Revista Diario
Escribir esta entrada que os dejamos aquí no ha sido nada fácil,… no sabíamos cómo hacerlo para poder llegar a la mujer que esta historia describe. Una mujer portadora de una enfermedad llamada “distrofia muscular de Duchenne”, una cruel enfermedad que le impide su mayor deseo…. Ser madre… Tanto Sofía como yo, hemos querido hacer una historia para ella, una historia de superación, una historia de sentimientos encontrados, una historia desde el corazón y para su corazón y para el de todas aquellas mujeres, que por una causa u otra se han visto en la tesitura de decidir si someterse a un aborto o no…. Es un tema muy delicado, un tema que hay que tratar con muchísimo cuidado, porque se nos llena la boca de opiniones ante ello…. Pero hay que verse en la piel de estas mujeres, en el sentimiento y dolor de estas mujeres antes de juzgar gratuitamente… Para ella, para la protagonista de esta historia, Sofía y yo hemos hecho este relato que os dejamos aquí, con él y entre esas letras, va nuestro mayor abrazo y nuestro mayor respeto…. y queremos que también llegue a todas aquellas mujeres que un día, tuvieron que encontrarse con el durísimo sentimiento de decidir….
( Belén.-)
"....Como cada día, Lucía estaba en casa, paseando de un lado al otro sin saber muy bien qué hacer. La rutina la envolvía, la llenaba de horas muertas.
Fuera estaba lloviendo y una niebla espesa cubría las calles. Estaba sola en casa, para variar. Se preparó una taza de café bien cargada y anduvo con calma hasta el rincón de la casa dónde más a salvo se encontraba: el escritorio. Allí la esperaba su ordenador y un mundo virtual dónde podía perderse y soñar, olvidarse del pasado, de los problemas, y en definitiva, de la realidad.
Hacía demasiado tiempo que internet se había convertido en su mejor amigo. Tanto que le daba miedo pensarlo porque le recordaba su soledad. Sin embargo era sencillo de entender. En aquel lugar nadie sabía más de lo que ella quería contar, nadie la juzgaba cruelmente. La red la sostenía y la ayudaba a sonreír alguna vez.
Hizo su ruta diaria por webs y blogs que conocía casi de memoria, leyendo y comentando con la tranquilidad que le daba el anonimato. Hasta que de repente, la pantalla quedó completamente en negro y sólo alcanzaba a ver su cara de sorpresa reflejada en el cristal.
Comprobó los cables y el cuadro eléctrico. Todo iba bien e incluso el piloto del ordenador estaba encendido, con el color amarillo de siempre, indicando su buen funcionamiento.
Se sintió frustrada y dio un gran sorbo al café después de maldecir un rato. Y al soltar la taza, se quedó quieta, mirando fijamente a la pantalla. Un cuadro blanco había aparecido en el centro y de él comenzaban a surgir palabras.
- Hola Lucía. Sé que estás sorprendida y te debes preguntar qué ocurre aquí. No te asustes, relájate. Sólo quiero que sepas que te observo todos los días, viendo qué haces y qué no. Y he pensado que quizás esta podría ser una buena ocasión para que conversemos las dos. Para hablar Lucía con Lucía. Tranquila, no estás loca ni voy a decirte nada que te haga daño. Ya es suficiente el daño que llevas dentro y que debes dejar salir para que no te ahogue más, para que no te aprisione y puedas volver a sonreír. Por eso estoy aquí, para que me hables, para escucharte.
Lucía miró a todos lados desconcertada. Pensó que era una broma, o un programa instalado por su marido para quedarse con ella. Se frotó los ojos y volvió a leer.
Llevó las manos hasta el teclado con incertidumbre, casi con miedo y se puso a escribir con la sensación de estar perdiendo la cabeza.
- ¿Qué quieres decir con eso de Lucía a Lucía? ¿insinúas que eres yo?
- No lo insinúo, soy tú, tú misma. Soy esa voz de tu interior que no dejas salir, que llevas escondida dentro desde hace mucho tiempo, que tapas continuamente y que no escuchas cuando intenta hablarte. Por eso he aprovechado este momento, para venir aquí, para parar tus teclas y proponerte una conversación. Una charla entre tú y tú.
- Está bien. - continuó Lucía. - En el hipotético caso de que esto no sean imaginaciones mías, intentaré conversar contigo, o conmigo. - esto es una locura, pensó sacudiendo la cabeza. Aun así, continuó. - Pero aún no entiendo qué quieres de mí ¿Qué te debo?.
- No me debes nada. No estoy aquí para cobrarte nada y comprendo tu incredulidad. Sólo quiero que me hables, que me cuentes, que saques todo lo que llevas en tu interior. Que compartas esa pesada carga. Si sientes que nadie te escucha, que nadie te comprende, debes hablarlo conmigo, pues esa será la única manera de poder liberarte.
- ¿Y qué te cuento que no sepas? Que mi vida… nuestra vida, es un imán de injusticias, un laberinto de donde no puedo escapar, un pozo sin fondo… Sólo quiero ser feliz y no me dejan…..
- No estoy de acuerdo contigo. Conozco tu vida perfectamente porque también es la mía. Porque he vivido contigo cada minuto y segundo de esa vida injusta. Pero también sé que puedes ser feliz, que puedes aprender a aceptar todo lo que esa vida te ha dado, a mirar hacia adelante sin miedo a sentir esa angustia, sin miedo a que te miren, sin miedo a que te juzguen.
- ¿Y cómo lo hago? Si llevo dentro algo que envenena y mata todos mis sueños. Si la persona que me acompaña no me entiende, si me siento culpable de cada fracaso. Si mi conciencia no me deja dormir.
- Hace unos años yo sentí contigo ese sentimiento de poder ser madre. Yo también me miraba contigo al espejo todos los días y me sentía feliz de ir viendo nuestro cuerpo cambiar. También vivimos juntas esa ilusión tan grande por ese pequeño ser que iba a nacer. Y por desgracia, también lloré junto a ti cuando todo acabó. Por todo aquello que habíamos sentido dentro y ya no teníamos. La vida nos la quitó a las dos. Pero ella existió, Lucía. Y ambas sabemos que pudo sentir cuánto la queríamos. Seguro que notaba como día a día la acariciábamos y la mimábamos con todo nuestro cariño. Por eso sé que ella también habla hoy dentro de ti. Habla y te pide que no sufras más. Te recuerda que está bien, que se fue sintiéndose amada. Quiso quedarse contigo pero las cosas salieron mal. Ella te lo dice todos los días, Lucía, escúchala. Sólo quiere que vuelvas a ser feliz como aquellos días en los que ella estaba con nosotras.
- A ella me la quitaron. Me la robaron.
- Si, puede que así fuera, que nos la quitaran, que nos la robaran. Puede que los médicos no supieran actuar a tiempo, que se equivocaran y ella ya no esté. Pero ¿de qué vale eso ahora?, ¿de qué vale ese resentimiento que te quema por dentro? No sirve para nada más que para seguir haciéndote daño día a día, pues es mayor el sentimiento de rabia que el sentimiento de haberla llevado en tu interior. Ella está donde tiene que estar, Lucía. Está observándote e intentado cuidarte a diario. Preguntándose por qué su madre no es feliz, por qué llora todos los días.
- ¿En serio crees que ella me observa? ¿que quiere que sea feliz? ¿que siga luchando por mis sueños? ¿que vuelva intentarlo?
- Ella no quiere verte sufrir. Deseaba tanto como tú estar a tu lado, pero las circunstancias fueron así y debemos aceptarlas. Estoy segura que lo que más desea es ver a su madre de otra manera. Verte feliz. Y yo mejor que nadie sé que lo estamos pasando mal. Sé que las decisiones que estamos tomando son duras de tomar, que nada es fácil, que cuesta mucho decidir sobre si dar la vida a un hijo con problemas o no. Sé que nos ampara la medicina, pero también sé que se nos rompe el corazón cuando no dicen que ese hijo no vendrá bien. Es ahí donde empieza el dilema, donde aparece el sufrimiento y el remordimiento que no nos deja seguir a ninguna de las dos.
- A cada intento fallido una astilla, una acusación a mí misma. Yo pongo el alma cada vez, busco dar vida con todas mis fuerzas. Pero luego otra vez la misma historia. Por eso me siento tan culpable. Necesito tanto ese milagro…
- Lo sé, las dos lo necesitamos. Necesitamos ver nuestro cuerpo cambiar hasta tener ese hijo en nuestros brazos, para ver que nuestro deseo esta ahí y no cómo las últimas veces, que nuestro deseo se perdía en el mar de las injusticias.
Pero también sé, Lucía, que nuestro hijo sufriría si llegara a nacer. Que no podría tener lo que tienen otros niños, que no podría vivir como los demás. Y esa pena también nos puede, esa impotencia de pensar que no podemos darle una vida normal. Aun así, no nos podemos sentir culpables Lucía. La vida nos dio esto y tenemos que aprender a vivir con ello, a echarlo en nuestra mochila de miedos y de angustias y a dejarlo ahí sin removerlo, sin que nos haga más daño. Es duro, muy duro tomar estas decisiones, pero también nos merecemos ser felices, intentar otras cosas.
- No puedo evitar sufrir, pero necesitaba oír esa parte de mí que ahora me está hablando. Esa realidad, ese optimismo y esa fuerza. ¿Y sabes qué? tienes razón. Debo... debemos seguir luchando. Hay alternativas, hay tiempo. Pero, te necesito más de lo que has estado conmigo, porque necesito tu fuerza tu coraje y tus ganas.
- Yo siempre he estado contigo. Y mis fuerzas y mi coraje están en ti. Sólo tienes que encontrarlas en tu interior y sacarlas de dentro. Escucharlas despacio, mirarte al espejo cada mañana y pensar que no eres lo que ves cada día, que eres mucho más. Una mujer fuerte, una mujer valiente y luchadora, una mujer hermosa por dentro y por fuera. Una vez que ese espejo te muestre tu imagen real, podrás con todo. Sabrás enfrentarte a tus miedos, a tus angustias, a esa gente que juzga sin saber. Y es entonces cuando podremos empezar a vivir de verdad las dos.
Lucía sintió una punzada en el estómago, una corriente eléctrica por su espalda, como si alguien la hubiese encendido de repente. Se levantó de la silla de un salto y se giró hacia el espejo. Se miró de arriba a abajo como si fuera la primera vez en mucho tiempo que se veía. Se llevó la mano al vientre y sintió las cicatrices una vez más, pero esta vez no le quemaron las palmas ni le arañaron el alma. Se agarró la camiseta con fuerza, sintiendo la rabia escaparse entre sus dedos. Y volvió a cruzar la mirada con ella misma después de mucho tiempo. El brillo de la esperanza en sus ojos la sorprendió y las comisuras de sus labios se alzaron casi involuntariamente,
- Eso es, Lucía, así. Así debes mirarte todos los días. Este ritual debe ser tu norma de vida todas las mañanas. Mira tu cuerpo sin que te haga daño, porque esas cicatrices que ves, ese cambio que notas, ha sido sólo tú deseo de dar vida. Deseo de poder tener a ese hijo, nada más. Así que a partir de este momento, todas tus ganas deberán estar puestas en esto. En cambiar, en sentirte esa mujer plena que llevas dentro y que hoy te ha hablado.
Esta vez no eran letras en la pantalla, sino una voz que le hablaba desde su interior. La voz de su amor propio, de su serenidad, de esa fuerza que sólo tienen las mujeres y emana siempre en el momento preciso. Lucía volvió sus ojos hacia el ordenador y vio sorprendida que todo había vuelto a la normalidad. Sin embargo sentía que todo había cambiado, que por fin había encontrado esa voz que buscaba, esa calma interior. La otra Lucía aún tenía dudas sobre si había podido conseguir que su otro yo mirara la vida de otra manera, si había podido poner un poco de ilusión en aquellos ojos que día a día miraban a esa pantalla sin brillo. Si a partir de ese momento podría afrontar la vida como algo nuevo y distinto. Pero sabía que sólo era cuestión de tiempo, que ella y Lucía volvieran a encontrarse...." &