misiones secundarias donde no siempre se puede discernir entre el blanco y el negro tan remarcado sin ir más lejos en los Knights of the old republic, mientras que el hilo argumental es realizable de una forma no lineal para dar esa sensación de falsa libertad que tan buenos resultados les ha dado.
Solo hay un par de cosas que hacen que uno se enganche a este tipo de juegos: La libertad de acción con todo lo que conlleva explorar un vasto mundo y el carisma de los protagonistas y sus aventuras allende los mares. Una vez más hay que mentar a Baldur’s Gate. No se llega al nivel alcanzado por este en ninguno de los dos apartados, pero se queda por el buen camino, tanto como para no haberme despegado de él hasta completarlo, lo cual dice mucho a su favor ya que suele ser una práctica que realizo a menudo por culpa de la desazón y desengaño que llevo sufriendo en el sector desde hace tiempo.
“No te esfuerces, no me han modelado los pezones”
Me encanta explorar mundo sin la presión de que me lleven por pelotas a través del argumento principal. Soy un completista compulsivo y adoro perderme por parajes inhóspitos buscando secretos para hacer a mis monigotes más poderosos y deshacer entuertos en lugares inhóspitos. Por desgracia, esa riqueza se pierde un poco, y con ella los vestigios de lo que pudo haber sido y no fue. La mayoría de misiones secundarias se cumplen por el camino mientras realizamos las principales, y aunque muchas de ellas sean verdaderamente originales y algunos árboles de diálogo nos hagan llegar a resoluciones brillantes, al final nos quedamos con lo de siempre, “Haz tal cosa y compórtate bien o mal, que al final va a dar lo mismo”. Aun así, existen unas cuantas decisiones importantes relacionadas con el argumento principal que efectivamente, nos hará plantear decisiones azarosas que repercutirán en el desenlace final, pero no son más que escenas anecdóticas y una mera excusa para desbloquear logros y plantearse rejugar el título.
Da la sensación de que estoy poniendo a parir el juego cuando ni mucho menos es así, simplemente, me tengo que atener a la las expectativas generadas y a sus autoproclamadas bondades como hipotético mesías del rol occidental. Dejando a un lado tanto baremo, estamos ante una obra que bien demuestra el coste y trabajo de desarrollo que ha tenido, un paso verdaderamente acertado para hacer patente que este tipo de juegos sigue teniendo cabida en las estanterías, aunque sea como un eco de tiempos pasados (y que cada cual juzgue si mejores o peores) en un intento por aunar a esos perros viejos que pasábamos horas haciendo mapas en hojas cuadriculadas y esos insaciables zagales que creen que el género lo inventó Blizzard.
“Chandalf, aniquila al balrock!”
Como suelo afirmar, hablar de gráficos, sonido y jugabilidad es como pegarle con un calcetín sudado al que busca un veredicto digno que le haga decantarse por Dragon Age: Origins. Sin duda, es la mejor propuesta del género del pasado año, y posiblemente del actual, pues la segunda parte de Mass Effect se ha alejado tanto del asunto que casi se puede catalogar como un nuevo subgénero por sí solo. El sistema de combate no se entretiene con sopotocientas combinaciones de hechizos, clases y habilidades, siendo mucho más sobrio de lo que aparenta y con un control pseudo pausado que funciona como un reloj. El argumento, aunque simplón, se hace llevadero gracias a unos personajes bien definidos y simpáticos que interactúan entre ellos y con el entorno de forma maravillosa. Una Golem poligonera, un elfo bisexual y una hechicera soez y calientabraguetas son razones de peso para comprobar que Bioware no se ha cortado la lengua en el resto de apartados, aun cuando como ya digo, todo se ha simplificado un poco en pos mejorar la experiencia de los novatos.
Por último hablemos de números. 70 horas me ha llevado todo esto, los 3 contenidos descargables grandes no valen la pena salvo por el que añade al personaje del Golem (y que ya viene contenido en la edición básica del juego), y es que me niego a pagar 6 euros por una hora y media de juego, que para eso me voy al cine. Me pasaría de buena gana el juego por segunda vez por el gusanillo de tomar otras decisiones, pero no me compensa por la cantidad de horas que supone y la cantidad de peces que hay en el río. Además ya hay más de un centenar de mods que añaden armas, diálogos, objetos y cambios en el sistema de juego, por lo que se le augura un buen futuro a la comunidad.
¿La nota, dices? La nota la das tú por preguntar. A mí me ha encantado.