Todos en la actualidad somos testigos de cómo la progresía artística nacional e internacional saca a relucir, de cuando en cuando, esa insana costumbre que tiene de imprecar y despreciar todo aquello que puede hacer peligrar sus comprometidos intereses económicos en el mundo del arte.
Lo que pone en riesgo sus entramados financieros es, con carácter inmediato, colocado en posición de blanco perfecto para descargar sobre él toda la artillería pesada preparada a tal efecto.
En el momento en el que alguna tendencia artística como puede ser el Hiperrealismo, situada gracias a Dios en las antípodas de sus posicionamientos, suscita en el espectador de a pie un inusitado interés, con carácter general muchísimo más profundo que el generado en torno a las manifestaciones artísticas que habitualmente nos pretenden colocar a calzador vendiéndonos vanguardia de humo, los mercaderes de esas " nuevas vanguardias " comienzan a echar espuma por la boca y a poner el grito en el cielo viendo peligrar sus oscuros intereses.
Partiendo de la lógica idea, bastante evidente por otra parte, de que la gente no es imbécil, deberían de saber estos mercaderes que dichas reacciones de menosprecio e incluso ninguneo, no conducen a otra cosa sino a que el verdadero amante del arte se fije aún más si cabe en la corriente denostada, véase si no la masiva afluencia a la exposición "Hiperrealismo 1967-2012" en la Thyssen-Bornemisza en 2013. Porque en nuestra sociedad, reconozcámoslo, siempre nos ha gustado mucho eso de llevar la contraria.
Y es que el Hiperrealismo, arte elevado, paradigma de la ansiada perfección y ejemplo de laboriosidad y exquisitez a cuentagotas ha sido, es y será víctima permanente de estos peseteros. Ellos, los vendedores de humo, saben a ciencia cierta que esta tendencia artística ha sido, es y será muy superior en todos los sentidos a las obras que ellos colocan a los incautos compradores con la disculpa duchampiana de que algo tan simple y a la vez tan tosco, zafio y soez como un simple orinal es también arte.
Si partimos de la base de que todas las corrientes artísticas forman parte, como es obvio, del arte, el Hiperrealismo va más allá porque no sólo es una corriente (por mucho que a alguno le duela), sino que posee algo más, algo que en otras corrientes escasea en ocasiones de forma alarmante: el trabajo y la dedicación.
Es mucho el tiempo que un artista hiperrealista dedica en cuerpo y alma a la hora de elaborar una obra. Se trata de un trabajo que pudiera pasar desapercibido al observar la maravilla de su resultado, pero que existe y vaya si existe. Y éste es precisamente uno de los factores de esta corriente artística que la progresía no puede soportar: que se dediquen tantas y tantas horas en culminar una obra. Es algo que no interesa y no interesa porque se traduce en una menor producción y la menor producción implica menores ingresos para sus bolsillos. Ellos prefieren obras que se finalicen "rapidito", en muchos casos da igual la calidad de las mismas, lo importante es que se produzca con agilidad para poder forrarse con la pasta gansa que desembolsan los desaprensivos que se dejan engañar por supuestas nuevas expresiones artísticas que no son otra cosa que instrumentos en manos de sus inventores para seguir haciendo negocio.
Mientras tanto seguimos esperando a que la tortilla dé la vuelta y por fin todos seamos capaces de apreciar las obras de arte sin que el velo anestésico de los intereses creados nos condicione al valorar el producto final.
Martin Castro Masaveu