Aunque en política resulte imposible, dice el dicho que después de la tempestad viene la calma. Los nubarrones del día 10 de noviembre se convirtieron en tormenta al llegar la noche y conocerse los resultados. Tanto la irresponsabilidad de los partidos de izquierda como la acción de blanqueo de medios y de distintas opciones políticas han podido ser determinantes para el fortalecimiento de la extrema derecha. Si la tormenta no arreció con más virulencia fue debido a que los electores, una vez más, salieron al rescate de unos políticos que antepusieron sus intereses, egos o ambiciones, a las necesidades de sus representados. La irresponsabilidad de los dirigentes se contrarrestó con la responsabilidad de unos electores que entendieron, pese al hartazgo y cabreo, que era necesario acudir a las urnas para detener la carcoma antidemocrática de la ultraderecha.
Durante la campaña opté por ocupaciones más estimulantes que seguir los mal llamados debates o las crónicas de la campaña. Ahora, conocido los resultados y las primeras intenciones, escribo que no espero gran cosa aunque deseo equivocarme. Si al final se forma gobierno -algo que no será fácil- solo será útil si sirve para impulsar la justicia social, hacer frente a la desigualdad y a la situación económica de la ciudadanía. También valdrá la pena si hace frente al desafío del cambio climático y si procede con la lucidez y audacia que hasta el momento no han demostrado sus líderes ahora coaligados. Se sabe que la derecha, y por supuesto esa facción que ha decidido quitarse la careta, siempre tiene la maquinaria preparada para movilizar el rencor y el odio. Está en la memoria colectiva y en la hemeroteca que, en el presente siglo los periodos políticos más convulsos han coincidido con aquellos en los que el electorado ha enviado a la derecha a la oposición. Ahora, de formarse un nuevo ejecutivo, cabe esperar otro periodo de grandes aspavientos, soflamas y un sinfín de declaraciones estridentes. Escribe en un interesante artículo sustentado en los datos electorales del 10 N: "A más pobreza, mayor abstención. A menor nivel educativo, mayor abstención. A más desinformación, mayor abstención. Y estos datos explican el porqué de esa estrategia de la crispación que siempre sigue la derecha".
En otra información del mismo diario se informa que la ultraderecha saca sus mejores resultados de Barcelona en el distrito más rico y el más pobre de la ciudad . El porcentaje de votos obtenidos por dicha formación varía sólo en unas décimas. En el barrio rico votan aquellos que viven confortablemente, esos que suelen mostrarse soberbios y despectivos; tiene lógica que apoyen a una opción que garantizará sus privilegios. Pero que los electores del barrio más pobre voten en la misma proporción a esa formación ultra, es algo que invita a pensar. En ambos barrios votaron a la ultraderecha un 7% de electores. Es cierto que no han llegado al 15% de apoyo en el conjunto del país, pero que el porcentaje de poyos sea casi idéntico en estos barrios es significativo.
El 15% nacional conseguido por la ultra derecha demuestra que su discurso está calando en ciertos sectores de la población. Cuesta asumir que hay más de 3.500.000 electores ultraderechistas. Los resultados evidencian que son muchos los que se identifican con una opción que se enorgullece de ser racista y homófoba. Una opción que proclama defender determinados valores, supuestamente abandonados por la izquierda, como la unidad territorial, la patria o la familia. Frente al multiculturalismo que observan en sus barrios y centros educativos, estos electores creen encontrar una voz que sí defiende sus intereses frente a los invasores: ¡Los españoles primero!, gritan. Y, una vez henchidos de orgullo patriotero ya no quieren saber nada más. De nada sirven las llamadas a la integración ni esa doctrina que proclama la bienaventuranza para quienes dan de comer al hambriento y posada al viajero. A cada argumento, esgrimirán altivos y tozudos: ¡Los españoles primero!
Tampoco cabe despreciar el componente contestatario, ni cierto gusto por la parafernalia o el desprecio hacia todos los políticos que los líderes de esta extrema derecha exponen como si ellos no lo fueran ni pertenecieran a una organización política. En todo caso, mal haríamos si nos conformamos con pensar que en ese 15% solo hay mucha gente seducida por una verborrea tóxica y por la ausencia de análisis. Probablemente muchos de esos votos provengan de personas que han sufrido toda clase de desgracias, de votantes defraudados que no han encontrado respuesta a sus necesidades en la izquierda que ha gobernado, de electores que desconfían de esa otra que ahora puede hacerlo y que son los mismos que anteriormente ya habían votado por otras opciones de derechas.